'El secreto de Adaline', HUGH ROSS

'El secreto de Adaline', HUGH ROSS

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'El secreto de Adaline', HUGH ROSS

¿Quién es Hugh Ross? Sencillamente un actor que ha aparecido en muy pocas películas, caso de ‘Wyatt Earp’ (id, Lawrence Kasdan, 1994) o ‘Entre el amor y el juego’ (‘For the Love of the Game’, Sam Raimi, 1999), centrándose luego en labores de montaje de diversos films, aprendiendo con gente de la talla de David Lynch. En los últimos años se ha dedicado a la edición en series de televisión, y sus labores como actor han quedado reducidas al uso de su impresionante voz, como narrador en ‘El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford’ (‘The Assassination of Jesse James by the Coward Robert Ford’, Andrew Dominik, 2007) y ‘El secreto de Adaline’ (‘The Age of Adaline’, Lee Toland Krieger, 2015).

Efectivamente, lo mejor de esta película reside en la voz de su narrador, que eleva un film complaciente y soso en determinados instantes, para recordarnos quizá la belleza que se encuentra en narrar, en un sentido tradicional, una historia que parece llena de magia. El resto se debate entre el spot y la interpretación de Blake Lively, y un secundario Harrison Ford, mostrando su lado más tierno poco antes de verle ser de nuevo uno de los sinvergüenzas con más carisma de la galaxia.

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(From heret to the end, Spoilers) Adaline Bowman es una mujer que cada diez años, desde los treinta de edad, va cambiando de identidad debido a una pequeña particularidad, no puede envejecer. Cambia de vida antes de que los que la rodean se den cuenta de ello, y se convierta en un monstruo de laboratorio. Una premisa parecida a la de ‘El hombre de la Tierra’ (‘The Man From Earth’, Rickard Schenkman, 2007), pero con intenciones desgraciadamente muy diferentes. El film de Krieger es un drama romántico con unas gotas de ciencia-ficción.

El poder de una voz

Una ciencia-ficción cogida por los pelos que justifica lo que le pasa a la protagonista con un descubrimiento científico que se producirá en el año 2035, matando así el encanto de la premisa, al contestar una pregunta que no necesitaba respuesta. El resto es un drama romántico con todos sus elementos: chico conoce chica (la luz es preciosa), chico se enamora de chica (la luz es aún más brillante), chico se separa de chica (hay lluvia), chico vuelve con chica (hay un ralentí de las emociones, y los filtros destacan sobre todas las cosas).

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Lively consigue hacer a su personaje creíble, sobre todo a la hora de transmitir la impotencia de alguien que no comprende las razones de su no envejecimiento. Lo mismo le sucede a Ellen Burstyn, que da vida a su hija, en una operación similar a la de ‘Interstellar’ (id, Christopher Nolan, 2014). No sucede lo mismo con Michiel Huisman, que presta su rostro a un personaje anodino y con el justo feeling con Lively. Aparece Harrison Ford a mitad de metraje y la cosa se hace mucho más soportable; de hecho uno se imagina cómo habría sido la película si estuviese narrada desde la perspectiva del personaje de Ford, y la misma gana en la mente.

El poder de la imaginación, que aquí parece cobrar vida al escuchar, en determinados y muy calculados instantes –los dos accidentes clave en el relato, por ejemplo− a Hugh Ross, dotando al film el carácter de cuento fantástico que no posee en ningún otro instante, por mucho que emocione el piano de Rob Simonsen, y Krieger haga gala de una puesta en escena basada en el abuso de la cámara lenta, encerrar al personaje en una esquina del encuadre, y con la ayuda del impersonal David Lanzenberg, hacer creer que sabe usar el formato scope.

Las desventuras de Adaline y su larga vida llegan a su fin, bañadas por un preciosismo de baratillo, con imágenes artificiales, como de postal, mientras la voz de Ross resuena en nuestra cabeza con la misma intensidad que lo hacía en el film de Dominik, captando la esencia del relato con su tono amable, directo y grave. Desafortunadamente, las imágenes dicen otra cosa.

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