'La conversación', el sonido de la soledad

'La conversación', el sonido de la soledad
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En el primer plano de ‘La conversación’ (de dos minutos y cincuenta y seis segundos de duración) se establece por entero el camino estético que esta película va a mantener hasta su conclusión. Son ciento setenta y seis segundos con mucho más cine que el 90 % de la producción mundial. En ellos no sólo se establece el tema y el estilo, sino que ya se dice prácticamente todo del personaje principal, Harry Caul (fenomenal, como casi siempre, Gene Hackman). Basta ese extraño zoom sobre su figura, que le destaca de la masa de gente que pasea por la concurrida plaza, y que un mimo le siga, para descubrir a un solitario incurable, incapaz de expresar emociones.

Por eso me asombra que de cuando en cuando aparezca algún gran conocedor de cine que tilde a la película como menor dentro de la filmografía de Coppola, teniendo en cuenta, además, que se encuentra incrustada entre los dos padrinos, díptico sacro del cine norteamericano de la segunda mitad del siglo XX. Muy al contrario, ‘La conversación’ es un filme fascinante, repleto de lecturas y detalles inquietantes. Si la obra de un artista se mide por la capacidad de este de presionar sobre los límites de su imaginación, extendiéndola y sorprendiendo al espectador, esta película confirma el estallido de genio de Coppola en los años setenta.

Del mismo modo que, por ejemplo, ‘Rear Window’ (Hitchcock, 1954) es un estudio sobre el encuadre y sobre la planificación en el cine, y ‘La guerra de los mundos’ (Spielberg, 2005) es un estudio sobre el montaje y la moralidad en la representación, esta película es uno de los estudios más densos y apasionantes no sólo del sonido en el cine, sino del sonido (y de la música) en general. Y esto cristalizado en la figura de Harry Caul, cuya entera vida está dedicada al sonido, en su calidad de espía por cuenta ajena. Un gran profesional de la escucha, en todas sus modalidades, y un gran amante de la música, que incluso toca en la soledad (sempiterna, deseada, de su casa) su saxofón.

Pero Harry es otro sosias de Coppola, y al respecto es muy esclarecedora su confesión de la terrible enfermedad que sufrió de pequeño (la misma que sufrió el director), aunque esta ocurra dentro de un sueño, confirmando la patológica soledad del personaje. Así mismo, la estrategia de la puesta en escena y la imagen, no pueden ir más acordes (nunca mejor dicho) con su mundo interior. Colores desaturados, sombras abundantes, mucho grano, luz dura y directa. Y planos frontales, muchos de ellos generales, con suavísimas panorámicas, la altura de la cámara frecuentemente baja. Antonioni está ahí, de forma inequívoca, pero también un exitoso intento de desligarse de todo lo que en su vida significaba ‘El padrino’. De la comercialidad y de la accesibilidad. Es esta una película sobre sentimientos reprimidos de un hombre que espía los secretos de los demás, pero que guarda celosamente su vida privada.

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En ese sentido, la bella y breve secuencia con su amante, interpretada por la maravillosa, e injustamente olvidada Terri Garr, confirma el latente estado de paranoia del Caul, así como su incapacidad para confiar que nadie pueda quererle o interesarse por él. No hay el menor rastro de énfasis o facilidad para el espectador. Poco después, en el viaje a casa dentro de un autobús, Coppola emplea el momento en que las luces del mismo se apagan para introducir, de manera exquisita, un inserto de la pareja y su conversación, en el momento de un tierno beso. De manera sencilla y convincente, Coppola indaga en el alma de las personas grises, anónimas, cuya vida puede parecer poco interesante, pero cuyas pulsiones internas contradicen la pasividad de su rostro.

Hackman interpreta a este personaje con muy pocas variaciones, en un ejemplo de contención y sobriedad, mezclando fragilidad e inteligencia, cerrazón y fuerza de voluntad. Parece mentira que pueda ser, muchos años después, el sheriff brutal de ‘Unforgiven’, y es que estamos ante uno de los aristócratas de su oficio. Pero a su lado no desmerece el gran John Cazale, ni los anecdóticos Harrison Ford y Robert Duvall, breves pero imponentes. Todos son una excusa para la paranoia y el sentido de culpabilidad muy agudos de Harry Caul.

Le dice su ligue: “es sólo un trabajo, se supone que no tienes que sentir nada, sólo hacerlo”. Ahí encontramos una de los rasgos de personalidad creativa de Coppola, su incapacidad para no sentir algo profundo por sus personajes, y para no poner algo de sí mismo en las historias que cuenta. El guión, firmado por él mismo en solitario, tiene como máxima virtud el entrelazar una intriga detectivesca con una trama muy íntima de manera perfecta. Poco a poco, el misántropo Harry, se va obsesionando con la conversación que ha grabado. De alguna extraña manera, se identifica, como Coppola, con las personas/personajes, de su obra maestra, la escucha perfecta de la que se vanagloria como un cineasta se vanagloria de una secuencia magistralmente realizada.

El gran Walter Murch (uno de los colaboradores habituales de Coppola, e íntimo amigo suyo), que se encarga del excepcional montaje de sonido y que ayuda en labores de montaje, debe ser considerado co-creador en gran medida de esta obra magna, de sus ecos no solo sonoros, sino también narrativos, de la misma textura en que está formalizada esta obra tan extraña y personal. Y es que Coppola sabe rodearse de los mejores. No creo que realizaciones tan complejas como esta, o ‘Apocalypse Now’, hubieran sido posibles sin Murch. Este hombre posee los conocimientos y la sensibilidad necesarias para aunar la inabarcable ambición del director y darle los cauces y las herramientas necesarias para llegar a buen puerto.

Y es que todo funciona a la perfección. Por añadir algo, la extraordinaria música de David Shire, en un score enteramente resuelto con piano (una especie de Chopin mezclado con Jazz), que aporta una elegancia y una engañosa placidez absolutamente impagables. Sus apariciones son un ejemplo de cuándo introducir música en una película, sin atiborrarla de información, sin reiterar una idea. Y contrastan sobremanera con los espeluznantes efectos sonoros. Como espeluznante es el plano final, desgarrador, descarnado.

Palma de Oro en el Festival de Cannes de 1974. Obra Maestra.

Estudio F.F. Coppola en Blogdecine

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