'Skyfall', el espía oscuro

'Skyfall', el espía oscuro
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Cuatro años después de la decepcionante ‘Quantum of Solace’ (Marc Forster, 2008), James Bond regresa a la gran pantalla y lo hace coincidiendo con la conmemoración del 50 aniversario de la franquicia, iniciada con ‘Agente 007 contra el Dr. No’ (‘Dr. No’, Terence Young, 1962). Es por tanto ‘Skyfall’ (Sam Mendes, 2012) algo más que una nueva aventura del seductor héroe creado por Ian Fleming, es un título especial en el que se han invertido 150 millones de dólares con la intención de dejar huella, tanto en la memoria de los fans como en la del público en general.

Fiel a la tradición, ‘Skyfall’ arranca con una secuencia de acción en la que 007 (Daniel Craig) debe recuperar un disco duro robado al MI6. Tras una persecución demasiado larga y poco inspirada, con escenas rutinarias donde se van destrozando coches, motos y hasta un tren, Bond es abatido accidentalmente por una compañera (Naomie Harris) y dado por muerto. Es el momento del clásico segmento de títulos de crédito, al ritmo del pegadizo tema cantado por Adele. Por supuesto, Bond solo fue herido y regresa a Londres (tras un pequeño descanso de sexo y alcohol) cuando se entera que el MI6 es una ruina. Alguien ha declarado la guerra a la agencia y a M (Judi Dench) en particular. Con el MI6 en peligro, 007 fuerza su recuperación para encontrar y derrotar a un temible enemigo lleno de sorpresas (Javier Bardem).

Craig y Bérénice Marlohe en Skyfall

La firma de Mendes —extraño fichaje para una saga comercial como la que nos ocupa— comienza a notarse en la película a partir de la reaparición de Bond tras los créditos. Es un héroe en declive, resentido, malherido, “viejo” —Craig luce su envidiable musculatura en varias ocasiones pero se supone que el personaje no atraviesa su mejor momento físico—, al que ya no se considera apto para ejercer de agente secreto. Sin embargo, M le necesita y él está decidido a terminar la misión y poner a salvo el IM6. El realizador exprime con acierto las interesantes partes del guion (escrito por John Logan, Neal Purvis y Robert Wade) centradas en mostrar una faceta poco explotada del protagonista, más íntima y cercana, pero el esquema exige ruido, frenesí y pirotecnia para garantizar el éxito de taquilla.

Comparado con lo que se suele hacer ahora —pienso en engendros como ‘Total Recall (Desafío total)’ (‘Total Recall’, 2012)— ‘Skyfall’ no abusa de la acción, por suerte, pero es un relato de digestión fácil limitado por las necesidades comerciales de la franquicia que desaprovecha las posibilidades de un cineasta de gran talento para el drama y la dirección de actores, y también las de un género donde el suspense debería ser tan importante como los tiroteos; no se trata de pedir algo como ‘El topo’ (‘Tinker, Tailor, Soldier, Spy’, Tomas Alfredson, 2011), demasiado amarga y reflexiva para llenar salas, pero este James Bond tiene más de implacable asesino que de espía, y es válido pero también cierra puertas innecesariamente. Para compensar que el personaje recuerda demasiado al Jason Bourne cinematográfico, y con la excusa del aniversario, el film está plagado de guiños que entusiasmarán a los incondicionales de la saga.

Naomie Harris y Craig en Skyfall

Del choque de intenciones, obligaciones y talentos surge lo que cabía esperar, ni más ni menos, una cuidada y entretenida superproducción que intenta agarrarse a fórmulas de probado éxito para mantener viva la serie. ‘Skyfall’ es la 23ª entrega (oficial) de 007 y en cierto modo el final de una trilogía iniciada con ‘Casino Royale’ (Martin Campbell, 2006) pero igualmente pretende ser un título aparte y en su confección se percibe un batiburrillo de influencias que restan fuerza a la película de Sam Mendes. Además de los homenajes a la saga, uno encuentra rastros de ‘El silencio de los corderos’ (‘The Silence of the Lambs’, Jonathan Demme, 1991) o ‘Perros de paja’ (‘Straw Dogs’, Sam Peckinpah, 1971) pero sobre todo del Batman de Christopher Nolan, que al parecer se ha convertido en el ejemplo de las franquicias de Hollywood que pretenden convencer a crítica y público.

Así, el tercer Bond de Daniel Craig es un Bruce Wayne que no necesita máscara, con sus propias versiones de Alfred y Lucius, enfrentado a un villano que recuerda al Joker de Heath Ledger y que descubre reencarnaciones de viejos socios en las últimas escenas. La falta de identidad de ‘Skyfall’ y el empeño por hacer correr y pelear a los personajes, en lugar de explotar su esencia, su personalidad y sus motivaciones, de situarlos en el mundo y dejar que lo vivamos a través de ellos, empañan lo que por momentos es la mejor película de James Bond. Puede que alguno se pregunte si merece la pena ir a ver este film, sin sentir especial interés por la franquicia. Mi respuesta es sí, por dos razones: la majestuosa fotografía de Roger Deakins y la impresionante interpretación de Javier Bardem. Es tan formidable lo que logra el actor español que no solo sabe a poco su intervención sino que se pone uno de su lado, lo que sienta mal a una historia donde, sea como sea, debe ganar la rata del gobierno británico.

Craig y Javier Bardem en Skyfall

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