'Un profeta', compulsivo, descarnado, magistral cine negro

'Un profeta', compulsivo, descarnado, magistral cine negro
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Hace ya bastantes años, en un excelente ensayo sobre el cine negro, Ángel Fdez-Santos explicaba de manera admirable cómo las praderas se habían convertido en junglas de asfalto, y los pistoleros a caballo en matones sobre ruedas. Es decir, cómo el western, sus códigos, habían sufrido un proceso de reciclaje para convertise en cine negro, sin perder las raíces ni la identidad a la hora de mostrar hasta qué punto la violencia es la clave de la sociedad moderna. Pero también resulta fascinante comprobar de qué manera el cine francés, hace ya muchas décadas, ha sido capaz de ofrecer una recia respuesta europea al cine negro norteamericano, hasta el punto de que su tradición es incluso más rica estética y conceptualmente que aquella.

Y el último logro, la última joya en esa apropiación y reformulación total del cine negro clásico, es esta inolvidable, brutal ‘Un profeta’, que dentro de pocos días compite por el Oscar al filme en habla no inglesa, premio que si ya es pequeño y absurdo en sí mismo, todavía lo será más cuando Jacques Audiard, su director (o Michael Haneke, creador de la imponente ‘La cinta blanca’) salgan quizá a recogerlo en la madrugada del domingo al lunes, pues películas de este calibre son cine grandísimo, de incalculable valor estético y emocional, que sacuden la conciencia y la inteligencia del espectador con nobleza y dignidad sobrecogedoras.

Narra ‘Un profeta’, o muestra, o describe, una historia de una sordidez sin aristas y sin la menor concesión al público, con un protagonista que quizá sea el más complejo carácter masculino creado en Europa en muchos años de cine. Un don nadie, un pringado, un acabado, muchacho de diecinueve años que entra en la Universidad del Crimen (a las que llaman cárcel), del que no nos cuentan absolutamente nada sobre su pasado (ni falta que hace), ni sobre su procedencia, excepto que tiene raíces árabes y que es prácticamente analfabeto, y en esta Universidad entrará en contacto con individuos temibles con los que iniciará un imparable ascenso en el escalafón del crimen organizado.

Pero todo esto lo cuenta Audiard, en primer lugar, con un guión que es en sí mismo una obra de arte. Una joya de concisión y también de detallismo, en el que nada sobra y nada falta, ejecutado con una perfección técnica abrumadora y culminado con un montaje soberbio, que debería también llevarse un premio en la californiana entrega de calvos dorados, todos ellos decididos siempre de antemano. Y así, Audiard comienza por todo lo alto el relato, con una secuencia que pone los pelos de punta, y sigue subiendo hasta un final sorprendente, espeluznante, que deja al espectador literalmente exhausto.

El nervio de una puesta en escena

Hace pocas semanas que se estrenaba en nuestro país ‘La carretera (The Road)’, sobre la que muchos lectores se sorprendían al afirmar yo que no era una película especialmente dura ni sórdida, a pesar de tratar el tema que trata. Y no lo era, sobre todo, y soslayando sus elementos más puramente escenográficos, por su ausencia de punto de vista, de mirada interior de los personajes, de imágenes subjetivas. Para dureza, para sordidez, ‘Un profeta’, que convierte a la peliculita de Hillcoat en un juego de niños, en un relato casi Disney. Aquí no hay lugar para otra cosa que no sea una veracidad que casi da miedo, pues sentimos en nuestras carnes la intensa fisicidad de una película que no va a tener compasión de nosotros.

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Ni la menor caída en juegos visuales macabros u oscurantistas. La cámara de Audiard, vigorosa y gélida a un tiempo, se introduce en los meandros de una cárcel como miles debe haber en el mundo, sin exagerar sus elementos más bestiales, si no alcanzando un doble objetivo: ofrecer un testimonio atroz de la vida en prisión, y ejercer de privilegiada intrusa en la extraña y casi inaccesible mente de su protagonista. No para ni un momento la cámara, pero no existe la menor sensación de mareo o autocomplacencia técnica. En lugar de eso, se tiene la sensación de que es la vida real lo que está en pantalla, y no una ficción de ella.

Pero a pesar del frenesí de la puesta en escena, y del mismo montaje, se aprecia una sorprendente serenidad en el fondo de la imagen, una calma subterránea que nace de una profunda comprensión hacia los seres marginados en una sociedad demente, que les arrebata toda esperanza, empujándoles así al crimen. Entre dos docenas largas de personajes, los hay verdaderamente abyectos, pero hasta el último de ellos goza de alguna oportunidad para mostrar su deforme humanidad, lo que en sí mismo es inalcanzable para la mayoría de los realizadores. Audiard aúna, de esta forma, el frenesí con el sosiego, la oscuridad con la dignidad humanas.

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Pero entre todos los actores destaca por méritos propios el casi desconocido Tahar Rahim, que lleva la película sobre los hombros con una tal aparente facilidad, sin el menor rastro de divismo ni énfasis interpretativo, que cualquiera diría que es casi un recién llegado y no un actor de treinta años de carrera con un bagaje profesional muy superior. Decir que está excelente sería faltar a la verdad. Rahim está perfecto como Malik El Djebena, simplemente es tal cual el personaje.

No me canso de afirmar que un actor de cine no debe interpretar. El cine no necesita a actores que interpreten, que expliquen su texto al espectador, cuando hace ya mucho que éste ha comprendido todo acerca de él, de su situación anímica y de su futuro probable. Audiard y Rahim conocen esta gran verdad, y construyen un carácter memorable, tan críptico como cercano, con un sobrenombre que le viene por cierta asombrosa cualidad que no desvelaré, y que él hace creíble sin parpadear siquiera. Rahim vive la secuencia a tope, ayudado por un grupo extenso de actores a cual más soberbio, y es el responsable de gran parte del éxito estético del filme.

Un filme que se disfruta mucho más en un segundo visionado, pues en un primero su dureza y la cantidad enorme de información por secuencia pueden llegar a aturdir a algún despistado. Y un filme tan audaz como demoledor, tan contundente como emocionante. Una aventura magistral.

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