'31', salvajadas sin sentido

'31', salvajadas sin sentido

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'31', salvajadas sin sentido

La música fue lo que dio a conocer al mundo a Rob Zombie, un artista muy particular que no tardó en cogerle el gusto al mundo del cine tras debutar en 2003 con la estimable ‘Los renegados del diablo' 'La casa de los 1000 cadáveres' (‘House of 1000 Corpses’). En ella se notaba tanto su pasión por el cine de terror como su capacidad para crear atmósferas enfermizas que compensaban en parte las limitaciones del guion escrito por él mismo.

Desde entonces había estrenado otros cuatro largometrajes en imagen real (en 2009 llegó de forma directa al mercado doméstico la producción animada ‘The Haunted World of El Superbeasto’) y ahora regresa con ‘31’, un título que le ha costado bastante sacar adelante. De hecho, tuvo que recurrir dos veces al crowdfunding y menos mal que no llegué a darle dinero alguno, porque estamos ante un desastre sin pies ni cabeza que echa mano de la salvajada como único hilo conductor. Por cierto, se proyecta desde hoy en el sitges">Festival de Sitges.

Mala y escasa de personalidad

31 Rob Zombie

Una de las claves para conseguir esa estimulante atmósfera en su ópera prima a la que, desde otras ópticas, ha seguido sacando partido en trabajos venideros es el cuidado que daba Zombie a la estética de sus películas, la cual puede llegar a canibalizar al propio contenido en determinados momentos. En sus trabajos más inspirados, eso era casi irrelevante, mientras que en los peores al menos había algo con fuerza personal a lo que agarrarse. Olvidaos de eso en ‘31’.

Es cierto que en ‘31’ el acabado visual tiene una gran importancia, pero también que se nota una despersonalización por parte de Zombie -es la película en la que menos deja su huella-, reforzando incluso la sensación de que la propia película no es más que un simple capricho con el que quería jugar con algunos viejos conocidos -Malcolm McDowell o su esposa Sheri Moon Zombie- y pasárselo bien dejándose llevar por el puro exceso. Hasta ahí todo cuadra con lo que podríamos esperar de su cine, pero ese salvajismo que define a la película pronto se revela burdo, buscando el impacto gratuito sin la intención de crear nada a su alrededor que le de sentido.

La propia historia de ‘31’ es tan escasa que se podría reducir a que unos aristas de circo son secuestrados para participar en un juego sádico en el que han de sobrevivir durante 12 horas al ataque de terribles amenazas. Sobre el papel, poco más que una variante hiperviolenta de la entretenida ‘Perseguido’ (‘The Running Man’), pero reduciéndolo todo a su mínima expresión y con la pega añadida de que esos primeros minutos dedicados a que conozcamos a las víctimas sólo consiguen que nos caigan todos bastante mal.

’31’, violencia porque sí

Imagen Pelicula 31

A partir de ahí os podéis olvidar de cualquier tipo de relato mínimamente construido, ya que Zombie lo apuesta todo a que la creciente brutalidad sea el único motor narrativo. Al menos es honesto y es algo que poco menos que confiesa al espectador durante su curioso prólogo, pero eso no es suficiente. Es verdad que siempre se agradece que una película traspase los límites impuestos de forma “invisible” por los cánones comerciales, pero hace falta más que eso.

La cuestión es que la historia no interesa cuando tenía elementos jugosos en los que explayarse -¿cómo se creó exactamente el juego?- en lugar de zanjarlos con un par de diálogos poco elaborados para centrarse en la matanza. Siendo justos, si viese una única escena, pensaría que eso puede ser interesante, pero cuando todo se vuelve lo mismo cansa. En algún caso de hablado de pornografía emocional para descalificar ciertas producciones, pues bien, aquí se podría cambiar eso por pornografía de la violencia y no iría nada desencaminado.

Esa sensación de repetición, que contagia a la película a todos los niveles -a eso me refería con lo de la despersonalización de la estética, ya que ‘31’ casi parece una más en ese aspecto, quizá por el escaso presupuesto que manejó Zombie en esta ocasión-, provoca que uno desconecte de forma completa de lo que sucede en pantalla y simplemente vea violencia sin sentido y provocación poco inspirada. Para transgredir también hace falta inteligencia y no un erróneo enfoque hacia la diversión.

En definitiva, ‘31’ es una pérdida de tiempo en la que lo único que merece la pena es ver una o dos escenas para ver hasta qué punto está dispuesta a estirar los límites en su forma de abordar la violencia, pero más allá de eso hay un molesto vacío que provoca que primero te aburres y después simplemente muestres indiferencia ante una propuesta supuestamente transgresora. El exceso por el exceso rara vez funciona y no estamos ante uno de esos casos.

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