Las peores películas que he visto en una sala de cine: 'El código da Vinci'

Las peores películas que he visto en una sala de cine: 'El código da Vinci'
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Ahora que se aproxima el huracán en el que se convertirá ‘Ángeles y demonios’, película que ya comenté si verdaderamente era necesaria, me viene a la memoria el soporífero ejercicio cinematográfico que nos deparó Ron Howard en ‘El código da Vinci’. Quizás sea el aburrimiento su principal calificativo, puesto que la producción cumplía con todos los requisitos necesarios para ser el gran éxito de taquilla que realmente fue, con unas cifras de rentabilidad muy estimables (sin olvidar lo mucho que ayudó la polémica que la acompañó).

Sin embargo y a pesar de los buenos augurios, la decepción con la primera fue tan grande que todo hace suponer que muchos huirán despavoridos cuando vean en su cine habitual el cartel con el estreno de la nueva entrega. Aunque, como digo, más que decepción se le puede achacar el hecho de mostrar el lado más reprochable de las superproducciones de Hollywood.

Tras haber leído la popular y exitosa obra de Dan Brown, no me cabía duda de que existiría una adaptación cinematográfica. Por dos cuestiones claras. Una por su literatura visual, es decir, por tratarse de una novela muy descriptiva y fácilmente adaptable a imágenes en el cine. Y por otra cuestión: sus números de ventas y el enorme tirón de ventas lo hacía muy jugoso para la hambrienta industria de Hollywood.

Allá que se lanzó una superproducción en manos el director menos problemático, con suficiente solvencia en la realización, como para no llevarlo todo al traste. Claro que al optar por Ron Howard se aseguraba una película “formalmente” correcta, que no se ajustaría a lo estabecido. Y s que Howard es capaz de manejar el equipo técnico y artístico, junto al enorme presupuesto, por los derroteros que los productores impongan y sin dar demasiados problemas. Pero también se aseguraba que la cinta carecería de personalidad y riesgo. Con todo, Ron Howard ha sabido demostrar que cuando quiere puede ser un buen director (como hemos comprobado en ‘Frost contra Nixon: el desafío’), pero adolece de falta de ingenio y de plasmar un estilo personal en sus trabajos.

El fichaje de Tom Hanks como protagonsita aseguraba un enorme tirón de cara al público. Una superestrella prestigiosa, buen actor y con la presencia necesaria para encarnar al profesor Langdom en la gran pantalla. Como acompañante se buscó a una estrella internacional como Audrey Tatou, una actriz que destacó en ‘Amelie’ pero sosa hasta la médula, en lo que se advierte un gran error de casting. Del resto poco se puede destacar, Jean Reno no aporta nada interesante y el gran Ian McKellen compone uno de sus peores papeles que recuerde.

Y lo cierto es que la adaptación no es precisamente deplorable como el resultado de la película, puesto que traslada en imágenes la historia de Brown con gran fidelidad, pero con el enorme error de no hacerlo con el mínimo de dominio del lenguaje cinematográfico. El resultado queda como una película larga, llena de saltos en la historia, difícil de seguir, sin un ápice de tensión que eleve la caída en picado de una trama casi imposible, que apenas se sostiene y que resulta una película del todo olvidable. Con la salvedad de sus interesantes títulos de crédito:

Muchos apelarán al sentido común y al hecho de que la taquilla no se equivoca, siendo ‘El código da Vinci’ una cinta más, hasta cierto punto entretenida y con cierta emoción. Pero, con un mínimo criterio se puede advertir la total falta de química de los protagonistas, algo esencial para el desarrollo de este thriller pseudoreligioso, además de que el guión hace aguas con diálogos antinaturales y hasta ridículos. La actuación de Hanks es penosa y decepcionante. Parece que no andaba muy convencido él mismo de haberse metido en esta producción y su trabajo resulta acartonado, pobre y sus apariciones parecen lastradas por la tramposa y enmarañada trama.

Además del aburrido resultado global, también hay que incidir en el hecho de que la historia avanza a trompicones, con demasiadas explicaciones que ahogan el ritmo narrativo. Todo ello conlleva a que la acción es casi nula, y cuando aparece es tan simple como capaz de hundir aún más el desarrollo. Le falta acción, tensión, complicidad y sobre todo, riesgo y originalidad, para una historia que ya todos conocíamos y cuya resolución final es de las que te deja hundido en la butaca, colapsado por el enorme absurdo del mismo. Y no sería por falta de dinero a la hora de pagar al guionista Akiva Goldsman (que repite para ‘Ángeles y demonios’ con una cifra astronómica y principal causa del absentismo en la sala que más de uno propiciará), ya que con esa inversión podrían haber buscado alguien más capacitado y con un mínimo de ingenio. Y es que era complicado hacerlo peor que en la novela, pero se consiguió, y de ello Goldsman y Howard tienen gran culpa.

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