Cine en el salón: 'Fievel y el nuevo mundo', la grandeza de Don Bluth (II)

Cine en el salón: 'Fievel y el nuevo mundo', la grandeza de Don Bluth (II)
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Hazme algo parecido a lo que hiciste con 'NIMH'...pero hazlo más bonito

Con estas palabras animaba Steven Spielberg a Don Bluth a que superara las cotas de animación que había alcanzado con su primer filme en el que sería la segunda producción de la compañía para la gran pantalla. Una producción que pretendía superar lo que el antiguo animador de Disney había logrado con 'NIMH, el mundo secreto de la Sra. Brisby' ('The secret of N.I.M.H', Don Bluth, 1982) y para la que el artista se aliaría con el por aquél entonces rey Midas de Hollywood en una relación que plantearía muchas ventajas y algún que otro gran inconveniente.

Sea como fuere —a lo largo del artículo veremos con más detalle los quebraderos de cabeza que le acarreó a Bluth el aprovechar la oportunidad del mayor impacto comercial que le ofrecía Spielberg para su filme— lo cierto es que cuando hablamos de 'Fievel y el nuevo mundo' ('An American Tail', Don Bluth, 1986) lo hacemos de una cinta por la que no pasa el tiempo; un clásico del cine de animación en general y de los años ochenta en particular al que poco le importan innumerables revisiones y que, comprobado por activa y por pasiva, funciona indefectiblemente con las nuevas generaciones igual que lo hizo con los peques —y no tan peques— de hace casi 30 años.

Si no está roto, ¿por qué arreglarlo?

Fievel 1

Aunque sea una afirmación hecha desde el completo desconocimiento, no creo que sea muy descabellado pensar que, con lo bien que le había funcionado la idea de una película protagonizada por ratones —y ratas—, a la hora de abordar su siguiente producción Bluth contemplara con muy buenos ojos la idea de seguir abundando en el mundo de los roedores. De hecho, fue insistencia del cineasta el transformar el concepto original de un mundo completamente animal en uno similar al que ya habíamos visto en 'NIMH' o, por ejemplo, en 'Los rescatadores' ('The Rescuers', John Lounsbery, Wolfgang Reitherman y Art Stevens, 1977): el de una sociedad oculta y paralela a la humana.

Inicialmente reacio a cambiar lo que le parecía un punto de partida genial, fue tras el visionado de la cinta de Disney que Steven Spielberg, que se había asociado a Bluth a través de Amblin en 1984, dio su brazo a torcer, dando así luz verde a la redacción de un guión firmado por Judy Freudberg y Tony Geiss que, una vez finalizado, hubo de ser sometido a numerosas reescrituras durante el proceso de producción para hacer frente a los muchos problemas que Bluth y sus animadores fueron encontrándose conforme avanzaban los meses, se acercaba la fecha de estreno y el presupuesto inicialmente previsto crecía de forma casi indiscriminada.

Aumentando de 6,5 millones a los 9 que finalmente costó a las arcas de las tres compañías implicadas —la suya, Amblin y Universal— tres fueron los frentes en los que Bluth tuvo que luchar contra viento y marea para poder sacar adelante 'Fievel...'. El primero, de índole técnica, era el cambio radical en los modos de producción que la cinta terminó requiriendo, obligando al cineasta a contratar un ayudante para poder realizar los storyboards de toda la acción —algo que hasta entonces había sido entera responsabilidad suya— y a recurrir a procedimientos como la Xerografía para agilizar los tiempos de animación.

Fievel 2

Directamente derivado de la asociación con Amblin y Universal, la segunda de las trabas es la que provocó que, llegado el momento, Bluth sintiera que el control sobre 'Fievel...' se le estaba yendo de las manos. Supervisado por demasiados ojos, el proceso de avance de la producción llego a un momento en el que el recorte de escenas y la inserción de nuevas para asegurar la continuidad de la acción fue estrictamente necesario si se quería llegar a la fecha de estreno. Entre las que se perdieron las que resultan más llamativas son las que nos habrían trasladado las aventuras de Fievel y su familia por Europa camino hacia el barco que los lleva a América.

Por último, y después de haber intentado mudar la producción a Irlanda para reducir costes —algo que impidió Spielberg aduciendo que una cinta llamada 'An American Tail' no podía ser elaborada en otro país (sic)—, Bluth se fue a topar con los sindicatos: considerando que el presupuesto inicial del filme era casi la mitad de lo que una cinta Disney venía costando por aquellos tiempos y a sabiendas de que era un esfuerzo que iba a merecer la pena por contar con el respaldo de Spielberg, el cineasta llegó a un acuerdo con sus empleados y congeló el sueldo durante un año y medio muy por debajo de lo que la unión de trabajadores tenía establecido.

Dicha decisión hizo que los sindicatos estadounidenses se le echaran encima y comenzaran una batalla constante que se prolongaría casi todo el proceso de producción, complicando aún más la extenuante labor que ésta comportaba e inclinando de forma definitiva la balanza en favor de que, de cara al futuro de la compañía y a la puesta en pie de su tercer título, Sullivan Bluth —nuevo nombre que adquirió la productora— aprovechara las muchas ventajas fiscales que ofrecía Irlanda, mudando toda su operación allende los mares para narrar las aventuras de cinco dinosaurios.

Horner en la cumbre

Fievel 3

(...) no hay manera de que pudieras utilizar una música como esta en otro tipo de película. Sólo funcionaría en animación o si hubiese escrito un ballet. Adoré hacerla.

Dejando de lado complicaciones y "anécdotas" del proceso de producción y entrando de lleno en valorar lo que 'Fievel...' nos ofrece, resulta inevitable comenzar por cualquier otro lugar que no sea aquello que primero acude a nuestros sentidos cuando comenzamos a ver la cinta animada. Y esto no es otra cosa que las evocadoras notas arrancadas a un violín por la maravillosa y sobresaliente partitura de un James Horner que alcanza con la composición de este filme una de las cotas más altas de cuantas le hemos visto coronar a lo largo de su prolífica carrera.

Respondiendo a la intención inicial de Spielberg de que la cinta fuera un musical —se dice que el realizador afirmó que quería su propio 'Heigh-Ho' en clara referencia a la canción de los enanitos de Blancanieves— la alternancia entre las cuatro canciones que jalonan la acción y la música orquestal es de una perfección sublime que alcanza su paroxismo en ese 'Somewhere Out There' cantado por Fievel a la luz de la luna que mereció dos premios Grammy a la Mejor Canción del Año y Mejor Canción Escrita para una Película o para Televisión.

Reflejo indiscutible de la grandeza que encierran las notas de Horner, que la práctica totalidad de los premios y nominaciones que mereció la cinta fueran destinados a el trabajo del músico estadounidense habla a la perfección de la grandeza de una banda sonora evocadora, variada y que, en última instancia, consigue transmitir a la perfección la gran variedad de sentimientos que Bluth logró instilar en el metraje, sobresaliendo por encima de todos la inmensa ternura que despierta ese pequeño ratoncito llamado Fievel Ratonowitz.

'Fievel y el nuevo mundo', dechado de virtudes

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Claramente establecido en el segundo párrafo del artículo, que 'Fievel...' es una pequeña maravilla del cine de animación de todos los tiempos es algo constatable cuando uno se asoma a sus ochenta minutos y asiste a un despliegue de talento y variedad que justifica más allá de cualquier dato de taquilla el que la producción de Don Bluth se convirtiera en la primera película de dibujos animados que batía a un título de Disney, superando en 22 millones de dólares a 'Basil, el ratón superdetective' ('The Great Mouse Detective', Burny Mattinson, David Michener, John Musker y Ron Clements, 1986).

Pero más allá de las inevitables comparaciones y de lo que esa "victoria" supondría para los dos estudios, volver hoy a 'Fievel...' con casi treinta años más en las espaldas permite acercarse con una mirada completamente diferente a lo que de chaval ya me encandilara por completo, ateniendo a otras lecturas de la cinta que se alejan de su vertiente más aventurera e infantil sin que ello suponga, por supuesto, rechazar lo bien que dicho sesgo de la cinta funciona, sobre todo en lo que concierne a la sinergia que se crea entre el ratoncito protagonista y ese gato llamado Tigre al que ponía voz en la versión original el versátil Dom DeLuise.

Apreciando pues lo bien que la cinta resume, por ejemplo, la diáspora que llevo a muchos europeos de principios de finales del s.XIX a buscar el sueño americano, y valorando asimismo la inmensa calidad de una animación que se hace grande en su concreción tradicional con unos diseños de personajes magníficos —la ternura que, de nuevo, despierta Fievel desde su primer segundo es de genio— y un mimo exquisito por los fondos sobre los que se desarrolla la acción, no es descabellado afirmar que 'Fievel y el nuevo mundo' es un título que sigue siendo estación de peregrinaje obligado para cualquier amante del cine de animación en particular y del séptimo arte en general.

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