'Acero puro', campeón robótico

'Acero puro', campeón robótico
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El valor es más fuerte que el acero.

Dejando a un lado los resultados en taquilla, uno de los claros protagonistas de 2011 (junto a Michael Fassbender o Jessica Chastain) ha sido Steven Spielberg. A lo largo del año se estrenaron dos películas dirigidas por él (‘Las aventuras de Tintín’, que ha fracasado en EE.UU., y ‘War Horse’, que llega a España en febrero) y cuatro en las que figuraba como productor; entre éstas se encuentra ‘Acero puro’ (‘Real Steel’), todavía en nuestras carteleras desde el pasado 2 de diciembre. Cuando le han preguntado a la gran estrella de la película, Hugh Jackman, qué le atrajo del guion, ante todo destaca el interés que mostró Spielberg y el espíritu de títulos como ‘E.T.’, de que no se trata solamente de ver acción con robots (”esto no es Transformers“ ha llegado a decir) sino que es la historia de un padre y un hijo (y un amigo-robot), en un entorno de ciencia-ficción.

Me sorprendió la escasa fortuna de ‘Acero puro’ con el público español (la mediocre ‘In Time’, también de ciencia-ficción y estrenada el mismo fin de semana, obtuvo más éxito), quizá el error fue no escuchar a Jackman y vender la película como un simple entretenimiento para fans de ‘Transformers’ (casualmente, también producida por Spielberg). No tienen nada que ver, son productos completamente distintos, buscan a un público distinto. Mientras que la infame trilogía de Michael Bay sobre los juguetes de Hasbro desea entusiasmar ante todo a los adolescentes y los amantes de los huecos productos repletos de ruido y efectos visuales (gente que, en definitiva, no tiene idea de cine ni le importa, pero es numerosa y llena salas), ‘Acero puro’ apuesta por una historia familiar como núcleo y excusa para un espectáculo de acción, buscando ser una peculiar mezcla entre propuestas como ‘Campeón’ o ‘Rocky’ y el cine fantástico dirigido y apadrinado por Spielberg. No logra todo lo que se propone, se amolda demasiado a los convencionalismos del cine industrial norteamericano (busca con desesperación recuperar los 100 millones que costó), pero sin duda cumple como un digno producto de entretenimiento para todos los públicos.

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Si os habéis pasado estos días por la sección de librería de cierta cadena de centros comerciales os habréis encontrado probablemente con una compilación de relatos escritos por Richard Matheson cuya portada es uno de los carteles de ‘Acero puro’. Y es que la película está inspirada en ‘Acero’, una historia corta del autor de ‘Soy leyenda’ que ya fue adaptada en un episodio de la famosa serie de televisión ‘En los límites de la realidad’ (‘The Twilight Zone’) con guion del propio Matheson y Lee Marvin en el papel principal. Del texto original ha quedado poco, apenas el punto de partida. El guion de John Gatins nos sitúa en un futuro cercano donde los robots han sustituido a los boxeadores humanos para ofrecer al público mayor intensidad y violencia. Con este panorama, la trama se centra en Charlie Kenton (Jackman), un púgil retirado y solitario que viaja de pueblo en pueblo con su robot de lucha buscando dinero fácil en combates de poca monta. Es un hombre arruinado, endeudado, que ha tocado fondo. Y aunque es presentado como un borracho que se alimenta de comida basura y no hace ni una flexión en toda la película, el tipo conserva sus músculos intactos. Ciencia ficción, claro.

Tras una absurda secuencia en la que el protagonista condena a su robot contra un toro salvaje (ejem), descubrimos que Charlie tiene un hijo del que no quería saber nada, Max (Dakota Goyo), el típico niño repelente que contesta mal y no hace caso. Charlie acepta quedarse con Max durante un tiempo a cambio de una sustanciosa cantidad de dinero (planos de Jackman al espectador: “qué egoísta soy, pero tengo buen corazón, luego mejoraré y pediré perdón”), y aunque al principio se llevan mal, pronto descubre que el chaval es un absoluto fan del boxeo y un genio con los robots. ¡Menuda suerte! Así comienza a fraguarse la previsible redención del protagonista a través de la típica reconciliación con su hijo, con el que llega a formar un exitoso equipo. Gracias a la valiosa experiencia como boxeador de Charlie (el actor se muestra convincente con los movimientos) y la inquebrantable ilusión del habilidoso Max, padre e hijo logran convertir a un desastroso robot de sparring en un prometedor candidato al título. Como lo fue Charlie en su momento, nos recuerdan y nos subrayan, entre lágrimas de emoción. La progresión y el desenlace de la película resultan muy previsibles, pero la excelente química entre Jackman y Goyo hace creíble la historia familiar que necesita Shawn Levy para hacer emocionante un combate final tan espectacular como repleto de clichés.

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Con un director de más talento, porque Levy es, recordemos, responsable de cosas como el remake de ‘La pantera rosa’ y las dos entregas de ‘Noche en el museo’, un simple peón en la industria de Hollywood, ‘Acero puro’ podría haber llegado más lejos y haber quedado como ese gran drama de acción que intenta ser, creo que la historia tenía mucho potencial. Resulta interesante la visión futura del mundo del boxeo, a pesar de que no se le saca mucho partido posiblemente para no molestar a los patrocinadores (eché en falta una crítica a la política de que vale todo para ganar audiencia), y está más o menos bien trazada la relación paternofilial, con un adulto egocéntrico obsesionado con ganar dinero para salir del pozo al que ha caído por sus propios errores, descubriendo valores y sentimientos olvidados gracias a esa versión en miniatura de sí mismo, que todavía cree en su padre. Sobra el romance metido con calzador entre los personajes de Jackman y Evangeline Lilly, cuyo prescindible personaje es usado para los habituales planos de forzada emoción que se insertan durante los combates, torpemente, pues llegan a romper la magia del momento. Como era de esperar, tanto el diseño de producción como los efectos visuales son impecables, siendo un acierto haber construido los robots realmente en lugar de depender solo de creaciones informáticas, lo que añade un plus a una película que se ve con agrado pese a su excesiva duración. Para ver en familia, con críos, no está nada mal.

2,5

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