Animación | Cuatro décadas de cine de "dibujitos"

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Animación | Cuatro décadas de cine de "dibujitos"

Decía ayer en la entrada que servía para introducir este nuevo ciclo sobre cine de animación con el que hoy arrancamos, que los tres primeros artículos dedicados a repasar lo más granado que nos ha dejado el "género" a lo largo de sus muchas décadas de existencia iban a ser especiales por cuanto, en lugar de centrarse en un título en concreto como pasará dentro de tres semanas, íbamos a dedicarlas a un repaso general de varias décadas de historia del cine de dibujos animados destacando en cada una de ellas un pequeño puñado de producciones de referencia dentro de esta particular y compleja forma de hacer cine.

Una forma que más allá de las fronteras de Disney no siempre se ha orientado —como veremos— hacia los "más pequeños de la casa" y que, con unos orígenes que cabría remontar al antiguo Egipto y, en modos más cercanos a lo que entendemos hoy por animación, en aquella linterna mágica de mediados del s.XVII, en el Thaumatrope que hacía las delicias de los niños a comienzos del XIX o en los "flip books" que prefiguraban lo que después sería la técnica de los artistas del género, encontrará su primer ejemplo en el cine tan pronto como en 1906 con el corto titulado 'Humorous Phases of Funny Faces' dirigido por James Stuart Blackton, considerado el padre de cine de animación.

De los orígenes a 'Blancanieves'

Con abundantes ejemplos que citar de pequeñas muestras que irían conformando poco a poco los tempranos cimientos sobre los que terminaría sustentándose el arte de la animación, no podemos hacer recuento de lo que los comienzos del género ofrecieron a los espectadores de hace cien años y no mencionar al minuto y quince segundos del 'Fantasmagorie' que otro pionero de esta vertiente del séptimo arte, Émile Cohl, rodaba en 1908, o, por supuesto, a la Gertie con la que Winsor McCay —el creador de esa obra maestra del noveno arte que es 'Little Nemo en Slumberland'— sorprendía a propios y extraños en 1914.

Marcado a fuego el género con la fundación en 1924 de cierta compañía dirigida por un tal Walt Disney y, diez años más tarde por el arranque de la sección de animación de la Warner Bros., que el estreno de 'Blancanieves y los siete enanitos' ('Snowhite and the Seven Dwarfs', David Hand, 1937) sea considerado por muchos como el del primer largometraje animado de la historia del cine es un pequeño error cuando en las dos décadas previas a la revolución que supuso la adaptación Disney del cuento de los Hermanos Grimm llegaron a ver la luz, a ambos lados del Atlántico, hasta siete producciones de dibujos en movimiento.

Perdidas las dos más antiguas —sendas producciones argentinas— es la alemana 'Die Abenteuer des Prinzen Achmed' ( Lotte Reiniger, 1926) la muestra más vetusta de largometraje animado que se conserva. Una muestra a la que siguen en orden cronológico la francesa 'Le Roman de Renard' (Ladislas Starevich, 1930) y la rusa 'Novyy Gullivyer' (Aleksandr Ptushko, 1935) todas ellas rodadas con la técnica de stop-motion y ejemplos claros, junto a otros desarrollados en el lejano oriente —tanto en China como en Japón— de que la inclinación hacia la animación era algo que ha estado presente en el séptimo arte desde su nacimiento.

'Los viajes de Gulliver' y los estudios Fleischer

Gulliver Poster

Debido a la inmensa cantidad de títulos que comenzaron a aparecer a escala mundial haciéndose eco de la asombrosa acogida y repercusión que tuvo 'Blancanieves...', resumir en pocas líneas lo que el panorama global de la animación comenzó a desarrollar desde finales de los años treinta hasta finales de los cuarenta resulta, como poco, complicado en extremo. Es por ello que, más que dedicarme a citar uno tras otro los innumerables títulos que fueron apareciendo durante los años que seguirían al estreno del filme de Disney, centraré mi atención en un título fundamental para entender lo que ofrecía el cine de dibujos animados de hace ocho décadas.

Un título éste que nace bajo un sello que podría haber llegado a hacer sombra a la casa de Mickey Mouse sino fuera porque las indiscreciones privadas de una de sus dos cabezas más visibles terminaron acarreando el cierre y absorción de la compañía por parte de Paramount: fundado en 1921 por Dave y Max Fleischer y con una actividad que se prolongaría durante 21 años hasta que la major obligó a su cierre, los estudios Fleischer fueron los responsables, entre otras cosas, de poner en entredicho la popularidad del ratón creado por Walt Disney gracias a aquella que alcanzaron dos de sus personajes más legendarios, Betty Boop y la versión animada del Popeye de E.C.Segar.

Añadiendo a ellos los contados y magníficos episodios de Superman que llevarían a cabo entre 1941 y 1942 —y que supondrían el canto del cisne de su trayectoria debido, al margen de lo comentado anteriormente, al alto coste de producción de cada capítulo y al fracaso asociado al ataque de Pearl Harbor que fue el segundo largometraje de la compañía—, los hermanos Fleischer nos ofrecían en 1939 la rápida y clara respuesta a 'Blancanieves...' en la adaptación del capítulo dedicado a la tierra de Lilliput que ofrecía las aventuras del Gulliver que Jonathan Swift publicaba a comienzos del s.XVIII.

Aún con un ritmo espléndido y con un sentido del humor que bebe ampliamente del slapstick y que entronca a la perfección con los gustos de la época, 'Los viajes de Gulliver' ('Gulliver's Travels', Dave Fleischer, 1939) deja claro a lo largo de su metraje que la influencia de los postulados de 'Blancanieves...' en su elaboración pesó en exceso sobre los animadores del estudio, algo que se nota, para empezar, en que la totalidad de los diseños de los Lilliputienses —a excepción hecha de los de la princesa de Lilliput y el príncipe de Blefuscu— respondan de forma íntima a los mismos parámetros sobre los que se desarrollaron los siete enanitos de la producción Disney.

Es más, es que sobre la producción de los Fleischer sobrevuela la sensación de que lo que aquí vemos —que, por cierto, se encuentra muy por debajo del cuento Disney— no es más que la iteración en muchos momentos de lo que "tito Walt" había ya desarrollado con sus 'Silly Symphonies". Una sensación derivada tanto por el alocado movimiento que se imprime a los personajes como por la abundancia de canciones tan propia de la competencia —y de la época— y que, unida a la cualidad del acabado de la animación, no deja duda alguna acerca de aquello a lo que aspiraban los hermanos a la hora de producir éste largometraje.

De todas formas, dejando de lado las evidentes concomitancias entre uno y otro producto, es 'Los viajes de Gulliver' uno de esos filmes que uno ve múltiples veces siendo un enano y termina conformándose como puntal fundamental del bagaje cinematográfico que arrastra a sus casi cuarenta años. Tanto es así, que después de haber pasado tranquilamente entre cinco y seis lustros sin revisarla, recordaba hasta el último detalle —pegadiza tonadilla principal incluida— de este espléndido y gracioso entretenimiento cuyo éxito en Estados Unidos podía haber supuesto el comienzo de una carrera que. quién sabe, podría haber llegado a nuestros días en paralelo a la de Disney.

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