John McTiernan: 'La caza del octubre rojo'

John McTiernan: 'La caza del octubre rojo'
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El mar le concede a cada hombre una esperanza como el dormir le produce sueños

Tras el bombazo taquillero que supuso ‘Jungla de cristal’ (‘Die Hard’, 1988) el director John McTiernan tuvo el mundo a sus pies. En Hollywood suele llevarse a cabo un dicho que reza algo así como “vales lo que tu última película”, y salvo en personalidades eminentemente poderosas —póngase aquí nombre ilustres por todos conocidos— parece ser una regla de oro a tener en cuenta. Como la primera aventura cinematográfica de John McClane fue del agrado de todos, a McTiernan no había productor que le dijera que no, y menos cuando el realizador llevaba dos grandes éxitos seguidos. Curiosamente, McTiernan tuvo que rechazar el dirigir la segunda entrega de ‘Jungla de cristal’ por estar comprometido con el rodaje de la que iba a ser su nueva película como director, ‘La caza del octubre rojo‘ (‘The Hunt for Red October’, 1990).

Se trata de la primera adaptación cinematográfica de una novela del popular Tom Clancy, que escribe libros de espionaje en la línea de John Le Carré y similares, pero mucho más aburridos e insoportables. En una línea muy diferente a la marcada por Ian Fleming y el agente secreto de espionaje más famoso del mundo, Clancy propone una aventura de corte más serio y realista, por así definirlo, y también crea un personaje fijo en sus historias, el analista Jack Ryan, que por supuesto y debido al éxito del presente film, obtiene su correspondiente saga cinematográfica. Cuatro películas, y tres rostros para Ryan. Curiosamente la mejor de todas ellas es la que nos ocupa, donde Ryan es más bien un personaje secundario.

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El papel del analista cayó en manos de Alec Baldwin tras el rechazo de Harrison Ford, que curiosamente le daría vida con posterioridad en dos ocasiones, y Kevin Costner, dos actores con carácter de estrella, de la que Baldwin carecía en aquellos años. Esto y sobre todo que su antagonista, el capitán Marko Ramius, está interpretado por Sean Connery —sustituyendo al inicialmente previsto Klaus Maria Brandauer, que se lastimó una pierna antes de empezar el rodaje siendo él mismo el que recomendó a Connery para el papel— ayuda a que el personaje de Ryan quede por debajo, aún siendo de importancia vital en el relato, del de Ramius. No obstante, el guión, obra de Larry Ferguson y Donald Stewart —guionista que repetiría funciones en las dos secuelas posteriores— se para lo suyo en el personaje que brinda a Connery la oportunidad de ofrecernos otra de sus inolvidables composiciones.

Sean Connery siempre fue del agrado del público, su imagen en un principio ligada al agente secreto 007 —a día de hoy sigue siendo el que mejor ha interpretado al personaje—, pero hay un hecho incuestionable y es que el año de realización del presente film, 1990, pertenece a la mejor época del actor, aquella en la que un gran sector del público parecía estar enamorado, no sin razón, de Connery. El actor escocés, que había ganado un merecido Oscar por su labor en ‘Los intocables de Eliot Ness’ (‘The Untouchables’, Brian De Palma, 1987), se ganó nuestro corazón cuando de la mano de Steven Spielberg dio vida al padre del mismísimo Indiana Jones. La caracterización del personaje de Ramius es todo un mimo hacia la imagen del propio actor. Un peluquín, que costó la friolera de 20.000 dólares, la imponente presencia del actor, su poderosa voz, y el continuo cariño que la cámara siente por él, ayudan a vestir el personaje más carismático de la función.

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Una función que sirve en bandeja a McTiernan la posibilidad de demostrar de nuevo su dominio de la planificación y el ritmo, y narrar con cierto sentido de la emoción la historia de otro de sus característicos personajes enfrentados a algo grande. El film da comienzo con Raimus y Vasili Borodin ( Sam Neill) en la cubierta del enorme submarino que da título al film. Tras un breve y significativo diálogo, McTiernan realiza uno de sus descriptivos travellings mostrando al submarino en todo su esplendor mientras se abre camino hacia el inmenso océano, escenario del relato. Si en las dos anteriores películas del director, éste había situado los marcos primero en una frondosa selva y después un sofisticado edificio casi infranqueable, ahora el vasto océano es testigo silencioso y peligroso de las acciones de los personajes. Las importantes intrigas de los hombres parecen insignificantes al lado de la implacable justicia del profundo mar, siempre amenazante y lleno de peligros.

McTiernan dosifica muy bien el suspense, y aunque en los primeros instantes desconocemos las verdaderas intenciones de Ramius, tramo en el que éste es mostrado como alguien peligroso capaz de matar con sus propias manos, enseguida se le da la vuelta a la tortilla, y el Octubre Rojo, con Ramius al mando, se convierte en objetivo común a americanos y rusos. Los primeros temen un ataque sin precedentes a los Estados Unidos, mientras los segundos, conscientes de que un capitán de su ejército quiere desertar con el mejor submarino jamás construido, intentan alimentar la sospecha de la mayoría de los americanos. A un lado queda el obvio mensaje de la supremacía yanqui en el modo de vida, y que chirría un poco, aunque no debería sorprendernos cuando en el guión intervino de forma no acreditada John Milius, que ya sabemos de qué pie cojea.

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Dicho elemento no enturbia la vitalidad de un relato lleno de emoción en el que McTiernan cambia las escenas de acción física por dinamismo dentro del submarino y los despachos a través de un montaje preciso, una puesta en escena milimétrica que también se apoya en el excelente trabajo de fotografía de Jan de Bont, mejor director de fotografía que realizador. Mediante ello y unos diálogos eficientes, McTiernan logra mantener un gran interés sin que este decaiga lo más mínimo, y nos ofrece momentos tan intensos como Ryan —un Alec Baldwin más correcto que nunca— deduce las intenciones de Ramius, o la espectacular secuencia en la que Ryan debe pasar de un helicóptero a un submarino en medio de un temporal. Su labor queda reforzada por un plantel de actores realmente envidiable, desde el propio Connery, auténtico rey de la función, hasta Scott Glenn, pasando por Sam Neill, James Eral Jones y Tim Curry. Tal vez se les va un poco la mano a la hora de mostrar al capitán Viktor Tupolev, interpretado por un excesivo Stellan Skarsgård, que a bordo de un submarino ruso se obsesiona con dar caza y aniquilar a su compatriota sin importarle las razones.

El éxito de la película provocó una saga en la que Jack Ryan se convierte en el protagonista absoluto, ya con el rostro de Harrison Ford —de esa cosa con Ben Affleck dando vida a un joven y primerizo Ryan es mejor olvidarse—, e influyó en la realización de posteriores films ambientados en submarinos, siendo el caso más directo el de ‘Marea roja’ (‘Crimson Tide’, Tony Scott, 1995) en el que lo único que tiene la categoría suficiente para competir con el film de McTiernan es la impresionante banda sonora de Hans Zimmer, sin duda inspirada en cierto modo en el atinado trabajo de Basil Poledouris para la presente película que en ciertos momentos pone los pelos de punta y acrecienta la épica del relato.

McTiernan haría exactamente lo que le vendría en gana en su siguiente film, también con Sean Connery en su reparto y realizando tareas de producción en el que probablemente sea el proyecto más personal del director.

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