'2046', la belleza del cine-música

'2046', la belleza del cine-música
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Si justo el otro día hablábamos de cine amorfo, o directamente deforme, de un tipo de producto audiovisual incapaz de trascender los límites genéricos y de emplear a su favor todas las posibilidades que un medio como el cine pone al alcance de verdaderos artistas, ahora vamos a hablar de todo lo contrario, si os parece. De cine de altísima precisión formal, de un acabado estético deslumbrante, entendiendo lo estético no como lo meramente escenográfico o bonito, sino en su verdadera dimensión: armónico, visual, rítmico, musical, espiritual. Porque ‘2046’ (id, 2004), dirigida por el chino/hongkongnés Wong Kar-wai, es lo mas parecido a cine-música (y hace poco, hablaba con un lector sobre esto) que puedo imaginarme. Una pieza de cine arte por completo hermosa y fascinante, dirigida, eso sí, a los paladares más exquisitos, pues muchos pueden sentir ante ella rechazo, cuando no desprecio.

No exagero si digo que he hablado mucho sobre esta película con algunos de los cinéfilos más audaces, y muchos de ellos no han podido evitar sentir un aburrimiento mortal, o una indiferencia incurable, ante esta película. Pero a mí, desde que la ví por primera vez hace ya casi siete años, conservo la memoria de muchas de sus imágenes, como si estuvieran grabadas a fuego en mi retina y en mi ánimo, y como si la música que las acompaña, aunque las imágenes son también pura música, significaran un territorio emocional en sí mismas. En pocas palabras: una película verdaderamente única, auténtico compendio de todas las preocupaciones filosóficas, vitales y estilísticas, que se erige en resumen y despedida de su cine anterior más lírico y arrebatado, como si fuera el momento de decir adiós a todo eso y comenzar una nueva parte de su carrera que todavía se está gestando. Lo mejor con ‘2046’ es abrir la mente a lo que se nos va a mostrar.

Porque si en ‘Deseando amar’ (‘Fa yeung nin wa’, 2000), su largometraje inmediatamente anterior, Wong Kar-wai había llegado lo más lejos posible en su personalísima visión del melodrama romántico, aquí reformula completamente esos logros, y convierte a aquel sentimiento, a aquella aventura, en otra cosa, mucho más abstracta, si cabe, y mucho más lírica, despedazándola y deconstruyéndola, para hacer no una segunda parte como se anunció durante muchos años, sino la otra cara de una misma historia. De hecho, 2046 era el número de la habitación en la que los dos personajes protagonistas se encerraban a escribir una supuesta novela, pero también es un año emblemático para Hong Kong, pues se cumplirían cincuenta años de la promesa de China de un Hong-Kong libre de su gobierno. Pero el cineasta coge esa fecha para dotarla de un sentido mucho más poético: el de una fecha a la que algunos viajan y de la que nadie vuelve, un futuro distópico en el que los seres humanos alcanzan la incomunicación total.

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Cine enigmático, misterioso, sensual

Las cuatro historias que contienen esta película, más que contarse a fragmentos o en paralelo, parecen inmiscuirse unas en el interior de las otras, como una matrioska rusa que se abre y se cierra a conveniencia, que nunca explica su contenido de un modo obvio, literario o directo, sino que insinúa, se desliza, fluye con vehemencia entre sus personajes, ofreciendo poquísimas pistas al espectador para que se oriente en este laberinto. Pero lejos de inducir a la confusión, la estructura de ‘2046’, su arquitectura interior, se arma en base a los vericuetos emocionales de sus personajes, y por eso convoca la intuición del espectador, para que este arme su propia película en su imaginación. Para entendernos: su aparentemente caótica estructura es una invitación a que sea el espectador el que ordene los episodios, estableciendo su propia estructura y cadencia. Como los grandes artistas, Kar-wai quiere que el espectador se convierta en co-autor de la película.

De tal modo que los episodios parecen inconclusos, cercenados casi, como si fueran a prolongarse en una aventura mayor que nunca llega. Varias películas dentro de la película, y todas ellas qudan vivas en nuestro interior y es nuestra decisión decidir qué ocurrirá con ellos. El rodaje se alargó durante varios años, primero debido a la neumonía asiática, luego por la necesidad de Kar-wai de reelaborar gran parte del material inicial, gastando millones de dólares, reescribiendo las secuencias posteriores según los sentimientos que le provocasen las anteriores, en un ejercicio casi de suicidio estético del que sale victorioso. El resultado es un collage de una riqueza visual deslumbrante, que se olvida de ofrecer una trama al uso para regalar al espectador una experiencia sensorial extrema, empleando los temas musicales como motivos para que su imaginación vuele hasta territorios nunca antes vistos, que convierten a ‘2046’ en una película única.

El escritor Chow Mo-wan (Tony Leung) compone una novela que nunca consigue terminar, mientras se ve rodeado de mujeres de belleza extraordinaria (Faye Wong, Zhang Ziyi, Gong Li, Maggie Cheung y otras), las cuales nunca sabemos si son producto de su imaginación o mujeres reales, y con tan exiguo material “dramático”, el eminente cineasta asiático no aspira a un cine convencional, narrativo, sino a uno de otra clase, onírico, hipnótico, en el cada luz, cada color, cada reflejo, cada movimiento y cada corte de montaje buscan mover algo muy profundo de cada uno que se acerque a sus imágenes. Pletórico su director de fotografía, el ya legendario Christopher Doyle (de quien hablaremos dentro de poco), que ya en total complicidad con el director, y con ayuda de Pung-Leung Kwan, y del diseñador de producción William Chang Suk Ping, hacen realidad este sueño fílmico.

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Conclusión

Cine no narrativo, lírico y abstracto hasta niveles inimaginables, con el que Kar-wai se confirma como uno de los realizadores más valientes y misteriosos del cine actual, enamorado de su oficio y del cine, capaz de contar miles de cosas sin trama y casi sin personajes, haciendo de la imagen algo absoluto, y del sonido y de la música un motivo para que el espectador sea capaz de construir su propia película en el interior. Una película magistral.

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