'Fast & Furious 7', más rápidos, menos furiosos

'Fast & Furious 7', más rápidos, menos furiosos

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'Fast & Furious 7', más rápidos, menos furiosos

La saga que empezó siendo un remake no confeso de ‘Le llaman Bodhi’ (‘Point Break’, Kathryn Bigelow, 1991) –cambias tablas de surf por coches y es lo mismo, incluyendo actores malos− está en su mejor momento, es algo indiscutible, a pesar de que la misma parecía muerta en su tercer y lamentable capítulo en Tokyo. Remontaron con un cuarto título más vivo, y a partir del quinto las cosas cambiaron considerablemente, ofreciendo los mismos elementos, pero elevados a la enésima potencia.

Más escenas de acción bajo la premisa de “el más difícil todavía” –es imposible olvidarse de la secuencia de la caja fuerte en el quinto episodio− mientras nuevos personajes hacen acto de presencia, y viejos resucitan. Hace ya mucho tiempo que en este tipo de cine todo vale, y cualquier excusa es buena para ofrecer de nuevo al espectador una inflada ración de explosiones, persecuciones, tipos y tipas cachondos, peleas a puñetazo limpio, con una excusa argumental de lo más pobre, eso es lo de menos.

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(From here to the end. Spoilers) El epílogo de la sexta entrega nos había dejado con la boca abierta, es un decir, al ver metido en esta guisa –a la que, me juego algo, acabarán sumándose más actores conocidos, teniendo en cuenta que quieren llegar hasta la décima entrega− a una de las estrellas actuales del cine de acción, Jason Statham, dispuesto a repartir estopa entre el elenco protagonista, esa especie de Grupo Salvaje para adolescentes con las hormonas descontroladas. Las expectativas, después de las locuras de las entregas cinco y seis, estaban bien altas. Pero ocurrió algo que nadie se esperaba, y que, en mi juicio, estropeó considerablemente esta séptima entrega, a pesar de venir firmada por el muy interesante, cada vez más, James Wan.

En su momento yo mismo hice una gracieta sobre el hecho de que a partir de la muerte de Paul Walker, Wan ya tenía una excusa para sacar a un fantasma en su película. Comentarios tuiteros aparte, lo cierto es que dicha muerte –que llenó periódicos, webs, blogs y redes sociales hasta convertir a Walker poco menos que en un genio− podría haberse aprovechado mucho más, y no caer en hacer demasiadas concesiones al espectador con el destino de su personaje. Y no critico negativamente la decisión de haber dejado con vida a Brian, sino su forma, lo más importante en el séptimo arte, en cualquier arte.

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Tan loca como ñoña

Dicha decisión me parece, ojo, de lo más coherente. En cierto modo Paul Walker, para la gente que le quiso, sigue vivo, y ¿qué mejor manera de demostrarlo dentro del celuloide, haciendo que su personaje viva “para siempre” en la saga que más fama le ha reportado? Muy bonito, claro que sí, hasta puedo entender que se hayan derramado lágrimas ante ese epílogo, cuidadosamente preparado a lo largo de toda la película. Sin embargo, la trama familiar que rodea al personaje de Walker parece filmada por el peor Michael Bay, el de los filtros y atardeceres; y el nivel de ñoñería alcanzado ahí prácticamente se repite con la trama de la relación entre Toretto (Vin Diesel) y Letty –Michelle Rodríguez con cara de “me habían matado, ¿qué coño hago yo aquí?”−, convencional y sin ninguna emoción a partes iguales.

La firma de Wan podría haber marcado la diferencia con Justin Lin, y así parece en algunas secuencias de acción, sobre todo en la planificación, intentando dejar un poco de personalidad dentro de los límites de este tipo de producciones, con su estilo ya marcado de antemano. Y ahí ocurre lo de siempre, o la suspensión de incredulidad está en otra galaxia, o no se disfrutará de la película. Y hay momentos para ello –con homenajes a la saga Bond incluidos−, como los dos enfrentamientos físicos por parte de Statham, contra Dwayne Johnson, aquí un poco parodia de sí mismo, y contra Diesel, previo choque frontal de testosterona a bordo de sus coches.

De cómo un coche salta de un edificio a otro, y de ése a otro más, mejor olvidarnos. Lo mismo que el uso que se le da a los paracaídas en esta película, en una escena demasiado alargada, como toda la secuencia de acción final, por las calles de Los Ángeles, y en la que incluso puede vislumbrarse cierta denuncia al peligro de la vigilancia popular, con un sistema que haría mearse encima a Edward Snowden.

Menos mal que sale de vez en cuando Kurt Russell riéndose de todo.

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