Vampiros de verdad: 'Noche de miedo' de Tom Holland

Vampiros de verdad: 'Noche de miedo' de Tom Holland
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Nos adentramos de lleno en este especial de vampiros en la década de los 80, probablemente la década que peor ha envejecido, artísticamente hablando, aunque para muchos de nosotros representa la época en la que crecimos viendo películas de todos los tiempos. En los 80 hay tres películas sobre el tema del vampirismo que juntas marcaron un antes y después en la concepción del mito vampírico, destinado ahora hacia un público más joven sin traicionar con ello el espíritu clásico de estas criaturas tan fascinantes, sino todo lo contrario, rejuveneciéndolo hasta límites insospechados. ‘Noche de miedo’ (‘Fright Night’, Tom Holland, 1985) es la primera de esas películas, la que primero dio el paso, y a partir de la cual, el vampiro ya no fue el mismo en el mundo del séptimo arte. Para bien y para mal.

Para bien porque abrió las posibilidades más tarde exploradas por Joel Schumacher, Kathryn Bigelow o John Carpenter, reescrituras de algo de sobra conocido por el espectador. Y para mal, porque con ello el subgénero vampírico empezó a caminar por una muy fina línea al lado de la cual ya se cae en lo trivial, lo irrespetuoso y lo banal, creando productos de consumo tan rápido que apenas queda tiempo para observar de cerca su nulidad. Sirva como ejemplo de ello los famosos libros que provocaron de momento tres atentados cinematográficos, cuya existencia son la única razón de ser de este especial, destinado no sólo a rememorar algunas grandes películas, sino a descubrir al aficionado una galería de vampiros hechos y derechos, alejados de toda prostitución adolescente.

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Aunque no lo parezca Tom Holland tuvo mucha culpa de lo que hoy sufre este subgénero, tan en boga. Su peculiar tratamiento, sobre todo en lo que respecta a la figura del gran vampiro, sigue vigente en la actualidad. Jerry Dandrige, un perfecto Chris Sarandon, es un vampiro entre moderno y clásico. Elegante, atractivo y sexualmente muy activo, como todo vampiro que se precie, no sólo es capaz de transformarse en murciélago, sino también en lobo o niebla, características éstas que no aparecen siempre en las películas de vampiros. Y todo ello con un marcado aire juvenil. Recordemos el año de producción del film, 1985, plena era de películas para adolescentes que poblaron sin cesar las pantallas de medio mundo, y entre ellas las producciones de Steven Spielberg, que marcaron en cierto modo el estilo a seguir.

Aunque el director de ‘El diablo sobre ruedas’ (‘Duel’, 1971) nada tuvo que ver en la realización de ‘Noche de miedo’, ésta bien podría pasar por una de sus producciones ochenteras. De hecho Holland parece tener en el Rey Midas su máxima fuente de inspiración, al menos en puesta en escena. Ese travelling inicial que nos acerca a la casa de Charley (un correcto William Ragsdale) mientras escuchamos una diálogo sacado de una cutre película de terror que emiten en televisión, marca la elegancia con la que Holland tratará la historia y al mismo tiempo dotará de cierto humor que alcanzará su cima en el personaje al que da vida un antológico Roddy McDowall, el matavampiros Peter Vincent, cuyo nombre remite directamente a los nombres de pila de dos de las más grandes estrellas del cine de terror, Peter Cushing y Vincent Price. El legendario actor, que debutó en el cine a finales de los años 30, se convierte en lo mejor de una función, que si bien se ha quedado desfasada en algún punto —esa muy ochentera partitura del por entonces de moda Brad Fiedel—, es un muy entretenido producto no falto de personalidad que mezcla sabiamente horror y humor.

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Con referencias más que directas a ‘La ventana indiscreta’ (‘Rear Window’, Alfred Hitchcock, 1954) —Charley espiando las andanzas de su nuevo y temible vecino—, o ‘Un hombre lobo americano en Londres’ (‘An American Werewolf in London’, John Landis, 1981) —los excelentes trucos de maquillaje—, ‘Noche de miedo’ se alza como un producto que si bien bebe bastante de otras películas, cuyas referencias están inteligentemente insertadas en el film, también es un film con autonomía propia. Holland logra estar a la altura dosificando el humor y creando una muy adecuada atmósfera, conseguida sobre todo por la brillante fotografía de Jan Kiesser. Sirva como ejemplo todo el espléndido tramo final en el que Charley y Peter unen fuerzas y fe para enfrentarse al mal.

Por otro lado, Holland pasa con nota alta el reescribir el género vampírico dentro de los cánones del cine más comercial. Y esa reescritura es en cuanto al contexto en el que se desarrolla la historia, en la actualidad y con personajes que parecen salidos de cualquier estúpida comedia americana, algo que nos es recordado continuamente cada vez que hace acto de presencia el personaje apodado Evil —en el doblaje “Rata”, ya me explicará alguien el porqué—, amigo íntimo de Charley, y al que da vida un histriónico Stephen Geoffreys, sin duda lo más inaguantable de la función. No obstante, Holland, también autor del guión, viste su película con detalles realmente interesantes.

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Algunos de ellos se refieren a la figura del vampiro, al que Holland describe como un ser solitario —acompañado, cómo no, de su Renfield particular en la figura de Billy, al que da vida un inquietante Jonathan Stark—, en cuyo interior se esconde un feroz monstruo dispuesto a salir en el momento menos indicado. Un vampiro que entre otras cosas silba ‘Stranger in the Night’ de Sinatra momentos previos a su primer enfrentamiento con Charley, o se alimenta de manzanas —la fruta es uno de los alimentos incluidos en la dieta de los murciélagos—. Esta vez el amor eterno del milenario vampiro se encuentra en Amy —papel a cargo de Amanda Bearse, años más tarde conocida por la serie de televisión ‘Matrimonio con hijos’ (‘Married with Children’)— y que Holland retrata en principio como una inocente chica virginal —uno de los puntos de la historia es que Amy se resiste a acostarse con su novio Charley—, y que tras la mordedura del vampiro se presenta como una sensual y excitante criatura ávida de sexo y sangre.

Divertida y llena de ritmo, ‘Noche de miedo’ representa todo un punto de inflexión en el mito vampírico, pues a partir de ella las cosas cambiaron en este subgénero. El film fue un enorme éxito, y pesar de que su escena final propone el clásico “continuará”, su secuela, ‘Noche de miedo II’ (‘Fright Night II’, Tommy Lee Wallace, 1988), sigue a partir de otro punto, pero repitiendo casi al completo el esquema argumental de su predecesora. Una pena que Tom Holland no volviese a hacer gala de la buena mano que aquí demostró.

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