'Babadook', nuestros miedos

'Babadook', nuestros miedos
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‘Babadook’ (The Babadook’, Jennifer Kent, 2014) ha llegado a nuestro país precedida de unas críticas extraordinarias y sentencias del tipo “la mejor película de terror en años”. Su publicidad en nuestras televisiones, bastante abundante, no deja de repetir una y otra vez lo mismo. Pero la ópera prima de Kent, que se basa en un cortometraje titulado ‘Monster’ (id, 2005) es mucho más que una película de terror, género sobre al que se acerca y se aleja en determinadas ocasiones, provocando aún mayor inquietud.

El trabajo de la australiana, que en la pasada edición del Festival de Sitges obtuvo los premios del jurado y mejor actriz, se alimenta de un género que ahora parece renovado por directores como James Wan, el último gurú del miedo con trabajos como ‘Expediente Warren. The Conjuring’ (‘The Conjuring’, 2013), y edifica su portentoso relato partiendo de influencias muy bien asimiladas, y también expuestas de forma sutil. No es de extrañar que directores que William Friedkin –no tenemos que recordar qué famosa película dirigió− hayan declarado que ‘Babadook’ es el film más terrorífico que ha visto.

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(From here to the end, Spoilers) Los consabidos homenajes ya comentados por todos, como por ejemplo ‘El resplandor’ (‘The Shinning’, Stanley Kubrick, 1980) o ‘La semilla de diablo’ (‘The Rosemary’s Baby’, Roman Polanski, 1968), forman parte de la estructura de la película, que parte de la desgracia personal de una madre y su hijo por la muerte del marido/progenitor, hecho que marcará la existencia de ambos en una de las relaciones materno filiales más desquiciantes, sorprendentes y terribles que ha dado el cine, un cuento que utiliza los clásicos miedos, el clásico monstruo como alegoría de traumas pasados que deben ser encerrados en un sótano y alimentados de vez en cuando.

‘Babadook’ juega todo el rato con la ambivalencia. En una primera parte, antes de que todo el festival de efectos explote, asistimos a una madre preocupada por su insoportable hijo –demoledor trabajo infantil del debutante Noah Wiseman, que logra hacer su personaje odioso para más tarde sentir piedad por él−, mientras retazos de su personalidad oculta van apareciendo de improviso, por ejemplo, la reacción ante sus amigas. Cuando el trauma se apodera del personaje, y con ello el monstruo de la función, ‘Babadook’ es todo un tour de force cinematográfico con tres ejes fundamentales: una directora y dos actores.

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Kent, Davis, Wiseman y el origen

La puesta en escena de Kent no abusa en ningún momentos de efectismos inútiles que sólo sirven para marear y estorbar la atención del espectador, aprovecha todas y cada una de las posibilidades de un relato que, sobre el papel, parece uno más sobre fantasma o monstruo que invade las vidas de los personajes. Momentos como el del coche, con esa presencia invisible sobre el techo, tan sugerente como escalofriante, o el instante, para mí, más terrorífico del film, aquel en que una chimenea, un sombrero y un abrigo se adentran en nuestro imaginario, recordando miedos ancestrales y populares.

Además de esa sobriedad narrativa, en la que Kent maneja con inusitada pericia instantes como el del chaval siendo arrastrado escaleras arriba, ‘Babadook’ brilla con intensidad en las interpretaciones del citado chaval, y una muy poderosa Essie Davis, que ofrece, sin exagerar, una de las mejores interpretaciones femeninas vistas en mucho tiempo. Si el cambio en el niño se produce con precisión, el cambio hacia el puro terror en el personaje de la madre alcanza momentos escalofriantes. Basta la discusión de la cocina, en la que ella porta un gran cuchillo, para que este personaje no se nos borre de la mente, esa con la que juegan en todo momento en la película.

Y a todo lo comentado por mi compañero Mikel, o en textazos como este de Manu Argüelles, sólo me resta añadir una de las influencias más disimuladas y escondidas del film: ‘Suspense’ (‘The Innocents’, Jack Clayton, 1960) –sin duda el film que recoge el miedo en su pura esencia− y que se adentra sin piedad en la mente de una institutriz, fácilmente impresionable. La siempre difícil relación entre adultos y niños, la mente que libera nuestros traumas a través de monstruos, o fantasmas, que en este caso evocan los inicios del cine, en un sentido homenaje que alcanza instantes tan inquietantes como el de la comisaría. Una presencia y las manos de la protagonista son la clave, a través de un encuadre portentoso, el cual nos lleva a recordar, en otro juego mental, el anagrama que supone el título de "A Bad Book".

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