'Australia', el cine perdido

'Australia', el cine perdido
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Baz Luhrmann consiguió sonados éxitos con sus dos anteriores películas, ‘Romeo + Julieta’ y ‘Moulin Rouge’. Servidor no aguanta la primera, capaz de estropear una de las más grandes historias de amor jamás contadas (fuente de inspiración de forma masiva), y la segunda me parece mucho mejor, sobre todo por la excelente labor de los actores, o la divertida osadía de utilizar canciones en un popurrí, a ratos genial, a ratos exagerado. No obstante, ambas eran una mezcla de clichés, adornadas con la supuesta fuerza visual de Lurhmann, que intentaban paliar las más que evidentes carencias de las propuestas.

Con ‘Australia’, Luhrmann pretende esta vez rendir homenaje a un tipo de cine ya muerto. Una operación parecida a la que realizó James Cameron con su impresionante ‘Titanic’. Un melodrama como los de antes, con sus dosis de aventura y romance, pasado, cómo no, por el prisma de un director, ahora sí, ahogado en sus propias limitaciones, descubiertas por su incapacidad de transmitir algo a través de unas imágenes vistosas, pero carentes de toda fuerza.

‘Australia’ narra la historia de una aristócrata inglesa que viaja al país del título, donde su marido posee un importante rancho que herederará ella. Se aliará con un vaquero, de espíritu libre, para que le ayude a trasladar todo su ganado a Darwin, y poder competir con aquellos que se quieren hacer con su rancho. El viaje será largo y angosto, pero la competencia ganadera no será lo único contra lo que tengan que luchar. La Segunda Guerra Mundial está a punto de empezar.

La sombra del film de Cameron es larga. Historia de amor, marco en el que ocurren varias desgracias, y mucho dinero. Que éste se vea en pantalla, que el espectador abra la boca de asombro, y los más veteranos, que se encuentren de nuevo con un tipo de películas, perdidas en algún rincón de nuestra memoria cinéfila. Pero Luhrmann no es Cameron, y ni de lejos es uno de aquellos artesanos del cine clásico, que convertían una superproducción en todo un manjar para los sentidos. Luhrmann se pierde entre tanta referencia a ese tipo de films, y su actualización, o puesta al día, no funciona. Uno no deja de salir de su asombro, a lo largo de las más de dos horas y media de metraje, pues en el film de Luhrmann no hay ni un sólo elemento novedoso. Ni en su trama, ni en sus interpretaciones, ni en su realización. Tema aparte es cómo han intentado vendernos este pastiche, pero eso no va ligado a la calidad de la película, sino a su campaña de publicidad. En los USA no ha colado, y por aquí parece ser que hemos picado con más facilidad.

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Luhrmann necesita empezar la película dos veces, por culpa de un flashback que presenta a los dos personajes centrales de forma harto artificiosa. No es más que una de las armas, por así llamarlas, del director para alargar innecesariamente la película, y apuntarse así a esa dichosa manía en el cine actual de que todas las películas con etiqueta de importante tengan que sobrepasar las dos horas, cuanto más mejor. Atravesando este viaje que Luhrmann nos presenta en un caro envoltorio, podemos ser testigos de los bellos paisajes de un continente bastante desconocido para muchos. La belleza de los mismos está excelentemente fotografíada, pero en los tiempos que corren, si una película de estas características, la fotografía no es como mínimo buena, es mejor salir corriendo (y mejor hubiera sido así). El drama, largamente retrasado, llega en un bloque en el que al director le da por rodar de nuevo ese despropósito titulado ‘Pearl Harbour’, con aviones a ralenti en plan Michael Bay (verlo para creerlo), y todos los conflictos que son presentados antes los personajes, parecen seguir un manual. Todo en ‘Australia’ está estratégicamente colocado. Cada escena, cada giro de guión, cada muerte, cada descubrimiento, cada nuevo conflicto, no son más que clichés habilidosamente insertados para intentar emocionar al público.

Los personajes tampoco se libran de la quema. Ni uno solo tiene un mínimo de riqueza o interés, y todo cuanto les pase entra de lleno en lo previsible. En cuanto a los actores, más de lo mismo. Nicole Kidman es incapaz de hacer creíble su personaje. Hugh Jackman tiene que arreglárselas para ser una mezcla de aventurero en plan Indiana Jones, un cowboy y un galán. Llama la atención que Luhrmann aproveche su parecido físico con Clint Eastwood, y si no, fijaos en su entrada en escena. Bryan Brown y David Wenham dan vida a dos villanos, padre e hijo, que terminan resultando parodias de sí mismos. Brandon Walters podría suponer el descubrimiento de la película, un niño con un encanto natural que se come el resto. Es una pena que su personaje parezca un descendiente directo del de ‘El libro de la selva’. No en vano, las referencias a Rudyard Kipling son innegables, no sólo por eso, sino porque a los iluminados guionistas se les ha ocurrido la brillante idea de llamar a uno de los personajes secundarios con el apellido del insigne escritor.

‘Australia’ es larga, aburrida, torpe (atención al uso de las elipsis, con las que se soluciona de un plumazo algunas cosas, o cómo Luhrmann acerca la cámara, la aleja, la vuelve a cercar, y el montaje es un caos). Le hace un flaco favor al gran cine espectáculo de antaño (encabezado por David Lean, al que el director de ésta pretende emular en más de una ocasión), dando gato por liebre, y engañando al espectador despistado que apenas conozca este tipo de cine.

Para terminar el 2008 en armonía con lo que éste nos ha dejado, en líneas generales: mediocridad absoluta. Y en este caso, mucho menos que eso.

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