Disney: 'La bella y la bestia', de Gary Trousdale y Kirk Wise

Disney: 'La bella y la bestia', de Gary Trousdale y Kirk Wise
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Como muy bien se refiriera a ellas nuestro antiguo compañero Adrian Massenet, el grupo de producciones Disney que comienza con 'La sirenita' ('The Little Mermaid', Ron Clements y John Musker, 1989) y termina con ese puntal de la compañía que fue y es 'El rey león' ('The Lion King', Roger Allers y Rob Minkoff, 1994) conforman lo que él denominaba como el "Gran Disney", un cuarteto de títulos que cambiaron con un sonoro golpe de autoridad el rumbo de la productora y que, sin lugar a dudas, se eleva por méritos propios como un grupo de películas que están en la cúspide del cine de animación de todos los tiempos.

Y aunque servidor, como ya veremos, incluiría en este corpúsculo a 'El jorobado de Notre Dame' ('The Hunchback of Notre Dame', Gary Trousdale y Kirk Wise, 1996) lo cierto es que a la hora de hablar de la cinta que hoy ocupa nuestro tiempo en este especial Disney, tenemos que hacerlo en unos términos que trascienden por completo la acotación de "película de dibujos animados" para situarla por derecho y autoridad como una cita ineludible en la historia del séptimo arte, un hito que rompió taquillas y que, por primera vez en la historia, hizo que la Academia claudicara y nominara a un filme animado al Oscar a la Mejor Película. Casi nada.

De Walt a Gary y Kirk

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Escarbando por aquí y allá para plasmar en estas líneas algunos de los datos más curiosos que rodearon a la producción de 'La bella y la bestia' ('Beauty and the Beast', Gary Trousdale y Kirk Wise, 1991), uno de los que más llamó mi atención fue el que la idea de llevar a la gran pantalla el cuento de Jean Marie Leprince de Beaumont —que escribía a mediados del s.XVIII la versión del relato que más ha perdurado en el recuerdo por más que no sea la única— no surgió, como creía recordar, a finales de los años ochenta. Antes bien, los primeros intentos de trasladar la historia de una joven que se enamora de una bestia, datan de los comienzos de la historia de los estudios, cuando éstos estaban bajo el mando de Walt Disney.

De hecho, según recordaba el mítico animador Ollie Johnston, la cinta estuvo a punto de formar parte de los clásicos iniciales de la productora, acercándose el creador de Mickey Mouse a ella antes de poner en marcha 'La Cenicienta' ('Cinderella', Clyde Geronimi, Wilfred Jackson y Hamilton Luske, 1950) y abandonándola eventualmente ante la imposibilidad de conseguir modificar el segundo acto de la historia —que en el libro quedaba sepultado por una fuerte carga de melancolía—. Paradójicamente, similares circunstancias concurrieron cuarenta años después cuando la dirección de la compañía decidió probar suerte otra vez con el cuento.

En esta segunda intentona quien casi da al traste con el levantamiento de la producción fue el primer asignado al proyecto, Richard Purdum, un artista británico que conforme la cinta fue evolucionando y terminó contando con la inclusión de Howard Ashman y Alan Menken, decidió bajarse de la misma aduciendo que lo que se estaba planteando se alejaba completamente de sus intenciones para con el relato. Afortunadamente para el destino final de 'La bella y la bestia', dicha decisión comportó que Disney moviera ficha rápidamente y subiera a la posición dejada por Purdum a dos nombres que ya estaban implicados de lleno en la película y que serían determinantes para su éxito, Gary Trousdale y Kirk Wise.

La ruptura definitiva

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El explosivo cóctel compuesto por los dos directores y por lo mucho que se hicieron descansar la decisiones más relevantes en el tándem Ashman-Menken es lo que, unido al guión de Linda Woolverton —sí, la misma Linda Woolverton que se ha encargado en los últimos tiempos de destrozar a personajes clásicos de la compañía en inanes y/o horrendas revisiones— terminó por definir un filme que, siguiendo la estela dejada por Ariel, supone la separación definitiva del arquetipo clásico de princesa Disney al tiempo que se posiciona como primer y magistral escalón en la inclusión de unos secundarios que fueran algo más que meras comparsas de los protagonistas principales.

En el primer sentido, el que se refiere a la definición de Bella, podríamos decir que la aguerrida e independiente joven es la "hermana mayor" de Ariel, una mujer que por momentos parece de carne y hueso y que conduce el relato por medio de su pasión por la vida. Ejemplos que apoyen esta reflexión los encontramos en la cinta desde su arranque, con el número musical 'Belle', en el que se nos introduce a una chica con inquietudes que la separan de las mundanas vicisitudes diarias de la vida del pueblo en el que vive y que sueña con poder vivir grandes aventuras fuera de los límites que su lugar de nacimiento le imponen.

Similar tridimensionalidad podemos encontrar en la Bestia, sin lugar a dudas uno de los mejores personajes que han sido creados para una película Disney y que, gracias a una animación prodigiosa, expresa una inmensa variedad de sentimientos que reflejan el gran trabajo que se hizo desde el guión y la dirección del filme para no contar con otro príncipe vacío de esos que tanto habían abundado en el pasado de la compañía: Bestia es, bajo mi opinión, el mayor logro de una cinta que acumula éstos a manos llenas y que, como decía arriba, encuentra en su plantel de "secundarios" un lugar en el que maravillarse.

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Y aquí habría que apuntar a tantas direcciones que serían necesarias muchas líneas para dar cuenta de todas ellas como se merecen. Como quiera que no es mi deseo aburriros, intentaré ser breve ensalzando, en primer lugar, las inmensas virtudes que encierra Gaston, el inesperado villano de la función, un hipermusculado bufón que pretende casarse con Bella para convertirla en una mujer de su casa y que, en el tramo final de la cinta, se transforma en un ser despreciable, violento y sediento de sangre que está a la altura —y de qué manera— de cualquier de los mejores villanos que hayamos visto en una película Disney.

Ahora bien, los que terminan por acaparar la atención del espectador y se convierten en los personajes más memorables de la función son, por supuesto, esos humanos convertidos en objetos del hogar por mor de la maldición que azota al castillo de la Bestia. Y aunque dicha idea ya constaba en las primeras versiones del guión, es a Howard Ashman al que nunca podremos agradecer suficiente tanto el haber peleado para que los personajes tuvieran personalidad desarrollada como el que, llegado el momento, exigiera que el villano de la cinta tuviera que ser algo diferente y excepcional.

El resultado de la pugna por Lumiere, Din-don y la Sra. Potts es el elemento último que termina de definir la ruptura de 'La bella y la bestia' con el pasado, en este caso con todos esos secundarios que, aún carismáticos, carecían de personalidad y/o relevancia última en la trama. No es que la eliminación del candelabro, el reloj de mesa y la tetera hubiera cambiado en exceso el devenir de la historia —salvo, obviamente, el imprescindible papel que juegan en el clímax— pero lo cierto es que su presencia ayuda sobremanera a dotar de personalidad a lo que, sin ellos, habría sido una historia de amor más; con diferencias, vale, pero una historia de amor más a fin de cuentas.

'La bella y la bestia', música, animación y magia

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Si ya en 'La sirenita' el protagonismo de la música y las canciones era fundamental, en 'La bella y la bestia' la presencia de ambos factores es lo que determina un 50 por ciento del carácter del filme. Apostando fuerte por unos números musicales que, al más puro estilo Broadway, hacen avanzar indefectiblemente la trama, la cinta cuenta con seis canciones —en comparación con las cuatro que tenían las aventuras de Ariel— y un score que, sumado a éstas, deja, más o menos, unos cinco minutos de proyección sin acompañamiento.

Entre ellas destacan, ya no sólo por la grandeza inherente a las mismas, sino por cómo funcionan en combinación con las imágenes, tanto la anteriormente citada 'Belle' —con ese homenaje nada velado al comienzo de cierta cinta con Julie Andrews—, como el asombroso delirio que es 'Be Our Guest' o, por supuesto, la espectacular escena del baile que, con ayuda de la animación por ordenador, se convierte primero en un festín para la vista y, después, en uno para los oídos por mor de esa legendaria tonadilla que es 'Beauty and the Beast'; números todos que, como el resto del filme, forman parte del acervo cinematográfico y cultural de todos los que a él se han acercado.

Acreedora, como apuntábamos al comienzo, de la nominación al Oscar a la Mejor Película —que se llevó la fascinante 'El silencio de los corderos' ('The Silence of the Lambs', Jonathan Demme, 1991)—, 'La bella y la bestia' mereció otras cuatro nominaciones, tres para las canciones y una para la banda sonora, llevándose a casa las dos estatuillas correspondientes. En lo que a música y animación se refiere, el reinado Disney no había hecho más que empezar pero, aún contando con los éxitos posteriores, creo que la singular historia de amor que aquí se nos legó es, probablemente, la cinta de animación tradicional más REDONDA de la productora.

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