Robin Williams (1951-2014)

Robin Williams (1951-2014)
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Robin McLaurin Williams, nacido hace sesenta y tres en Chicago (Illinois), fue un cómico, actor y doblador estadounidense. También una leyenda del cine, al que llevó al principio su furia cómica sin precedentes para luego terminar más adaptado a la corriente general. Pero la carrera de Williams se resistió a caber en una sola línea, y cuando el sentimentalismo o los vehículos a la medida amenazaban con tejer una sombra sobre su talento, llegaron registros dramáticos sombríos, comedias de humor negro que renovaban la confianza en el cómico joven e imparable que fue y un montón de incomprensión.

Su fallecimiento deja una huella imborrable en una generación de cómicos de su país que en los años ochenta conquistaron y renovaron la comedia, pero a diferencia de algunos amigos y compañeros de generación, de indudable talento, como, pongamos, John Belushi o Dan Aykroyd, Williams quiso para sí una comedia que ya desde el principio reclamaba la textura del drama. La llamada dramedia lleva su impronta y será muy difícil de concebir sin él.

Un astro televisivo

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El Mork de 'Días Felices' (Happy Days, 1974-1984) fue un personaje de tanta enjundia que encontró serie propia, 'Mork & Mindy' (1978-1982) y en ellas vemos al joven y entonces salvaje Williams conquistar los registros de la comedia improvsacional en un medio que no necesariamente era afín a ésta.: el serial televisivo, concretamente el cómico, que suele depender de la precisión de guionistas y del gracejo de los actores. Demostrando dotes sin igual, su personaje Mork abrió al cómico Williams una larga carrera también en el cine.

El cine estadounidense estaba cambiando y Williams no parecía un actor al uso, de la misma manera que no era otro cómico más. Sus primeras películas demuestran riesgo y saber hacer. Dos adaptaciones y las dos heterodoxas. El maravilloso 'Popeye' (id, 1980) de Robert Altman, un musical excéntrico y para mí imborrable y la sátira 'El mundo según Garp' (The World According to Garp, 1982) donde George Roy Hill tomaba la novela de John Irving para hacer un retrato de la américa post-hippie y sus ansiedades.

También se atrevió con alguna comedia. 'Los buenos tiempos' (The best of times, 1986) lo reunió con Kurt Russell a las órdenes de Roger Spottiswoode. Era una comedia deportiva, pionera en los temas de instituto y nostalgia, tan comunes en el cine contemporáneo y con un libreto de Ron Shelton de lo más divertido.

Pero pronto llegó el papel a la medida. Uno que aprovechaba los talentos vocales de Williams, su anárquico sentido del humor pero no olvidaba las legislaciones obligadas y forzosas con el sistema. Y ese papel era el del locutor Adrian Cronauer de 'Good Morning Vietnam' (id, 1987). Aderezado por una banda sonora vertiginosa de la época, la película hizo evidentes los talentos de Williams para sostener películas, por otra parte, no tan sugerentes sin él. Williams era un vértice más, tan autoral como el cineasta o el autor.

La película le valió la primera de sus nominaciones a los premios de la Academia, e inauguró una década triunfal donde Williams se acercaría a los registros más contenidos y sensibles. Cerrar los ochenta con una película sensible y efectiva de Peter Weir, 'El club de los poetas muertos' (Dead Poets Society, 1989) fue un broche de oro a una década siguiente, la más productiva y exitosa y también irregular de su carrera, ya entonces meteórica.

Éxitos y galardones

En los noventa, encontramos a un Williams en plena forma y capaz de todo. De sus papeles serios, el mejor de ellos me sigue pareciendo el doctor, sosias de Oliver Sacks que inspiró con su libro el film, en 'Despertares' (Awakenings, 1991) donde su tono sensible y nada exagerado compite con un Robert DeNiro en modo de lucimiento y lo compensa, de hecho. Tiene tiempo para alguna comedia loca, como 'Cadillac Man' (id, 1990) otra gema que merece repescarse para comprender donde está lo especial del talento de Williams en escena.

Pero también llegó Walt Disney Pictures y con ellos los problemas. Aunque habría una posterior batalla legal, Williams es historia viva del Renacimiento Animado disneyano. Los animadores, entre ellos el talentoso y virtuoso Eric Goldberg, descendiente de Chuck Jones, compusieron al Genio de 'Aladdin' (id, 1992) al que Williams prestó voz, después de que éste improvisara la mayor parte de sus bromas, como solía hacer y como debía ser, por otra parte. La combinación entre el estilo anárquico de Williams y el trazo salvaje de inspiración más Warneriana que tradicionalmente disneyana tuvo un resultado brillante: el perfecto secundario roba-escenas, el brochazo de genio a una película tan esquemática y modélica como todas las del Disney de los años noventa.

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Por supuesto, llegó el Oscar. El psicólogo de 'El indomable Will Hunting' (Good Will Hutning, 1997) también me parece un logro mayor que el de su prestigiado profesor de literatura. El reto de Williams, tendiente al exceso, no era tanto demostrarse calmado en la gestualidad como prueba de que se trata de un buen actor si no, más bien, de usar sus capacidades expresivas para dotar de registros y matices al hombre común. Su interpretación, tranquila y sutilísima, es uno de los elementos que, de nuevo, guian a la película de Gus VaN Sant de lo servicial a lo notable y emotivo.

También llegaron los vehículos familiares. Ya fuera un doctor secundario en 'Nueve meses' (Nine Months, 1995) como la estelar 'Señorita Doubtfire' (Mrs Doubtfire, 1993) en la que Chris Columbus delegó en Williams un Tootsie todavía más familiar y desmadrado que fue un éxito rotundo. Columbis aprovechó bien la faceta amable de Williams, y éste estuvo al mando de superproducciones para todos los públicos, a la manera de un Dick Van Dyke de antaño, con películas como 'Jumanji' (id, 1995) o 'Flubber' (id, 1997). ¡Incluso fue el 'Jack' (id, 1996) del Francis Ford Coppola más despersonalizado y tranquilo!

Seriedad y olvido

Por supuesto, hubo errores. 'Patch Adams' (id, 1998) o 'Ilusiones de un mentiroso' (Jakob the Liar, 1999) rompieron la solidez del pacto de Williams con Hollywood y anunciaron una decadencia posible de Williams: la del nominado al Oscar en serie, que escoge proyectos de sentimentalismo rayando el kitsch y basados en una obsesión por arrancar lágrimas al espectador ajena a la reflexión sobre qué se representa y como. Este era el Williams en verdad más olvidable...pero la siguiente década traería otro.

Hay algo injusto, me parece, con la última parte de la carrera de Williams. Dando el tipo como hábil y frío villano, nos lo encontramos como inquietante modélico en películas de Christopher Nolan y Mark Romanek. Pero ni 'Insomnio' (Insomnia, 2002), ni 'Retratos de una obsesión' (One Hour Photo, 2002) son lo mejor de sus hacedores.

Es cierto que Williams se reinventó como secundario en las aguas de un cine familiar del que había sido rey. Se conformó con servir al también reciclado para terrenos más familiares Ben Stiller, en las sucesivas Noches en el Museo....pero también proporcionó interpretaciones insólitas que bien merecen un vistazo.

Su interpretación del presidente Eisenhower en 'El Mayordomo' (The Butler, 2013) revela que Williams fue también, cuando se lo propuso, un actor secundario en la mejor línea clásica de Hollywood. Como cualquier papel de lucimiento, y el de un expresidente es uno en el que la sobreactuación o la mímesis son llamadas, el riesgo es evidente, pero Williams lo esquivaba, de nuevo, haciendo del presidente una materia sensible a la lucidez, más allá de imitar las voces exactas en los discursos documentados.

Y los que echaban de menos al Williams salvaje, que vean 'El mejor padre del mundo' (World's greatest Dad, 2009). Bobcat Goldwaith, el más mordaz e incomprendido cineasta norteamericano, construyó para él un tour de force salvaje en el que toda noción de seguridad, autoridad y certeza moral queda derruida.

Y si, hubo en esta última etapa más doblaje de personajes animados y más papeles secundarios olvidables. Pero Williams dejó al menos un par de pruebas de su capacidad de actuación, demostrando que no era su talento el que había envejecido.

Tal vez fuimos nosotros o el cine que se impuso, pero en todo caso se ha muerto una leyenda y no habrá otra cosa que mirarle ahora con la impotencia secreta de no asistir a un último e inesperado golpe de gracia.

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