'Apocalypto', la caza del hombre

'Apocalypto', la caza del hombre
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¡Soy garra de Jaguar y soy cazador! ¡Y mis hijos cazarán en este bosque después de mí!

-Garra de Jaguar

La imagen que abre este post define perfectamente la esencia de ‘Apocalypto’: cinética en estado puro, movimiento perpetuo de los personajes, sin tregua, siempre hacia delante. Quizá es ésta la definición perfecta del buen cine de aventuras. Y es que el film dirigido por Mel Gibson es puro espectáculo arrollador, de los que hacen que la platea vibre con las andanzas de sus personajes y sufra ante su incierto destino. Esto que parece tan obvio, se ha convertido en una especie de quimera dentro del panorama actual del cine de acción, postrado ante el dios de los efectos especiales y confundido hace tiempo ya el ritmo con la sucesión espasmódica de planos y más planos. Por eso cobran más valor cintas como ésta, que recuperan la dignidad de un género arrastrado por el barro demasiadas veces. El bajito actor australiano vuelve a demostrar que sabe de qué va esto del cine, le pese a quien le pese.

No corren buenos tiempos para Mel Gibson. Sus excesos verbales y su errática conducta han conseguido que la industria hollywoodiense dé la espalda a uno de sus mayores activos. El tipo que no hace tanto convertía en oro todo lo que tocaba, se ha convertido en un apestado. ¿No me creéis? Su ansiado y apetecible proyecto sobre vikingos ha quedado aplazado sine die tras la deserción de Leonardo DiCaprio; la última película de su amiga Jodie Foster, protagonizada por él mismo no consigue ver la luz y por si fuera poco, el elenco de ‘Resacón en las Vegas 2’ que se encuentra en pleno rodaje, ha vetado la presencia del actor, siendo sustituído por Liam Neeson. Sería una lástima que viera su carrera truncada por su conducta fuera de las pantallas. Pero como esto es un blog de cine, obviemos el carácter del señor Gibson y vayamos a lo que realmente importa: su obra.

Nos encontramos en lo más profundo de la américa precolombina. La primera escena recuerda poderosamente a la que abre ‘Ciudad de Dios’ (‘Cidade de deus’, Fernando Meirelles, 2002): una cámara frenética sigue a ras de suelo a un tapir —como la gallina del film brasileño— perseguido por una tribu de indígenas maya. La persecución termina brutalmente, pero suavizada por las risas de los miembros de la tribu. Mel Gibson nos recuerda que es éste un mundo muy distinto al nuestro y conceptos como la crueldad, no poseen el mismo significado. La violencia es implícita a la vida, y no se concibe la una sin la otra. Por otra parte, el escenario es de una exhuberancia total. En un mundo donde los placeres son cada vez más virtuales, la fisicidad y sensualidad de ‘Apocalypto’ sumergen al espectador en un espectáculo sensorial de primer orden. También ayuda a la inmersión la decisión del director de respetar el dialecto original de los mayas —opción adoptada también en ‘La Pasión de Cristo’, utilizando en aquella ocasión el latín, hebreo y arameo—.

La estructura del film es harto sencilla —que no simple, ojo, que se lo digan si no a Clint Eastwood—: tras unos primeros veinte minutos en los que conoceremos a los protagonistas y y su entorno —una primitiva y humilde aldea en medio de la selva— pronto se presenta el conflicto: una salvaje tribu rival asalta el poblado diezmando a la población y capturando al resto —salvo a los niños, que quedarán abandonados a su propia suerte en una desgarradora escena—. Los cautivos serán vendidos como esclavos o directamente ofrecidos como sacrificios humanos al dios Kukulkan. La huída del protagonista de su funesto destino centrará la segunda parte de una película honesta como pocas: da lo que promete, y con creces.

El trayecto de los indios convertidos en esclavos hasta su destino final —una ominosa pirámide desde cuya cumbre ruedan cabezas humanas y rodeada por masas de enfervorecidos creyentes— muestra al espectador un mundo ya extinguido, extraño, hostil y tan distinto a todo lo que conocemos, que la sensación es la misma que provocaría un viaje por Marte. La ambientación del film en esta parte es brutal, y también lo más criticado. Los historiadores pusieron el grito en el cielo por la multitud de incorreciones históricas que presenta la película, y sobre todo, con la manera tan sanguinaria de presentar a la cultura maya, un pueblo realmente muy adelantado a su tiempo y mucho más civilizado de lo que muestra Mel. Pero no hay que olvidar que esto es cine de espectáculo, no un documental antropológico, y el director simplemente coge las partes que le parecen pertinentes para contar su historia, magnificando unas y eclipsando otras. Ningún film es inocente, y éste tampoco lo es, pero reconozco que me rindo ante el ruido y la furia del relato y me olvido de posibles afrentas históricas. Mea culpa.

La segunda parte de ‘Apocalypto’ consiste en una brutal caza del hombre, lo que la emparenta con clásicos como ‘El malvado Zaroff’ (‘The Most Dangerous Game’, Ernest B. Schoedsack, Irving Pichel, 1932) o ‘La presa desnuda’ (‘The Naked Prey’, Cornel Wilde, 1966). Aquí la naturaleza se erige como protagonista absoluta y el protagonista se aprovecha de su conocimiento del medio para hacer frente a sus captores. El relato mete la directa y la pantalla se convierte en un frenesí de cataratas, fieras salvajes, arenas movedizas y trampas mortales. La cámara adopta muchas veces el punto de vista de sus frenéticos personajes y el patio de butacas se convierte en una montaña rusa. That’s entertaiment!. Como gimmick final, Mel Gibson nos descubre que estamos ante el relato del fin de una era, de un mundo, y el final feliz se tiñe de amargura. El director cede el testigo al Terrence Malick de ‘El nuevo mundo’ (‘The New World’, 2005) y salimos del cine zarandeados. Como tiene que ser.

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‘Apocalypto’, menuda estupidez. Y, encima, aburrida

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