'Green Room', impecable ejercicio de estilo

'Green Room', impecable ejercicio de estilo

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'Green Room', impecable ejercicio de estilo

En las dos últimas películas de Jeremy Saulnier predominan dos colores sobre todos los demás. ‘Blue Ruin’ (íd., 2013) estaba bañada en el azul y todas sus tonalidades. ‘Green Room’ (íd., 2015), como bien indica su título, se apodera del verde y le da la vuelta al significado que al menos tiene en Occidente: es el color de la tranquilidad, de la serenidad, de todo lo bueno, hasta del ecologismo. El director lo ha utilizado para una película que está en las antípodas de todo eso.

El tristemente fallecido Anton Yelchin —actor bastante limitado, pero que solía caer bien— encabeza un sólido reparto por el que también se pasean Imogen Poots —segunda vez que coinciden con Yelchin— y Patrick Stewart, en un thriller violento, directo, sin florituras, y que establece una muy curiosa unión entre forma y fondo, uniendo extremos en lo que es un verdadero cóctel explosivo que mantiene el interés todo el rato.

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(From here to the end, Spoilers) Un grupo punk de carretera, debido a lo mal que les ha salido su último bolo, deciden aceptar otro de última hora, que les llevará hasta un local de neonazis, liderados por el misterioso Darcy (Stewart). Tras la actuación y debido a un olvido tonto, serán testigos del resultado de un asesinato de una chica. Lo que debería haber sido tocar, cobrar e irse, tornará súbitamente a sobrevivir a cualquier precio.

‘Green Room’ encierra dentro de su sencilla historia muchos elementos de diversos géneros. Es un thriller, es una película de terror, de acción, es un survival —con sus efectos sangrientos y todo—, una cinta indie, etc. Las referencias, que las hay aunque no lo parezca, son de una sutileza exquisita. Pero hay algo muy logrado en la película. El contraste que se ofrece entre lo salvaje que es el relato y la elegancia con la que está filmado, sugiriendo más de lo que se muestra a nivel ético.

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Violenta y directa

Cualquier otro director moderno habría caído en una narración de las que yo llamo epilépticas. Cámara en mano, moviéndose a ritmo de canciones punk, montaje taquicárdico para dar la sensación de peligro, etc. En ‘Green Room’ no hay nada de eso, al contrario. Saulnier sabe de sobra que la tensión, el suspense, se cuecen a fuego lento, pero seguro. Una planificación muy cuidada —que hermana al director con otro coetáneo: Jim Mickle—, a todos los niveles, configura un film directo. Muy directo.

La película ejerce una mirada nada disimulada sobre esa América “invisible”, o mejor dicho, no publicitada. Rostros olvidados en el rincón más oscuro del mundo. Skin heads metidos en asuntos más serios, esos que se ocultan bajo el suelo de la habitación donde los protagonistas, que como mandan los cánones en este tipo de films, morirán uno a uno, han quedado encerrados. Los métodos empleados, la falsa educación, la mentira y en última instancia, la violencia, no distan de los usados por cualquier organización criminal escondida detrás de una gran empresa.

Pero lejos de lecturas sociopolíticas, ‘Green Room’ es un entretenimiento de primer orden, con varias set pieces violentas, algún que otro inteligente giro de guión —todo está en pantalla con antelación, hasta que Saulnier decide desarrollarlo por etapas—, y establece sin ningún tipo de rubor, también sin trascendencia ni sobresaltos, que cualquier persona, bajo determinada presión es capaz de matar. El cordero puede convertirse en lobo.

El detalle final del perro es antológico.

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