'La cuarta fase', el peor cine de terror imaginable

'La cuarta fase', el peor cine de terror imaginable
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El cine de terror, ese que intenta ocuparse de mostrarnos los miedos más oscuros del ser humano, debe ser uno de los géneros más complicados que existen, a tenor de las poquísimas películas realmente importantes, imperecederas, que se hacen a lo largo de los años. Luego llegan joyas como ‘La semilla del diablo’ o ‘Alien’, y nos dejan a todos sin palabras, pero, cosa curiosa, suelen erigirse en películas generacionales, totémicas, lo que da una idea del lapso de tiempo que se necesita para que un artista eche a un lado los recursos de baratillo, propios de la riada de realizadores mediocres que lo intentan con más pena que gloria, y sea capaz de volver a asustar haciendo cine de verdad.

No es el caso de la segunda película como director de Olatunde Osunsanmi, una película que trata, o eso parece, sobre el tema de las abducciones en remotas comarcas estadounidenses, que provocan el terror entre los ciudadanos por lo extraño e inexplicable de los casos, y que nos plantean la posibilidad no sólo de estar bastante acompañados en este universo, si no de que nos estén controlando sin que lo sepamos. Pero de nuevo se nos escamotea la posibilidad de asistir a un buen relato de misterio y horror que abra la puerta de nuestras percepciones, a favor de un espectáculo de dudosa factura que se convierte en otra pésima película de género.

Osunsanmi, un realizador que intenta acercarse a un tema espinoso y siempre polémico, no me parece un director capaz de abarcar, siquiera de comprender, todo lo que puede suponer lo que está contando. Pero el caso es que lo intenta con todo lo que tiene, aunque es muy poco. Su objetivo fundamental, sin embargo, no es contarnos una gran y turbadora verdad, que es a lo que se debería dedicar todo cineasta que se precie, si no a montar un espectáculo para hacer dinero. Ahora bien, se esfuerza como un poseso en hacer parecer lo contrario. Y para ello se rodea de un material documental de poca credibilidad que pretende mostrar como auténtico, con la esperanza de que así su relato adquiera mayor firmeza, pero por contra lo que consigue es que el conjunto sea aún más pobre.

Y es que parece que la ficción ya no consigue asustar al espectador palomitero como antes, y se recurre al empleo de material de vídeo, con apariencia documental muchas veces, para que el respetable pegue el salto en la butaca con mayor contundencia. La reciente ‘Paranormal Activity’ da buena fe de ello. Pero Osunsanmi, no contento con ello, inserta continuamente, partiendo la pantalla, su material documental (que en teoría es real, aunque tal como está tratado parece difícil de creer) con el de ficción, su audio supuestamente real, con el de ficción, una y otra vez, con un propósito que no alcanzo a adivinar, y que convierte este filme en uno de los mayores disparates de terror que se recuerdan.

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Al frente del reparto se sitúa la famosa Milla Jovovich, que desde que saltó a la fama con la deleznable ‘El quinto elemento’ (de la mano de su pareja de entonces, el infame Luc Besson) no ha hecho si no demostrar, una y otra vez, que es una actriz muy limitada, más competente a la hora de poner su rostro (de una gran fotogenia, para qué engañarnos) para la firma L’Oréal, que para ser la gran estrella que desearía ser. Pero el caso es que gracias a la franquicia, sorprendentemente lucrativa (para su alcance), de ‘Resident Evil’, se ha convertido en una especie de reina del terror y ahora, con este drama de tintes paranoides y paranormales, Jovovich juega a ir cambiando poco a poco el rumbo de su carrera hacia cauces más importantes, pero vuelve a estrellarse por su nula personalidad y su escasísima fuerza dramática.

Un ejemplo: cada vez que el personaje de Jovovich (una de las psicólogas más improbables que he visto en una sala de cine) se enfrenta al jefe de policía del pueblecito de Alaska (al que se le saca poquísimo partido atmosférico), interpretado por el decente actor Will Patton, Jovovich se viene abajo como un castillo de naipes, evidenciando su inexperiencia e incapacidad. Aunque también es justo decir que la dirección de actores de Osunsanmi es mediocre, digna de un principiante con ideas pero sin el fuste necesario. Así como su puesta en escena se basa en el susto fácil, obtenido a base de cortes de montaje abruptos y de golpes sonoros que por fuerza te provocan agitación. Pero ya está bien de ese tipo de cine de terror. No estaría mal que algún director intentase armar eso que se llama suspense, para variar.

Pero Osunsanmi fracasa desde el mismo momento en que escribe un guión sin sentido ninguno, orquestando su proyecto para dar protagonismo absoluto a las secuencias de horror, olvidándose por completo de la conexión emocional con el espectador (aunque con su protagonista, esto es del todo imposible), desaprovechando a actorazos como Elias Koteas, que no sé qué hace en este engendro, y dándoselas de gran director de misterio, y de investigador de lo paranormal en el cine, cuando no es más que un mercachifle del cine predigerido destinado a adolescentes ansiosos de que les cuelen cualquier bobada, un directorcillo con ínfulas cuyo trabajo será prontamente olvidado.

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