'La guerra de las galaxias: La venganza de los Sith' (1)

'La guerra de las galaxias: La venganza de los Sith' (1)
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Tres años después de ‘El ataque de los clones’, llegaba por fin el capítulo final (siempre en teoría) de la saga galáctica más famosa de todos los tiempos, y con él terminamos este especial que esperemos haya aportado un nuevo punto de vista acerca de tan proverbial sexteto de películas. Para muchos, ‘La venganza de los Sith’ es un cierre magnífico, que desmiente las oquedades y debilidades de las dos películas previas. No puedo estar de acuerdo con ellos. Este Episodio III no es tan redondo (aunque tenía sus fallos, inevitables, y algunos de gravedad) como el II, y aunque tiene varios momentos sin duda muy conseguidos y, como veremos, un tono lúgubre y tenebroso realmente admirable, es una muy endeble película de aventuras que a otros, entre los que me encuentro, ni siquiera nos parece que enganche debidamente con las líneas dramáticas del Episodio IV.

Pero cada cosa a su tiempo, porque hay varios aspectos de los que hablar. Inmersos como estamos en plena conflagración intergaláctica (las legendarias Guerras Clon, que arrancaban al final del Episodio II, y de las que apenas veremos nada…) el comienzo no puede ser más prometedor, aunque se vea cumplido a medias. Secuestrado el polémico canciller Palpatine (fenomenal Ian McDiarmid, quizá el mejor intérprete de esta nueva trilogía) por el Conde Dooku (todos sabemos que Palpatine es en realidad el Lord Sith, y por eso no dejamos de preguntarnos qué extraño plan ha urdido), los jedi Kenobi y Skywalker (¿quién si no?...) acuden a su rescate en medio de una grandiosa batalla espacial. Más de veinte minutos de secuencia que dan literalmente para todo: buen cine, buenas ideas, buenos diálogos… y soluciones cogidas por los pelos, elementos que aceptamos por buena voluntad, un ritmo irregular, interpretaciones penosas. Esto es Lucas.

Intensidad y arritmias

Nadie puede negar que los primeros planos dejan con la boca abierta. Un verdadero alarde de creación y de efectos digitales, con literalmente decenas de miles de elementos en pantalla. Innumerables naves y movimientos de cámara para el avance de los dos jedi, en sendos cazas, dirigiéndose hacia la nave en la que mantienen secuestrado a Palpatine. Lo cierto es que la secuencia acaba sabiendo a poco, con Kenobi en apuros por los droides buitre, y Anakin salvándole “in extremis”. Hay algo en la dirección de Lucas que lo vuelve todo arrítmico y con bajones de intensidad. Sin embargo, está pasable. Todo el bloque en la enorme nave es de lo mejor de la película, con estupendos combates a espada, pero hay demasiadas cosas cogidas por los pelos. R2-d2 parece empleado por Lucas, de manera demasiado descarada, para introducir humor y para hacer posibles las descabelladas aventuras de los jedi.

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El combate con Darth Tyrannus (Christopher Lee) es lo suficientemente rápido y violento, y tiene lugar uno de esos momentos que luego echaremos de menos: la lenta e irreversible caída de Anakin al lado oscuro, cuando decapita sin piedad a su enemigo, y después de cercenarle las manos. Desgraciadamente, muchas cosas tenemos que créernoslas a nuestro pesar: como que Dooku le lance a un inconsciente Kenobi una estructura enorme a las piernas…pero no le hace daño; como que R2-d2 es capaz de vencer sin esfuerzo a dos droides de combate..pero luego le derriban de una patada; como que se lanzan por el hueco del ascensor en vertical…pero se deslizan por la pared…y son capaces de agarrarse en el salto unos a otros; ¡como que Anakin es capaz de hacer aterrizar una nave enorme en caída libre…pero en una pista de aterrizaje de Coruscant!

Tras este irregular prólogo, enseguida se evidencia que el guión de Lucas está construido sobre una serie de trampas y situaciones forzadas para llegar al sitio al que él, previamente, necesita llegar. Por supuesto que todos los escritores llevan a cabo idéntico ejercicio, pero el arte consiste en que no se note. Aquí es demasiado obvio que el sueño de Anakin sobre la muerte de Amidala en el parto de su hijo en común, es una trampa de Lucas para que Palpatine le manipule a su antojo. El problema no es ese, el problema es que Anakin termina resultando un bobo al que es facilísimo engañar y llevar al lado oscuro, y es imposible creerse nada. Como es imposible creerse la relación romántica entre Anakin y Amidala, una de las más sosas y cursis de la historia del cine.

Pero hay más situaciones forzadas, y que revelan a un Lucas en baja forma, por lo menos en cuanto a escritura. Que para ser portavoz de Palpatine, Anakin deba ser admitido en el Consejo Jedi, pero se nieguen a concederle el rango de maestro, es una situación extraña y forzada, todo con el objetivo de aumentar la desconfianza de Anakin en el Consejo y viceversa. Lucas dirige con mano firme, filmando y montando muy bien. Sin embargo, su dirección de actores (salvo en el caso de McDiarmid) se revela más floja que nunca, casi de colegial, y el que sepa algo de esta disciplina, o se interese por la interpretación, debería estar de acuerdo conmigo.

Chispazos de genio

Pese a todo hay secuencias magníficas, como esa en la que Palpatine le cuenta a Anakin una terrible historia sobre dos sith (sin duda, el segundo era él mismo), uno de los cuales había descubierto el secreto de impedir la muerte de otra persona por medio de la fuerza. Hay algo turbio e inolvidable en este diálogo, y sentimos, casi palpamos, la desesperación y la creciente oscuridad de Skywalker. También hay imaginación y simple gozo de crear en ese personaje patético y terrible a un tiempo que es el general Grievous. Otro diálogo estupendo es el que mantiene Anakin con Yoda en la humilde celda de este último, en el que Yoda dice una enorme verdad: que hay que desprenderse de aquello que tenemos miedo de perder con el fin de ser libres (y, sobre todo, no caer en el lado oscuro).

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Chispazos de genio que se ven desmentidos por todo lo que les rodea, porque en lugar de asistir a un apoteósico capítulo final, la primera hora de película consiste en una amorfa colección de escenas sin la menor fuerza dramática, con la previsible y algo inocua confrontación de Kenobi y Grievous (esta vez un oponente con cuatro sables de luz, en sucesivas entregas suponemos que Lucas habría incluido a un oponente con ocho o incluso más sables…) y con diálogos muy aburridos y muy poco creíbles, la mayoría de ellos. Por otra parte, que los jedi tarden tanto en descubrir que Palpatine es el Lord Sith (con lo sospechoso que resulta este personaje) tiene menos que ver con la supuesta genialidad manipuladora del villano que con la ceguera y la ineptitud del consejo.

Confieso que cada vez que Anakin se da cuenta de que su mentor y amigo Palpatine es el Sith que llevan buscando varias décadas, entre otras cosas porque él se lo dice, o casi, me da la risa floja. No puedo evitarlo. ¿Tan difícil era? Todo esto no hace otra cosa que evidenciar la escasa fuerza no sólo de Anakin como personaje, sino de todos los jedi. Y no solamente esto, sino que evidencia la incapacidad de Lucas para acelerar la intensidad de su relato, una vez que Mace Windu (un increíblemente inexpresivo Samuel L. Jackson) conoce la verdadera identidad de Palpatine. El combate entre los jedi y el sith es mucho peor que cualquier otro de la saga, cuando tendría que haber sido, quizá, el más violento y salvaje. Con él termina la primera hora y la primera parte de un análisis que partimos también la mitad para no hacerlo demasiado largo.

Como consideración final a esta primera parte, decir que Hayden Christensen, actor más sólido de lo que dejan suponer estas películas, está un poco mejor en este tercer episodio de lo que estuvo en el segundo, aunque sin tirar cohetes. A su lado, Natalie Portman ve disminuido su papel todavía más, en presencia e importancia. Y lo que es peor, en algunos planos consiguen lo imposible: que salga fea. Las naves muy bien, todas muy bonitas.

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