Disney: 'El rey león', de Roger Allers y Rob Minkoff

Disney: 'El rey león', de Roger Allers y Rob Minkoff
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La inmensa cantidad de líneas de tinta —tanto real como virtual— que en los últimos veinte años se han vertido sobre esta OBRA MAESTRA de la animación que es 'El rey león' ('The Lion King', Roger Allers y Rob Minkoff, 1994) resulta tan abrumadora que, sinceramente, poco o nada de lo que servidor vaya a afirmar a lo largo de este artículo va a pillar por sorpresa a nadie. De hecho, si por mí fuera, mi incursión en este clásico de la Disney se reduciría a dar pábulos a todas aquellas voces que en las dos décadas que han pasado desde su estreno se han apresurado a calificar la producción animada, entre otras cosas, como la cima indiscutible del cine de la compañía.

Y es que, se la mire por dónde se la mire, y aún considerando que la simplicidad de su historia ha sido el arma arrojadiza que sus muchos detractores —porque, obviamente, los hay— han utilizado para arremeter contra su validez, la historia de Simba y su ascenso de cachorro a rey de la selva supuso la conclusión de la escalada a la cima del género animado que la Disney había comenzado cinco años antes con 'La sirenita' ('The Little Mermaid', Ron Clements y John Musker, 1989) superando con creces a todo lo que habíamos visto hasta entonces y convirtiéndose, hasta la llegada hace dos años de 'Frozen. El reino de hielo' ('Frozen', Chris Buck y Jenifer Lee, 2013), en la cinta animada más taquillera a nivel mundial de la historia del cine.

Entre Shakespeare y Tezuka

Rey Leon 1

Idea original no basada en ningún relato previo, este cuento protagonizado por animales que tanto se acerca a los postulados establecidos por Walt Disney en 'Bambi' (id, David Hand, 1942) mantiene, al margen de sus muchas similitudes con el clásico de la compañía, dos claras deudas a lo largo de su desarrollo. Una, con la obra de cierto inmortal dramaturgo inglés, la otra con un manga y un anime producidos treinta años antes en el país del sol naciente y con el que guarda concomitancias tan sospechosas que le costaron a los estudios ser acusados de plagio.

En lo que a las primeras respecta, basta rascar sobre la superficie del guión redactado en dos tiempos —primero por Linda Woolverton, después por Irene Mecchi y Jonathan Roberts— para apercibirse de las similitudes que existen entre la historia de traición y sed de poder de 'El rey león' y las que Shakespeare ponía en juego en 'Hamlet' o 'Ricardo III'. Hay incluso lecturas que quieren ver aquí similitudes entre la hedonista y bohemia existencia de Simba y el príncipe Hal de 'Enrique IV', pero creo que es querer llegar demasiado lejos a la hora de asignar las incuestionables deudas que la producción animada guarda para con la obra del de Stratford-upon-Avon.

En lo que a Tezuka se refiere, 'El rey león' traspasa las fronteras de la mera inspiración e incurre en las del plagio directo. Publicadas primero en 1950 con el nombre de 'Jungle Titei' —'El emperador de la jungla'— y traspasado a mediados de los sesenta a formato animado, las aventuras de Kimba, un león blanco huérfano que acaba convirtiéndose en líder de su manada sirven de directa fuente de la que manan muchas de las ideas de la cinta de Disney, desde el pájaro al mandril pasando por el malvado de turno —que tiene una cicatriz sobre uno de sus ojos— o el que entre sus peores enemigos se cuente un grupo de hienas. ¿Casualidades? Lo dudo. ¿Importa? Para nada.

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Rey Leon 2

De la misma manera que veremos pasado mañana con otra producción animada, resulta incuestionable que un muy alto porcentaje del éxito crítico y de público que terminó amasando 'El rey león' viene derivado de forma directa de su apartado musical: continuando con la participación de Tim Rice como letrista tras los buenos resultados que habían dado sus dos trabajos anteriores para la compañía, fue el artista el que propuso el nombre de Elton John como compañero de fatigas en la escritura de las canciones cuando supo que Alan Menken no iba a estar disponible debido a su implicación en otros proyectos.

Y si la decisión de contar con el cantante británico fue brillante, como bien demuestran cualquiera de las cinco canciones que jalonan el metraje del filme —reitero, CUALQUIERA de ellas es enorme—, aún más lo fue el que, sin la posibilidad de que Menken se encargara del score, el trabajo fuera a parar a manos de un compositor que incursionaba por primera vez en el mundo de la animación, que contaba con cierto bagaje en lo que a sonoridades africanas se refería y que se encontraría aquí con un espaldarazo a su carrera coronado por un Oscar a la Mejor Banda Sonora. Su nombre, Hans Zimmer.

El teutón, conocido ya por sus texturas electrónicas y sus samplers, otorga a 'El rey león' una cualidad sonora que, en lo que a mi opinión respecta, se coloca a igual altura —si no las supera por poco— que las composiciones de Menken para la terna de filmes que precede a éste, y si la cinta logra emocionarnos por momentos como lo hace es en virtud de una música que alterna lo íntimo —la escena de Simba y Mufasa bajo las estrellas— con lo épico —el final en Pride Rock— con una facilidad pasmosa y que en no pocos momentos logra poner los vellos como escarpias por más que sepamos de memoria qué va a pasar.

'El rey león', cumbre indiscutible

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La verdad es que, quitando algunos detalles del guión y pasando de puntillas por la simpleza del mismo —aunque sea una simpleza engañosa que encierra una carga dramática inusual en un filme Disney—, aspectos ambos que en un momento dado resultan irrelevantes dado la genialidad que se ostenta, nulas son las pegas que se le pueden poner a 'El rey león': la cinta posee un ritmo envidiable que nos lleva de la mano desde el nacimiento de Simba en la magistral secuencia inicial hasta el correspondiente al hijo del protagonista en un cierre que, allá por el año de su estreno —y de forma reiterada en cada visionado— deja sin aliento.

Lo que queda entre medio es, simple y llanamente, lo mejor que la animación Disney produjo durante la década de los noventa y, por extensión, en sus casi 80 años de historia. Y si alguien necesita muestras de ello, sólo tiene que asomarse a la perfección del movimiento de (todos) los animales, a lo espectacular de la concreción de los fondos de la sabana africana y a cómo estos dos primeros valores se funden en la secuencia inicial; a la precisa definición de todos los personajes con pocos "trazos" de guión; a la forma en la que se visualizan los números musicales con especial atención a 'I Just Can't Wait to be King' y a 'Be Prepared' o, por supuesto, al perfecto equilibrio que se logra entre la carga trágica del relato —honda es la emoción que comporta el deceso de Mufasa— y el alivio cómico que éste encuentra en Timón y Pumba.

Ya lo decía al comienzo del artículo, todo lo que se pueda afirmar sobre 'El rey león' ya se ha dicho por activa y por pasiva en (¿casi?) todas las lenguas habladas a lo largo y ancho de éste nuestro vasto mundo. Sólo resta esperar que las futuras generaciones —ahí está mi hija de tres años y medio que se la ha "tragado" ya incontables veces y vibra con el final de la película tanto o más que su padre— sepan reconocer el valor que tiene esta cumbre del cine de animación y la suma relevancia que adquirió como techo del "Renacimiento de Disney"; ese proceso que comenzó con una sirena cantando en las profundidades del mar y terminó con el rugido de un león en lo alto de una roca en el corazón de África.

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