'Cocodrilo Dundee', truncado relato ecológico

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"No sabe ni qué día es. Y no le importa. Qué tío con suerte" -Wally

Los años ochenta son un década denostada por unos como la confirmación de que los antiguos y esplendorosos estudios de Hollywood se habían ido al garete y se habían transformado en bancos, y defendida a muerte por otros como una década bastante más interesante para el cine norteamericano de lo que muchos quieren o pueden admitir. Yo no pertenezco ni a un bando ni al otro. Pero tengo mis debilidades, como todo el mundo. Creo que hay Blockbusters tipo A, como 'Arma letal', y Blockbusters tipo B (o C), como 'Cocodrilo Dundee', un relato ecológico que es bastante más de lo que quizá algunos puedan otorgarle, con un personaje central que da nombre al título lo bastante interesante y con aristas como para justificar el visionado.

Pero hay más detalles interesantes, más allá de su personaje central. Y es que a pesar de su espíritu ochentero y sus limitaciones genéricas (una extraña mezcla de acción, comedia, aventura, parodia y misticismo) 'Cocodrilo Dundee' está dirigida con bastante buen tino por el desconocido Peter Faiman, de carrera más bien inexistente, que en los últimos años apenas ha dirigido nada, y que se ha centrado en la producción. Aquí firma un a ratos hermoso, aunque truncado, filme naturalista, que termina naufragando por albergar numerosas concesiones a la galería, pero que merece ser defendido.

Brillante primera hora

La película comienza con una excusa que podría haber dado, como tantas otras cosas, bastante más de sí, pero que no está desaprovechada del todo: una periodista neoyorquina, que se encuentra en Sydney, recibe el encargo de realizar un reportaje a partir del rumor de que un lugareño sobrevivió al ataque de un cocodrilo mientras estaba pescando, y se arrastró varios kilómetros hasta conseguir ayuda. Intrigada, se introduce en la Australia más salvaje, para dar con él, entrevistarle y obtener un buen artículo. Así, desde un principio, la historia envuelve a Dundee de una aureola de misterio y mística que se va a derrumbar, por una parte, y se va a reconstruir, por otra, hasta efectuar una suerte de deconstrucción.

La primera, y muy divertida, escena con el protagonista será en una taberna que podía haber sido escenario de alguna escena de caza de Hawks. Lo primero que va a saber la reportera, interpretada por una guapa aunque algo sosa Linda Kozlowski, es que a Cocodrilo Dundee le gusta fanfarronear, llevándose consigo a un cocodrilo disecado a tomar cervezas, y que no tiene problemas en repartir puñetazos entre los paletos y los cowboys de ciudad presentes en el lugar. Pero sin duda tiene un encanto sincero, de modo que parte con él a un viaje de pocos días en lo más profundo de la naturaleza, y así poder presenciar el lugar donde le atacó el cocodrilo.

La fotografía de Russell Boyd aprovecha magníficamente los exteriores naturales, escogidos con mucho gusto, mientras que el director Faiman se limita a contar con bastante oficio el choque de culturas y mentalidades que representan reportera y aventurero. Hay algunos momentos especialmente inspirados y en los que ambos actores demuestran tener mucha química. Como aquél en el que ella le pregunta a él por lo que piensa de la carrera nuclear (recordemos que estamos en plena era Reagan), a lo que él responde que no es asunto suyo. Ella le replica que hay que tener voz. Él dice que quién la va a oir ahí, y tiene toda la razón.

El diálogo prosigue y ella le pregunta por lo que piensa de la lucha de los aborígenes por recuperar sus derechos y sus tierras, a lo que él responde con la metáfora de las rocas que llevan miles de años ahí posadas. Hay un fondo de innegable melancolía en esta historia, sobre todo a través del solitario y un tanto oscuro personaje de Dundee, en oposición a la burguesía bienpensante de ella. Esto es el mundo real, viene a decir la historia, y lo que se ha construido el hombre para su comodidad, es completamente falso y nos separa de todo aquello que nos hace eternos. La forma de ser de Dundee contrasta con su deseo de impresionar, que termina por dibujar un personaje ambivalente: afeitándose con cuchilla, observa que ella se acerca, la guarda y finge afeitarse con su enorme cuchillo; mirando previamente la hora en el reloj de Wally, simula de nuevo saber la hora que es mirando la posición del sol. Eso sí, cuando un búfalo se cruza en la carretera, impidiendo el paso, es capaz de dormirlo sin apenas tocarlo.

Además, la película tiene momentos en los que el tempo se estira brillantemente, como aquel en que ella decide ir sola hasta el punto de encuentro, y se ve atacada por un cocodrilo. Magníficamente montada, aún viéndola hoy, he de reconocer que la escena me impresiona por su ritmo, primero suave y luego violentísimo, y por su credibilidad. Todo esto, además, está sazonado con la excelente música de Peter Best, sencilla pero contundente, que otorga un gran ambiente a una ya de por sí excelente atmósfera. Momentos como la venganza contra los cazadores de canguros o la danza de los aborígenes, se quedan grabados por su sencilla emotividad.

Ahora bien, justo cuando el relato tenía que ir más y más arriba, Mick Dundee y su reportera viajan a New York, en una especie de homenaje al mito del buen salvaje en la ciudad, y todo se derrumba. A partir de ahí el encanto construido se desvanece entre los dedos para dar lugar a una comedieta urbana bastante pobre de ideas visuales y temáticas. La historia de amor entre ambos es creíble, pero su desarrollo está mal armado, y tenemos la sensación de abandonar un buen relato ecologista por una peliculita comercial con los inevitables tics ochenteros. Una pena, porque esta historia se merecía algo más.

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