Brujería (I): 'La muchacha de Salem' de Frank Lloyd

Brujería (I): 'La muchacha de Salem' de Frank Lloyd

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Brujería (I): 'La muchacha de Salem' de Frank Lloyd

Ahora con ‘La bruja’ (‘The Witch: A New-England Folktale’, Robert Eggers, 2015) es un buen momento para revisar algunas de la cintas sobre brujería que el séptimo arte nos ha legado. No más de cinco títulos que pueden servir de complemento a lo mostrado en el film de Eggers, un trabajo interesante, aunque va camino de convertirse en uno de los más sobrevalorados de la historia. Suele ocurrir con las películas que se gustan tanto a sí mismas.

‘La muchacha de Salem’ (‘Maid of Salem’, Frank Lloyd, 1937) es una de las primeras películas que abordó el vergonzoso episodio de la pequeña localidad de Salem, en Massachusetts, y que desde los juicios celebrados allí en 1692 también es conocida como “la ciudad de las brujas”. Otra mancha en la historia de los Estados Unidos, que además no deja en buen lugar a la siempre dictatorial Iglesia y sus cuentos de hadas. Menos mal que estamos en el siglo XXI…

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Lloyd y Colbert

El ganador dos veces del Oscar al mejor director, Frank Lloyd, se hizo cargo del film en la época de mayor prestigio de sus películas. El experto en mezclar cine de aventuras, en el sentido más clásico del género, con el drama de personajes en continuo conflicto, realiza idéntica jugada en ‘La muchacha de Salem’, que para uno de sus sufridos personajes femeninos cuenta con la por entonces enormemente popular Claudette Colbert, que venía de trabajar con Cecil B. DeMille, Frank Capra o John M. Stahl, entre otros.

‘La muchacha de Salem’ no es en ningún momento un film fantástico, como sí lo es el trabajo de Roggers. Lloyd realiza una muy sutil, y mezclada con mucho tacto, mixtura del género melodramático y el terrorífico, siendo éste último el que surge realmente de las acusaciones que, en cierto momento hacen dos de las niñas del pequeño pueblo en el que las creencias religiosas hacían pensar en el diablo campando a sus anchas por el lugar.

Mientras la película va presentando a sus personajes centrales en manos de Clobert, y un entregado Fred MacMurray, en el personaje de un enemigo del gobierno que se esconde en una de las casas del pueblo. Como mandan los cánones del cine de aquellos años, sobre todo el producido en Hollydood para las grandes audiencias, ambos personajes están destinados a encontrarse, y cómo no, enamorarse. De hecho Lloyd, que mantiene fija la cámara durante casi toda la película, la mueve con un impresionante travelling en el momento del “flechazo” por parte de MacMurray.

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Del drama al real terror

Mientras asistimos al crecimiento de ese amor y a otros aspectos argumentales, como el hecho de que Barbara (Colbert) no sea una mujer típica de aquellos años —esto es, sometida al hombre, que dictamina su destinos en todos los aspectos—, y que debe sortear prejuicios y rencores en la comunidad, Lloyd va metiendo muy inteligentemente pequeños detalles sobre la brujería, de forma que, cuando el conflicto estalla y el miedo se apodera de la población, todos esos elementos salen a la superficie, extendiéndose y convirtiendo un drama en un film casi terrorífico.

Hablamos evidentemente de un terror real, sin irse a lo sobrenatural. Sí producto del miedo a lo desconocido, de los prejuicios y la ignorancia, y ver cómo todo ha salido de la calenturienta mente de una adolescente, capaz de crear con sus mentiras un mal inimaginable de irreversibles consecuencias. Al respecto, Lloyd es bastante directo en las secuencias del interrogatorio a la criada negra, o el juicio a Barbara. Pura tensión emocional.

Leo Tolver, de larga trayectoria en el cine, y que terminaría trabajando para directores de la talla de Mitchell Leisen, Billy Wilder, John Ford o William Wyler, marca muy adecuadamente el tono de la historia con un trabajo de fotografía que hurga en la psique de los personajes, y se va oscureciendo cuando lo peor del ser humano aparece. ‘La muchacha de Salem’ habla así de cómo los demonios no son más que los propios miedos de la sociedad, y que no ocultan más que sus propios defectos humanos. Incluso la bondad es convertida en obra del diablo.

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