'Blackhat - Amenaza en la red', la invisibilidad de Mann

'Blackhat - Amenaza en la red', la invisibilidad de Mann

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'Blackhat - Amenaza en la red', la invisibilidad de Mann

‘Blackhat – Amenaza en la red’ (‘Blackhat’, Michael Mann, 2014) ha pasado por las carteleras de medio mundo con más pena que gloria. A tres meses de su estreno español se ha olvidado por completo, siguiendo así la actual moda de consumo inmediato y olvido rápido, algo por lo que no me extraña un casi general desprecio hacia una película que recupera al mejor Michael Mann, a quien hace años se le consideraba el maestro del neo-thriller, y ahora la cosa evoluciona hacia el cyber-thriller.

Un film de acción con un esquema argumental perfectamente reconocible, siguiendo con respeto los elementos del género, y reconociendo el propio pasado del director en imágenes digitales que se muestran más vivas que nunca en una declaración de intenciones tan sutil como fascinante. Puro nervio que parte, muy inteligentemente, de una de las lecturas del protagonista, ‘Vigilar y castigar’ de Michel Foucault, y que habla sobre el poder ejercido desde la invisibilidad, algo que el protagonista de ‘Blackhat’ busca desesperadamente.

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La primera secuencia de la película es algo que hemos visto muchas veces en el cine de los últimos años. Un plano aéreo sobre la Tierra que va cerrándose hasta penetrar en el interior de un ordenador, y a partir de ahí recorrer el inmenso mundo virtual. Una señal que recorre infinidad de lugares y recovecos de ese “mundo”, encontrándose con miles de impedimentos y barreras a sortear hasta llegar al lugar que provocará toda la trama empezando por la liberación de uno de los mejores hackers del planeta, Nick Hathaway, personaje a cargo de Chris Hemsworth, que pasa así a formar parte de la galería de héroes solitarios del cine de Mann.

Héroes que, como en este caso, buscan en parte la invisibilidad antes citada en un mundo cada vez más cerca del control absoluto, y que, en un momento dado, se enfrentan a la posibilidad de la pérdida al encontrar en su camino una mujer de la que se enamoran, al entender, cómo no, su forma de vida. Así Hathaway está en continuo movimiento y dudas persistentes sobre qué camino tomar, sólo o acompañado. Un muy buen detalle que no hace más que explorar argumentalmente la secuencia inicial comentada.

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Puro Michael Mann

‘Blackhat’ es una extensión de ese mini prólogo. Los personajes, a uno y otro lado de la ley, si es que tal invento sirve para diferenciar algo, van y vienen en su búsqueda de un terrorista prácticamente invisible que tiene en jaque a varios gobiernos, viajan a varios países, cual película de James Bond, y se pierden en persecuciones y enfrentamientos varios por complicadas calles llenas de gente y recovecos, y muchas veces sin salida. Como esa señal que navega por la red en busca de su objetivo burlando una y otra vez los sistemas, Hathaway con su equipo vive lo mismo en la vida física, donde Mann se luce como perfecto creador de atmósferas y set pieces de acción brutales.

Así de las varias secuencias potentes que ‘Blackhat’ nos ofrece, como por ejemplo la final, cuerpo a cuerpo y con una violencia que se echaba de menos en los films de acción estadounidenses, brilla a gran altura también aquella en la que el grupo se separa en un enfrentamiento contra el principal lacayo del villano. Mientras un equipo de asalto se enfrenta a tiros con los malvados de turno, Hathaway y varios hombres corren por un laberinto de calles y contenedores para encontrarse con una sorpresa final de enorme coherencia con lo que se narra.

‘Blackhat’ es puro Michael Mann, capaz de subvertir el género, y estar muy por encima del guión del debutante Morgan Davis Foehl –hasta ahora asistente de montaje de un par de títulos con Adam Sandler− que no ofrece nada nuevo bajo el sol, pero que en las manos de Mann adquiere una dimensión más grande, y trágica, de la que parece a simple vista. Mann aleja su cámara en su retrato sobre las ciudades nocturnas que filma, y la acerca, como siempre, a sus personajes, siendo el perfecto orquestador que casi convierte en poesía –con toda esa impresionante mezcla de imagen y música− lo narrado, demostrando una vez más que la forma es el fondo.

Qué curioso que esa invisibilidad que persigue Hathaway la ha conseguido Michael Mann con su última película. Ante muchos ojos que prefieren otro tipo de juegos y la necesidad de ver/usar etiquetas.

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