‘Animales Nocturnos’, el infierno del desencanto

‘Animales Nocturnos’, el infierno del desencanto

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‘Animales Nocturnos’, el infierno del desencanto

La nueva película del diseñador y director de cine Tom Ford es un ejercicio de perversidad. Una tortura emocional minuciosamente descompuesta en sus elementos más milimétricos para ser reconstruída de forma matemática en un sórdido relato de venganza. Toda la historia se cuenta a través de un microcosmos de recuerdos, de ambiciones y decepciones, de consecuencias, de decisiones en frío y en caliente.

Animales Nocturnos’ habla de la incapacidad de aceptarse en forma de una estilizada pesadilla neo noir del que se escurre un melodrama sobre los demonios de la clase alta americana. Como un melodrama de Douglas Sirk, un romance desgarrado en trozos como en ‘Escrito sobre el viento’ (Written in the wind, 1956), contado desde la perspectiva de quien ha vivido la desesperación de seguir sus sueños para encontrarse en un mundo de papel couché, hueco y sin sensaciones reales.

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Relato a tres bandas

El mundo en el que vive el personaje de Amy Adams transcurre en una pecera de asépticos colores lavados, en marcados blancos y negros. La futilidad muerta de un mundo narcisista y superficial, muy similar al que se nos muestra en ‘The Neon Demon’ (2016), y en el que también encontramos, por cierto, a Jenna Malone, que comparte metraje (pero no escenas) con su compañero en ‘Donnie Darko’ (2001). Un mundo de infelicidad oprimido por los colores cálidos de sus recuerdos, la historia de amor de su vida que resucita al recordar que fue destrozada por su propia vanidad.

Cuando recibe una novela de su exmarido, Susan se adentra en una ficción a la manera de ‘La historia Interminable’ (The Neverending Story,1984), pero en vez de el mundo de fantasía tenemos un universo entre ‘Sangre fácil’ (Blood Simple, 1984) y ‘Terciopelo Azul’ (Blue Velvet, 1986). La influencia de Lynch aparece desde la excéntrica apertura al tono sórdido de toda la metanarración: el tipo de tensión de la escena con los rednecks en la carretera solitaria, hace esperar que el payaso de colores aparezca en cualquier momento.

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Por otra parte, los Coen prestan su descripción de la américa profunda. Esas carreteras olvidadas donde el crimen espera escondido detrás de matorrales y los faros de los coches son la única estrella visible en la noche cerrada. Esos Coen negrísimos cuya único asidero para la respiración es la singularidad de sus personajes, como en este caso, el Sheriff interpretado por el enorme Michael Shannon (spin off de su personaje ya), que deja los únicos momentos de sarcasmo el demoledor relato de Edward (Excepcional Gyllenhaal).

'Animales nocturnos', la venganza se sirve en papel

Un detalle poco sutil que cobra sentido una vez comprendes la motivación de la novela es el momento en el que Susan, abriendo el paquete enviado por su exmarido, se corta un dedo con el papel. ‘Animales Nocturnos’ es el título de su debut y, en esencia, es su manera de enseñar a su expareja su visión de la relación y el pasado que compartían y de la devastación que supuso su fin para este. Pero en el fondo, tan sólo es un recordatorio de que los sueños que uno busca a veces estaban delante de tus narices.

El sacrificio mezquino de Susan tira por tierra el amor verdadero para abrazar la senda que marcan las convenciones, confunde lo sueños de su exmarido con mediocridad y su propia falta de seguridad en si misma, la necesidad de ser el foco de la relación, hace que, en vez de concederle el beneficio de la duda, decida apuñalarle, destrozarle, siguiendo el sueño de su madre, absorbiendo las convenciones del círculo de una condición social a la que confía su ego y aspiraciones.

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El particular bulevar de los sueños rotos que plantea Ford, es un fantasmagórico estado mental polanskiano entre la tristeza gélida y los paisajes nublinosos de Antonioni, incluso su estructura narrativa fracturada alcanza al Hitchcock de ‘Psicosis’ (1960), pero ni siquiera su atinado universo visual tiene sentido sin las demoledoras líneas de guión, tan bien escritas, que desnuda los estratos del desencanto desde la posición sucia, nihilista, de quien conoce perfectamente a que sabe la decepción.

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