'Elle', el mundo es de las mujeres

'Elle', el mundo es de las mujeres

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'Elle', el mundo es de las mujeres

‘Elle’ (íd., Paul Verhoeven, 2016) es la nueva película de su polémico director tras diez años de ausencia —dejando, cómo no, a un lado, esa especie de experimento que se considera el mediometraje ‘Steekspel’ (2012)—. ‘El libro negro’ (‘Zwartboek’, 2006) fue la última prueba que nos había llegado del talento de un holandés que sigue fiel a sus inquietudes. Y ha sido en una Francia herida de muerte donde le han dejado campar a sus anchas, metiendo el dedo en la llaga.

En un país donde mucho antes nos incomodaron directores como Henri-Georges Clouzot, François Truffaut, Claude Chabrol, incluso Michael Haneke, por poner algunos ejemplos, la disección del ser humano por parte de Verhoeven, en ésta su última película, llega en el mejor —o peor— de los momentos. ‘Elle’ no sólo es incómoda, su mirada escandaliza a muchos, tal vez porque es un retrato sin piedad de un monstruo, del que todos llevamos dentro. Pero es mucho más. Y suma a Michèle al listado de fascinantes mujeres que desfilan por el cine de Verhoeven.

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Ir más allá

El inicio de ‘Elle’ es toda una declaración de intenciones. Sobre pantalla negra oímos jadeos. Alguien está practicando sexo, y por lo que parece, es duro, del bueno. Pero la primera imagen disipa la posible duda. Se trata de una violación. Verhoeven es lo suficientemente inteligente —mucho más de lo que suele ser su público— como para enmarcar a violador y víctima con una puerta y no con el plano cinematográfico. Se trata de algo más que una violación. De algo más que un violador. De algo más que una víctima.

Con un ritmo preciso como pocos, Verhoeven va "abriendo el plano", mostrando poco a poco, lo que cada personaje esconde. Todo ello alrededor del personaje central, Michèle, interpretado por una Isabelle Huppert en verdadero estado de gracia. Con un abanico de roles a sus espaldas, similares en algunos puntos al presente, la interpretación de la actriz francesa es el traductor perfecto de las intenciones de Verhoeven, quien convierte a su fémina en una continuación de todos los fascinantes personajes femeninos de su obra.

Si algunos creían que el holandés tenía un muy elevado tono sexual en determinados momentos de films como ‘Los señores del acero’ (‘Flesh+Blood’, 1985), ‘Instinto básico’ (‘Basic Instinct’, 1992) o ‘Showgirls’ (íd., 1995), en ‘Elle’ puede quedarse completamente escandalizado ante la propuesta de Verhoeven, capaz de establecer un diálogo entre violador y víctima, de ir más allá incluso de eso, y de retratar a la mujer como alguien indiscutiblemente superior en un mundo en el que poco a poco, y afortunadamente, el heteropatriarcado comienza a derrumbarse. O debería.

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Con una sabia mezcla de géneros —más apropiado que mezcla sería el decir que Verhoeven hace que los géneros flirteen unos con otros— ‘Elle’ ofrece una nada disimulada ambivalencia con respecto al personaje central y sus motivaciones. ¿Es realmente una psicópata con pasado terrorífico que le une a su padre, o terminó siéndolo por culpa de una imagen que hizo que el mundo la señalase como una psicópata? Lo bueno de la película, a pesar de su extrema dureza moral, es que no juzga a nadie. Y lo hace poniendo en boca de Michèle dicha frase.

Y es que de juzgar va también la película. De creernos, como la raza estúpida que somos, en posesión del juicio correcto. Para ello, Verhoeven no sólo lo señala con la figura del asaltante, en la que el dibujo de personajes y situaciones es mucho más complejo de lo que parece. También lo realiza con la figura del hijo tonto de Michèle. Todo lo que gira alrededor de su paternidad, que hace que los demás le miren como a alguien ridículo. Verhoeven carga las tintas adrede introduciendo en dos secuencias al verdadero padre, estableciendo así una confrontación entre drama y comedia a nivel formal, pero dejando entrever que el hijo de Michèle es feliz con el simple hecho de ser padre.

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Ellas

En cualquier caso, al director no le importa sentenciar que los hombres estamos a un nivel inferior. Sin ánimo de establecer una de esas aburridas charlas/debate sobre el feminismo y el machismo, creo que Verhoeven no sólo señala que hombre y mujer son diferentes, sino que, al menos en su relato, ellas son superiores. Todos los personajes masculinos con los que Michèle parece mostrar finalmente amabilidad —sus trabajadores en la empresa de videojuegos, su exmarido— están por debajo de ella, los controla. Al que no puede controlar, sencillamente lo destruye.

Y para poder terminar con determinados monstruos hay que convertirse en uno. Michèle no sólo practica la típica hipocresía de la alta sociedad francesa —de la alta sociedad en general—, también se entrega a un estimulante juego sexual, lleno de violencia —y con el que Verhoven toma la difícil decisión de entender a ambos—, no sólo porque disfruta con ello, sino porque le da poder más allá del juego en sí. Un poder, que como en todas las películas del director, termina usándose.

Como decía el propio director en una entrevista todo en la vida es sexo, y a veces sexo y violencia. En ‘Elle’ ambas son mostradas como una necesidad, ayudando a describir el lado horrible que todos tenemos. Un retrato sin piedad, esa que sirve para diferenciar al ser humano de la bestia. El detalle de la esposa fervientemente católica y conocedora de todo lo que pasa, es otra de las contundentes hostias de un director consciente de que en un mundo horrible se sobrevive siendo más implacable que los dos tipos de monstruos que a veces lo habitan.

Y ese final... Grandiosa.

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