Clint Eastwood: 'Jersey Boys'

Clint Eastwood: 'Jersey Boys'
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Existe la creencia de que ahora Clint Eastwood hace lo que le viene en gana, debido a la posición que tiene en el actual Hollywood, alejado del mismo y sin tener en cuenta ni lo más mínimo al espectador, y mucho menos importándole lo que digan crítica y público. Falso. Eastwood hace lo que le viene en gana desde hace más de cuarenta años, cuando tras su experiencia en España con Sergio Leone, fundó su propia productora, y salvo un par de excepciones, controla todos y cada uno de los elementos de cualquier proyecto que le caiga en las manos.

El origen de una película como ‘Jersey Boys’ (id, 2014) debe encontrarse en el interés de Eastwood por realizar un nuevo remake de ‘Ha nacido una estrella’ (‘A Star Was Born’, William A. Wellman, 1937), proyecto que sigue en pie, pero en el momento que iba a realizarse sufrió un traspiés al ser abandonado por la actriz principal. El biopic sobre Frankie Valli y los Four Seasons tomó el relevo sin salirse del musical, y el resultado cabreó a muchos, puesto que ahora la moda es encontrarse con obras maestras o bodrios.

¿Es ‘Jersey Boys’ una de las grandes películas de su director? No. ¿Es una de las peores? Tampoco. Sus formas parecen mosquear a los defensores de lo nuevo, olvidándose que si son lícitas las nuevas formas de hacer cine en un arte en el que todo vale, las viejas también. Eso en el caso de dar por hecho que Eastwood utiliza formas viejas para narrar, que a este paso la sobriedad y sencillez enseguida será tachadas de viejas y caducas.

La película recoge los años de gloria y decadencia, como todo buen biopic musical que se precie, del grupo encabezado por Frankie Valli, The Four Seasons, autores de muchos hits musicales en los años sesenta y setenta. Un viaje que sirve a Eastwood, en su primera incursión como director en el musical propiamente dicho, para hablar sobre el sueño americano, y la importancia de ciertos valores humanos que parecen desaparecer en un mundo en el que se han olvidado los apretones de manos como la muestra de compromiso más sincera que existe. Para ello, Marshall Brickman, que llevaba veinte años sin firmar un guión, y Rick Elice, adaptan su propio material para el exitoso musical de Broadway que vio la luz en el 2005.

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Puede considerarse al famoso actor Joe Pesci como uno de los “descubridores” del grupo musical, y que aquí –interpretado casi fugazmente por Joseph Russo− da la oportunidad de relacionar a Eastwood con Martin Scorsese, al romper la cuarta pared como el director de New York hacía en ‘Uno de los nuestros’ (‘Godfellas’, 1990) –por la que Pesci ganó un Oscar, dando el discurso más corto de la historia de los premios−, algo que puede tomarse como un pago de vuelta en sus respectivas influencias cinematográficas –los famosos planos secuencia de ‘Uno de los nuestros’ tienen más de un parecido con los realizados en ‘Bird’ (id, 1988), mucho menos comentados−.

La cuarta pared, el punto de vista

La ruptura de la cuarta pared en ‘Jersey Boys’ es algo más que un ejercicio de interactuación con el espectador. Cada uno de los personajes habla a la cámara en las diferentes etapas del grupo, y por supuesto es su punto de vista, algo realmente difícil para un director y en lo que Eastwood demostró ser un maestro siempre. Así pues una primera etapa está narrada por Tommy DeVito –Vincent Piazza, uno de los cuatro actores no provenientes del musical, que en la película destaca sobre el resto de compañeros−, seguido de Bob Gaudio (Erich Bergen), en la etapa más exitosa del grupo.

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De esa forma ‘Jersey Boys’ narra primero los orígenes, nada legales, de un grupo de amigos, con sus conexiones en la mafia –la supuesta “rivalidad” de Frankie Valli con Frank Sinatra no fue sólo por intentar ser la mejor voz de la historia−, y después momentos de inspiración creativa, antes de llegar a la cima del éxito, como por ejemplo, la creación del tema ‘Big Girls Don´t Cry’, con homenaje a Billy Wilder y Jan Sterling incluido, por parte de uno de los personajes mejor dibujados de la función, un productor homosexual en una época de hombres y que demuestra tener más hombría que muchos.

Cuando los problemas de las deudas aparecen Eastwood cambia la narración al componente más “prescindible” del grupo –Michael Lomenda en la piel de Nick Massi−, que incluso introducirá un flashback en el que se narran los orígenes del problema –otra demostración de la importancia de los puntos de vista, por cuanto se narran hechos que desconocíamos hasta ese momento−; concluyendo con la “visión” de Frankie, personaje sobre el que cae todo el peso en el último tramo del film.

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Cuando lo lógico sería esperar que Frankie –John Lloyd Young, tan entregado como desconcertante− hablase al espectador en la misma línea que sus compañeros, llegado el momento, un instante crucial en la vida personal de Valli –el entierro de su prometedora hija−, el único en el que suena una canción del grupo de forma extradiegética –‘My Eyes Adored You’−, la cámara baja hasta un Valli sentado en un banco y cuando éste mira a la cámara y está a punto de hablar, baja la cabeza en señal de tristeza. No puede, ni necesita, decir nada, las palabras ya están en la canción, con su voz.

Con su habitual colaborador en la iluminación, Tom Stern –que continua los caminos de tenebrismo abiertos por el maestreo Bruce Surtess y Jack N. Green−, Eastwood establece una mirada melancólica y, a pesar de la alegría que transmiten las canciones del grupo, bastante desencantada de una época, la gloria, la amistad y el honor. Si algo realmente me sobra es ese tramo final –incluido el bailecito−, transcurridos los años, en los que se subraya lo evidente, lo que ya sabemos. La imagen, que vale más que mil palabras, de cuatro jóvenes bajo la luz de una farola y sus sueños por delante.

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