'Batman Forever', un murciélago de luz y de color

'Batman Forever', un murciélago de luz y de color
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Los murciélagos no son roedores, doctora.

Bruce Wayne (Val Kilmer) alias Batman se enfrenta a la amenaza de Harvey Dent, alias Dos Caras (Tommy Lee Jones) y a la del enloquecido Ed Nygma (Jim Carrey). Dividido por la pasión que siente por la doctora Chase Meridian (Nicole Kidman), encontrara en el acróbata Richard Grayson (Chris O'Donnell) un inesperado compañero.

Debo decir que recordaba con mayor euforia esta película. La defendí en su día, de hecho. Mi sorpresa ha sido tremenda cuando al revisar 'Batman Forever' (id, 1995) he quedado aplastado, incluso sepultado, en un tremendo aburrimiento y en el que todas sus arritmias han resplandecido como nunca.

A diferencia del fan medio, no siento especial simpatía por las versiones de Tim Burton, pareciéndome las dos una considerable bajona, por no decirlo en términos mucho más estrictos o crueles, y llamarlas superproducciones desesperantes que es lo que son cuando Jack Nicholson o Michelle Pfeiffer o el diseño de producción abandonan el plano. Director inepto e ineficiente para las cuestiones de acción más elementales, sus versiones del superhéroe han quedado como anecdóticas.

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Comentaba Iván Mazón en la revisión de esta película que el problema de esta película es que todos los actores parecen, en general, muy perdidos con la sonora excepción de Jim Carrey, el único que parece haber leído tebeos de Batman de los años sesenta y haberlos disfrutado serenamente.

Porque el problema de la película de Joel Schumacher no es que sea una versión divertida del murciélago. Hay en la red una especie de fan carente de humor, más bien serio e incomprendido, que camina con tormento y amargura y amenaza con destruir a los lectores lúdicos de una mitología tan vasta (y en realidad, tan poco seria) como la del hombre murciélago. Así que, dígamoslo claro, el problema de la película es su notoria arritmia que combina mal con el guión, repleto de chistes, firmado por Lee Scott-Batchler, Janet Scott-Batchler y Akiva Goldsman.

De hecho, los diálogos son divertidísimos y en ellos se mezcla un feliz sentido del humor con saludables guiños al aficionado. El problema de Schumacher es que no dosifica el tono de su película. Toda ella, que fue supervisada por un Burton en labores de productor ejecutivo, añade colores a la ciudad gótica antaño nocturna y solamente bañada por la nieve, pero no añade pausas.

Tommy Lee Jones parece estar exagerando una diversión que el público jamás alcanza y las set-pieces nunca funcionan más que como constatación de la arritmia. Así que el problema no es el humor sino el tono en el que lo asombroso no es tal, sino un añadido.

Es cierto que todos sus detalles la hacen más defendible que la siguiente versión de la saga, la más defenestrada aunque no necesariamente tan terrible como parece (es tan aburrida como esta) y tampoco criticable por su estética obviamente gay. Los problemas de este director fue que aplicó una capa de cine espectáculo colorista pero sin chispa, ironía o mala baba y con demasiado cálculo y poco y verdadero sentido del desmelene.

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Val Kilmer tiene muy pocas líneas de guión con las que trabajar un registro bufo o ajustado, y solamente Nicole Kidman, de damisela en apuros con líneas sencillamente delirantes, destaca en el bando de los buenos. El resto es puntualmente divertido, pero rara vez atractivo y lleno de inventiva visual, siendo Schumacher pesadumbroso en sus continuados zooms y su mezcolanza de efectos digitales y aparatosos decorados, llenos de luces de refuerzo, que desaprovechan al siempre interesante Stephen Goldblatt en labores de iluminación.

Es por ello que revisar esta película exige hoy mucha paciencia y se obtiene escaso interés.

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