'Gentlemen Broncos', los raros y el mercado de la fantasía

'Gentlemen Broncos', los raros y el mercado de la fantasía
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Oh, cago en Dios, ciervas vigilantes… Las odio. Esto es ridículo, ¡es la fábrica de levadura mejor protegida que he visto nunca!

(Brutus)

Según el diccionario de la Real Academia, “raro” significa “extraordinario, poco común o frecuente”, también “escaso en su clase o especie”, o “insigne, sobresaliente o excelente en su línea”. Si os fijáis, en ninguna de esas definiciones hay una connotación negativa, peyorativa, desfavorable. Esto es, para nuestros expertos lingüistas, algo raro no es algo malo; incluso al contrario, es especial, algo que sobresale (algo bueno también, para los que no consideramos una gran idea pertenecer al rebaño de las masas). Sin embargo, como ya demostrara la desternillante ‘Bola de fuego’ (H. Hawks, 1941), ahí fuera, en la calle, la cosa funciona de otra manera, las palabras pueden tener significados muy diferentes, incluso a veces totalmente opuestos a los mantenidos por los académicos.

Cuando alguien llama “raro” a otro, normalmente no está diciendo que es extraordinario o escaso en el sentido que le da la RAE, lo más probable es que lo esté calificando de perturbado, de indeseable, de individuo al que no hay que acercarse o hacerle caso, cuando no simplemente que tiene un rostro poco común o agradable (feo, sin eufemismos). Como sabemos, el cine estadounidense tiene una poderosa influencia en nuestra sociedad, aún estando protagonizada por su propia gente, y destinada a su propio público, con su manera de entender la realidad. Así que cuando en un film tan grande y popular como ‘El caballero oscuro’ (C. Nolan, 2008), un mafioso llama “bicho raro” al Joker, cualquier hijo de vecino, en España, Francia o Perú, entiende que se trata de un insulto, y uno grave. Sin embargo, entre los personajes de la pequeña y minoritaria ‘Gentlemen Broncos’, lo raro es lo normal.

Una película diferente sobre gente diferente

Se supone que ‘Gentlemen Broncos’ (2009), el tercer largometraje del peculiar Jared Hess (suyas son ‘Napoleon Dynamite’ y ‘Nacho Libre’), se estrenó en nuestro país el pasado 14 de mayo (con meses de retraso respecto a EE.UU.), pero no conozco a nadie que la haya visto, ni tenido la oportunidad de verla. Ha pasado por la cartelera como un relámpago, y no sólo es para pedir explicaciones a los distribuidores, es que es una verdadera pena, porque es una película estupenda, diferente y muy ingeniosa. Con lo triste que resulta acercarse a los cines, donde parecen empeñados en espantar a sus clientes, que nos busquemos otro plan cualquiera (el mundial en las teles es demasiado tentador), es increíble que no le hayan ofrecido al público un plato tan fresco y imaginativo como éste.

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Escrita, como sus dos anteriores películas, por Jared Hess y su mujer Jerusha Hess, ‘Gentlemen Broncos’ nos presenta a Benjamin Purvis (Michael Angarano), un chico solitario e ingenuo aficionado a la escritura que sólo tiene a su madre (Jennifer Coolidge), una viuda con dos ocupaciones: diseñar extravagantes trajes caros, y crear figuras comestibles con palomitas de maíz. Benjamin empezó a escribir desde que era pequeño, decantándose por las historias de fantasía y ciencia-ficción, como las de su admirado y excéntrico Dr. Ronald Chevalier (Jemaine Clement, componiendo un personaje memorable, sin duda lo mejor de la película).

En un intento por mejorar su estilo, soñando con convertirse en un novelista profesional, el chico asiste a un curso en el que da clases el mismísimo Chevalier, quien además forma parte de un jurado con la facultad de elegir un cuento de entre todos los alumnos para que sea publicado. Benjamin presenta su última obra, ‘El señor de la levadura’, una historia épica protagonizada por el heroico Bronco (Sam Rockwell, pasándoselo en grande), pero no cuenta con la crisis creativa y la falta de escrúpulos de su ídolo, que, desesperado, le robará el trabajo para sacar su nueva novela, convertida enseguida en otro premiado best-seller. Benjamin vuelve a casa como estaba, pero dos de sus nuevos amigos le tienen reservada una gran noticia: gracias a la productora de uno de ellos, el cineasta más prolífico del pueblo, van a adaptar su cuento al cine.

Los leones y las víctimas de la fantasía

Es un absoluto disparate, una ensalada de extravagancias, y por eso resulta tan sorprendente y jugosa. Pero dentro de lo anormal y lo alocado, la película de Jared Hess resulta también extremadamente lúcida, ofreciendo un despiadado retrato del mundo del arte convertido en puro (y despreciable) negocio. En este sentido, ‘Gentlemen Broncos’ es una feroz parodia de todo el fenómeno que rodea al género fantástico; incluso un relato tan absurdo como el del protagonista llega a ser un éxito vendido adecuadamente. Aunque encaja la crítica en todo tipo de creadores (y su correspondiente legión de fans) cuyo trabajo se ha reducido a alimentar una máquina de hacer dinero, como ‘Star Wars’ o cualquier copia de ‘El señor de los anillos’, el Dr. Chevalier tiene su origen en el escritor David Farland, cuyo trabajo más reconocido es la saga ‘The Runelords’ (‘Los señores de las runas’).

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Ingeniosa, ácida, descarnada, la película de Hess es al mismo tiempo un homenaje (los preciosos títulos de crédito con las portadas de David Lee Anderson) y un ataque al mercado de la ficción. Los peor parados son los escritores pagados de sí mismos, que sólo “crean” para forrarse, y por otro lado sus babosos, marginados y atontados fanáticos, que lo único que tienen en su vida es su pasión desmedida por una o varias obras fantásticas, en las que se narran mundos diferentes al que viven y del que huyen. El que se salva es Benjamin, el único que cree realmente en la fantasía, el único que realiza un esforzado y honesto trabajo. Hess también aprovecha para poner en evidencia a un sector de la industria audiovisual, de paupérrimo presupuesto, al que los medios locales pueden llegar a prestar tanta atención como si fueran trabajos profesionales.

Puede que algunos vean ensañamiento y burla intelectual (lo he leído en algunas críticas de sitios que prefiero no citar, donde “intelectual” también ha mutado en algo negativo), pero a mi modo de ver el autor sólo está plasmando realidades (de manera hilarante, claro, y menos mal). Que son feas y dan pena, pues sí, pero son verdades. Seguro que todos conocemos a personas que se presentan a sí mismas como escritores, artistas o cineastas, y te pueden citar una buena cantidad de sus trabajos, todos de una calidad directamente bochornosa, de risa. Y sin embargo, en contra de la lógica y el sentido común, ahí siguen, algunos hasta apoyados por subvenciones públicas, apareciendo en los medios e incluso dando conferencias, sin el menor reparo. A todo esto ataca Hess, a ellos, a los que consiguieron escalar, llegando a más público, a los que lo intentan, a los que se lo permiten y a los que los siguen.

No tiene piedad Hess de los pobres seguidores de estos desvergonzados creadores, pero es que tampoco creo que la merezcan. Los que sí se salvan, destacados como nobles individuos, son, repito, los que no alardean, los que trabajan y viven con humildad, con su visión diferente de lo que les rodea, con su perspectiva única, que además entienden que ante todo están las personas, y luego todo lo demás. No es ‘Gentlemen Broncos’ una película redonda, ni de lejos (se cae en subrayados y repeticiones innecesarias, como las bromas con testículos o recrearse en algunos rostros grimosos), pero sus grandes aciertos y ese reflejo de lo absurdo que a veces puede ser nuestro mundo, la convierten en una de las propuestas más interesantes y peculiares del año.

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