'Shame', un miembro frágil, después de todo

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Un consejo corazones.: no veáis la última película de Steve McQueen con vuestras novias, esposas, pretendidas. Michael Fassmember roba el show, como se dice popularmente, aunque, en este caso, de manera literal y no os imagináis qué descubrimiento hace uno con el actor-que-interpretó-a-Magneto-con-justicia. Un actor de carácter, indudablemente. Con esto, termino mi ronda de chistes fáciles y os hablo del argumento de esta película ambigua, con puntos discutibles pero, en general, muy recomendable.

Michael Fassneverender interpreta a un hombre adicto al sexo. ¡Qué argumento tan fantástico en España (¡y tan lejano en el País Vasco)" Bueno, el caso es que el adicto al sexo tiene una relación poco menos que conflictiva con su hermana (Carey Mulligan) con la que comparte, también, una importante herida familiar cuyos contornos conviene no desvelar. De esta premisa aprenderemos muchas cosas.: no importa como de jodido esté un personaje en un drama contemporáneo, no importa. Él no va a ir al psicólogo, ni al médico de cabecera.

Lo que me lleva a una pregunta inevitable ¿la vida interior más o menos pasional pasa por no recurrir a la medicina contemporánea? ¿En qué momento decidimos que la procesión va por dentro es el secreto de todo drama que implique trastornos de este tipo? Steve McQueen abre la película con una escena magistral: un largo plano secuencia, prácticamente callado, en el que diríamos estar viendo una magnífica película europea.


Para cuando aparece Carey Mulligan, su hermana que responde al nombre de Sissy, con la que Fassboom comparte desnudo integral y una escena de una intimidad aplastante, la película mejora enteros y nos regala escenas tan brillantes como la de la cena. ¿Qué problema tiene la hermana y como esa interrupción afectará a su vida?

Lo hará lo suficiente como para que podamos contrastar el carácter contenido, introspectivo del desesperado Brandon (así se llama el personaje de Fassbigger) con una criatura deesperada, mucho más extrovertida. Para cuando está cantando New York, New York, el cineasta McQueen celebra la puesta en escena sin quitar espacio a sus actores y la experiencia deviene altamente emocional (y recomendable).

Al final, McQueen pierde el norte de su interesante y seria propuesta. De lo que se trata, ya desde el amanecer de Fassbender en la cama, es de un relato de un santo para un tiempo de vicio. Para cuando Brandon rescata a la suicida Sissy y la consuela en el hospital, nos quedamos observándolo en el metro. Los que tendemos a pensar que la humanidad es un acto menos solemne, pero tal vez más misterioso, que McQueen consideramos que el final bien podría ser positivo, pero poco importa porque de lo que aquí se trata es de Brandon se convierta en Santo a través del dolor. No hay redenciones al estilo Schrader, sino un auténtico calvario en el que el sexo es la última parada.

A McQueen no se le pueden negar varios méritos, al margen del encomiable y ciertamente inolvidable trabajo de su actor protagonista, y creo que el mayor de ellos es rodar el trío más doloroso de la historia del cine. Contando con un actor tan entregado, a McQueen le pertoca el difícil trabajo de explicar el dolor desde una perspectiva absolutamente contaminada: cualquier espectador masculino, más o menos heterosexual, asociará al trío toda clase de fantasías quinta-esenciales que parecen imposibles de desnudar y de convertir en otra cosa.

Dicho esto ¿esto era todo lo que teníamos que decir sobre el mundo que habitamos? Desesperación, soledad, intemperie sin Dios. Bien me parece, pero el drama y los personajes de McQueen pedían una elegía algo más elaborada en su dramaturgia. Sean Bobbitt ilumina de manera excelente esta epopeya y Harry Escott reitera demasiado una banda sonora omnipotente. En todo caso, una propuesta abierta a la discusión y refrescante. La película contó con la admiración de Beatriz Maldivia, Mikel Zorrilla y Alberto Abuín.

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