Críticas a la carta | 'Black Rain' de Ridley Scott

Críticas a la carta | 'Black Rain' de Ridley Scott
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En 1989 llegaron a las carteleras dos lluvias negras. Una, la que tan ansiosamente habéis pedido en ésta mi sección favorita de “Críticas a la carta”, ‘Black Rain’ (id, Ridley Scott, 1989), y la otra es ‘Lluvia negra’ (‘Kuroi ame’, Shôhei Imamura, 1989), cuya petición en estas páginas la consideraría poco menos que un milagro. En el impecable trabajo de Imamura se habla de la lluvia negra provocada por la bomba atómica, un film muy, muy diferente al de Scott, en el que se menciona de pasada el lamentable episodio que terminó con la Segunda Guerra Mundial. De hecho, el título es uno de los menos apropiados que se han puesto en un film, pues su relación con la historia que se narra en el mismo apenas existe, por no decir que parece que se ha puesto simplemente porque es un título llamativo.

Con este film Scott regresaba al cine protagonizado por parejas, una de las constantes de su cine desde su impresionante ópera prima, ‘Los duelistas’ (‘The Duellits’, 1977), en la que unos perfectos Keith Carradine y Harvey Keitel deambulaban como fantasmas a lo largo de los años, en un film que presentaba las inquietudes de un cineasta proveniente de la publicidad, algo que pagó bien caro en títulos posteriores como el que nos ocupa. A Scott le habían colgado la etiqueta de director de culto gracias a trabajos como el comentado, pero sobre todo a las que aún a día de hoy siguen siendo sus dos mejores obras: ‘Alien’ (id, 1979) y ‘Blade Runner’ (id, 1982), de las que parece seguir viviendo de rentas. De hecho, ‘Black Rain’ parece un intento a modo de thriller con toques de buddy movie de repetir los logros de la película protagonizada por Harrison Ford, con la que guarda no pocos parecidos.

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Para empezar el título hace recordar al mítico film de 1982. Osaka rememora en todo momentos Los Ángeles del 2019, con esas luces de neón, la superpoblación y gigantescos anuncios publicitarios. El Nick Conklin interpretado por Michael Douglas —casi un anticipo del personaje que haría en ‘Instinto básico’ (‘Basic Instinct’, 1992) a las órdenes de Paul Verhoven, curiosamente el primer director elegido para dirigir ‘Black Rain‘— se puede emparentar con el Rick Deckard de ‘Blade Runner’. Personajes solitarios, con traumas pasados, que se enfrentan a un caso más grande de lo que aparenta a simple vista. Y ya no hablemos de coincidencias argumentales como las de las lentejuelas del vestido de cierto personaje femenino, que rememora directamente a las escamas de cierta serpiente artificial que lleva Joanna Cassidy en el anterior film, y que ayudan en la investigación del personaje central. Así pues, Scott parecía buscar a finales de los 80 el prestigio perdido con los fracasos de ‘Legend’ (id, 1985) o ‘La sombra del testigo’ (‘Someone To Watch Over Me’, 1987) —dos películas que personalmente me encantan—, convirtiendo su film más admirado en un producto claramente comercial.

Tengo que reconocer que me puse todo contento a revisar ‘Black Rain’, pues el recuerdo que guardaba de ella era bueno. A los 20 años me pareció un excelente thriller que no llegaba a la altura de los films comentados. Ahora, con el doble de edad, y más cine sobre mis espaldas, me he llevado una decepción, no al nivel que me produjo el visionado de por ejemplo ‘La teniente O´Neill’ (‘G.I. Jane’, 1997), un espanto indigno en la filmografía de su director, pero ya no encontré la excelencia por ningún lado. Sin parecerme un film malo, sí me resulta anodino y lleno de defectos. Y aunque dentro de la carrera de Scott, remite directamente a ‘Blade Runner’, la principal referencia de ‘Blak Rain’ es, sin lugar a dudas, ‘Yakuza’ (‘The Yakuza’, Sydney Pollack, 1974), ejemplar thriller con el que comparte además a uno de sus actores, el japonés Ken Takakura, que en ‘Black Rain’ no hace precisamente uno de sus mejores trabajos.

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Resulta muy decepcionante ver a un actor de la talla de Takakura ceder ante los convencionalismos del cine yanqui y caer en el ridículo en varias ocasiones —esa escena cantando a Ray Charles—, con un personaje tan tópico que ni el propio actor es capaz de dotarle de algo de densidad o aportarle un rasgo mínimo. Algo parecido sucede con Andy Garcia, cuya escena más recordada es la de su asesinato, tan bien ejecutada como totalmente efectista, con un bochornoso uso del ralenti. Y a pesar de que curiosamente Garcia cae simpático, creo que su personaje no es demasiado creíble, no parece un policía, sino más bien un comparsa simpático que acompaña al protagonista. No obstante, ésa es una de las características principales de toda buddy movie, pero aquí creo que no está del todo bien logrado, por no hablar de esa rotura de esquema, llamémoslo así, al partir UNA buddy movie en DOS.

El esteticismo de Scott lo termina ahogando prácticamente todo —un inestable trabajo de fotografía, producto de dos técnicos distintos, Howard Atherton y Jan de Bont—, aunque la trama está llena de coincidencias y es más simple que un botijo. No obstante, Scott sigue sabiendo lo que es el ritmo, y consigue no aburrir a la platea por muy esquemático que sea el producto, y eso que hablamos de un montaje en el que el director recortó nada menos que 40 minutos, algo ya muy habitual en sus films, que ahora parece que los hace pensando en su edición en DVD. Por otro lado Michael Douglas consigue un mínimo de interés hacia su personaje, mejor dibujado que el resto. Faltaría un poco más de desarrollo en cuanto al tema de la corrupción policial, y sobre todo enfoque, que pareciera por lo mostrado que la corrupción es algo bueno. No se le puede pedir mucho a Scott cuando se muestra cansado y desganado. Afortunadamente, a los dos años nos regalaría otra de sus mejores películas.

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No os olvidéis de hacer vuestras peticiones para la próxima crítica. Sed originales.

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