'Perseguido', carguémonos la telebasura

'Perseguido', carguémonos la telebasura
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Del mismo modo que ayer no era mi intención hacer una apología de Lars von Trier, hoy tampoco voy a llevar a cabo un ejercicio de vindicación hacia Arnold Schwarzenegger, después de dar mis razones para considerar ‘Conan, el bárbaro’ (‘Conan the barbarian’) una película olvidable. Pues, para ser sinceros, no vamos a hablar de una gran película. Pero no puedo evitar acordarme de ‘Perseguido’ (‘The Running Man’, Paul Michael Glaser, 1987) las pocas veces que enciendo la televisión, no solamente por el volumen intolerable de estupideces por segundo que se cuelan en tu casa (en forma de personajes grotescos, insultos, chabacanería, lujo de latón, crueldad, estulticia), también por el anhelo enorme que producen sus programas (todos y cada uno de ellos, con los telediarios a la cabeza) de prenderle fuego a todas y cada una de las cadenas generalistas. Y te acuerdas de esta película, la vuelves a ver, y liberas bastantes neuronas.

Adaptación homónima (del inglés, ‘The Running Man’, pues la novela se tituló en España ‘El fugitivo’) de un gran trabajo novelístico de Stephen King, nos encontramos ante un título bastante disfrutable, que pese a sus numerosos defectos (que los tiene, y son incontestables), posee también no pocas virtudes que la salvan de la quema, ya que se trata de una película de acción de gran intensidad, con muchísima violencia salvaje, y que llega bastante lejos en sus pretensiones temáticas. Pienso que King es un gran escritor de género, poderoso, conciso e imaginativo (y que tengo comprobado, sólo desprecian aquellos que no se han leído ni una sola de sus novelas, aunque también las tiene soporíferas), que ha abastecido a Hollywood de algunas ficciones que, de haber sido puestas en imágenes por directores de fuste, podrían haber originado muchas más películas notables. No es el caso, pero por lo menos no destrozan del todo un punto de partida que a todos los que odiamos la telebasura (y somos legión…) nos produce un placer victimario.

Y eso que la película roza por momentos una cutrez y un diseño de producción bastante demencial y poco afortunado. Algunos dirán que, claro, retratando un mundo futuro tan terrible y tan capitalista y corporizado, viene a cuento. No estoy muy de acuerdo, pero bueno. En la novela, Ben Richards es un pobre diablo sin trabajo y con una familia que mantener, que acepta voluntario ir al salvaje concurso que, más o menos, vemos en pantalla. Va directa al grano y consigue atenazarte el estómago de inquietud y pesadumbre. En la película Richards es un piloto del ejército encarcelado por un crimen que no cometió y obligado a ir al concurso por la fuerza, lo que tampoco está mal, aunque el guionista Steven E. De Souza (responsable nada menos que de los libretos de ‘La jungla de cristal’ (‘Die Hard’, John McTiernan, 1988) y su primera secuela, y también de algunos bodrios de consideración…) se ve obligado por ello escribir a un prólogo algo torpe y un desarrollo a trompicones, bastante mejor, desde luego, que la endeble puesta en escena de Paul Michael Glaser, quien solo en los momentos de acción da lo mejor de sí.

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Un mundo sin futuro

Pero, a grandes rasgos, tanto novela como película describen un mundo futuro en crisis absoluta, tanto económica como de valores, en el que el medio ambiente está comprometido, la pobreza es inmensa, la televisión martillea cada día con programas basura y con crueldad, los ricos les dicen a los desgraciados cómo tienen que vivir sin dar cuentas a nadie… Un mundo muy diferente al de hoy, vaya… Ironías aparte, el Ben Richards de la novela era un personaje mucho más interesante en ese contexto, aunque aquí Schwarzenegger (esta vez sí) aporta un carisma incontestable a su rol, con ese aire chulesco que tan bien le viene, recién salido del rodaje de la muy superior ‘Depredador’ (‘Predator’, John McTiernan, 1987), fumando los mismos puros y con el mismo buen estado de forma y energía arrolladora. Es un actor tan limitado que tampoco se esfuerza más allá de su enorme fisicidad, y con ella le vale, pues ya por entonces había pulido bastante su trabas interpretativas y hace muy creíbles las escenas de acción.

Verle en el escenario del enorme concurso, con ese presentador/director tan absolutamente canallesco y abyecto, nos preocupa porque sabemos que, quizá, no estamos tan lejos de ver algo parecido en televisión. Hasta los colores y el diseño del decorado, así como el histrionismo de algunos caracteres, nos remiten a ejemplos actuales muy cercanos. Lástima la escasa imaginación del director, incapaz de trascender la Serie B (muy digna cuando hay un cineasta inteligente haciéndola) al contrario quizá de un John Carpenter, que en mi opinión sí habría hecho algo grande con este material, olvidándose un poco de dar espectáculo y furia (aunque también), pero siendo más incisivo en el retrato social y en la crítica a un sistema podrido hasta los cimientos, henchido de esa hipocresía con la que los más despreciables juzgan y machacan a los más valientes y sacrificados, tal como contó en la inolvidable, y en algunos puntos coincidente aunque sea a nivel superficial, ‘Están vivos’ (‘They Live’, 1988).

Sorprende, eso sí, y se disfruta, su bestial violencia, muy en la línea de las películas ochenteras del culturista austríaco, con la que no nos veremos privados de explosiones de cabezas, tiroteos dantescos, peleas hipervitaminadas, luz estroboscópica para contarnos persecuciones y animaladas de todo tipo, con una colección de cazadores quizás bastante pasada de moda ahora mismo (imagino la colección de cafres psicópatas que habría inventado un director con algo más de cine en las venas) pero aún eficaz. Al lado de Arnold, Maria Conchita Alonso o un siempre eficaz Yaphet Kotto, cumplen con solvencia y dan la réplica sin problemas. Era mucho pedir, claro, el impresionante final de la novela (que hoy día, por razones que no destriparé, no podría hacerse en una película…), pero sí tenemos ese montaje televisivo con el que intentan engañar al telespectador como si fuera un cordero y esa música imponente aunque machacona que imprime tensión y épica al conjunto.

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Imagen favorita y conclusión

Decente película de acción (algunos dirían “de las que no se hacen ahora”...pero sí se hacen, aunque son desdeñadas tal como ésta y otras como ésta lo eran entonces) bastante consciente de sus opciones y por eso bastante defendible. La peor imagen es el beso final (de hecho, es mejor quitarla antes de que llegue…el beso y la horrible canción final) pero tiene otras como la del falso asesinato televisivo del héroe, dos décadas antes de la hegemonía de los programas informáticos.

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