Alfred Hitchcock: 'Topaz', el film maldito

Alfred Hitchcock: 'Topaz', el film maldito
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En los años sesenta Hollywood estaba padeciendo una histórica crisis a tener del auge de la televisión; las viejas estrellas empezaban a desaparecer, y directores como Hitchcock se encontraban en una encrucijada. Tras el éxito de ‘Cortina rasgada’ (‘Torn Curtain’, 1966), el director británico quiso realizar un film sobre un asesino psicópata, cuya historia guardaba demasiados paralelismos con ‘Psicosis’ (‘Psycho’, 1960), así que la desestimó en beneficio de ‘Topaz’ (id, 1969), que la Universal le encargó, dada la popularidad de la novela de Leon Uris.

El propio Uris empezó a escribir el guión de la película, pero debido a las famosas diferencias creativas con el director, éste enseguida le sustituyó por Samuel A. Taylor. La historia, de espionaje, contiene un claro mensaje anticomunista, algo que nunca fue del agrado de Hitchcock puesto que en la medida de lo posible siempre procuró evitar la política en sus películas. El personaje central, con claras reminiscencias de 007, fue ofrecido a Sean Connery, quien lo rechazó porque estaba interesado en desvincularse lo más posible de su imagen del agente secreto.

‘Topaz’ encuadra su argumento en el contexto de la famosa crisis de los misiles cubanos en 1962, y en él tenemos a un agente secreto de la inteligencia francesa, papel a cargo de Frederick Stafford, que se verá envuelto en toda una intriga de espionaje al desertar un alto mando soviético que desvela una información muy peligrosa. El nombre Topaz aparece en ella y se trata de una organización de espías en la que están metidos dos importantes políticos franceses. Antes de ello, Andre Deveraux (Stafford) se verá envuelto en dos acciones en la embajada cubana en Paris, y en la misma Cuba.

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El amor en el subtexto

Sin embargo, y a pesar de que las secuencias de suspense y acción están muy logradas, sobre todo la de la embajada cubana, da la impresión de que Hitchcock utiliza toda la intriga de espionaje para narrar una historia de amor a nada menos que cinco bandas, reflejando con ello lo dura que es la vida personal para un espía. Nada de glamour y todo totalmente alejado de la típica imagen de espía que, precisamente un actor como Sean Connery se había encargado de difundir. Stafford, actor quizá menos adecuado que sin embargo posee un rostro que define muy bien la amargura y tristeza del espía.

De esta forma Hitchcock va introduciendo sorpresas argumentales en cuanto a la parte de la intriga de espionaje, y a la par las distintas partes de un quinteto amoroso con peligrosas consecuencias. Andre está casado con una mujer que le recrimina su peligroso trabajo, al mismo tiempo tiene una amante, Juanita de Córdoba (Karin Dor), quien a su vez es objeto de deseo del militar Rico Parra –un muy entregado y convincente John Vernon−. Para redondear la jugada, la mujer de André mantiene un affaire con un alto cargo francés, cabecilla de Topaz, personaje a cargo de Michel Piccoli.

Tanta bifurcación en las relaciones amorosas posee dos puntos álgidos en el film. Uno es cuando Rico descubre que la jefa de la resistencia cubana es su amada Juanita. Dolido en lo más profundo de sus ser por algo que considera alta traición acaba con la vida de Juanita sabiendo que si le deja con vida le harán cosas horribles a su cuerpo. Un disparo inesperado es la liberación de ambos personajes, del fin de una historia de amor, y un plano cenital del asesinato una de las secuencias más poderosas del cine de Hitchcock. El otro punto es cuando la mujer de André debe desvelar su nido de amor al descubrir que su amante es el traidor.

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Un final que no está a la altura

Así pues, amor e intereses de índole política, se enfrentan sin piedad en un film que posee un ritmo envidiable y que jamás se torna aburrido. El problema reside en su tramo final, cuando Hitchcock no supo qué final ponerle a la película. El que se exhibió en medio mundo condenaba la acción del traidor francés y hacía que éste se suicidase mientras vemos un encadenado de todas las muertes acaecidas durante la película, una decisión tan fácil como cuestionable, hay que condenar la traición. Sin embargo existen dos finales más que el director filmó; uno de ellos el más apropiado y otro absolutamente delirante.

Uno enfrentaba en un duelo a pistola a André con Jacques Granville (Piccoli), algo realmente alucinante de ver –viene como extra en la edición en DVD del film−, Hitchcock sostenía que era a cerca del honor, algo que las nuevas audiencias no encajarían ni aceptarían, dadas las risotadas que se produjeron en los pases previos al estreno. El otro mostraba a Granville huyendo de las autoridades francesas rumbo a su refugio en la Unión Soviética y despidiéndose de André con risa burlona. Mucho más acertado y acorde con el film. El mal sigue libre.

‘Topaz’ fue el fracaso más grande en la carrera de Hitchcock, en mi opinión absolutamente inmerecido. Una película maldita que el paso del tiempo se ha encargado de colocar en su justo lugar. Un entretenimiento de primera con secuencias portentosas y que vierte una melancólica mirada sobre el trabajo de espía. Un film casi elegante que contrastaría con el siguiente trabajo del director, su más retorcido y perverso trabajo.

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