Paul Newman y el Film Noir (I): 'Harper, investigador privado'

Paul Newman y el Film Noir (I): 'Harper, investigador privado'
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Tras la pobre experiencia personal de Paul Newman filmando ‘Lady L’ (id, Peter Ustinov, 1965), film que el propio actor consideraba un disparate, aquél buscaba desesperadamente un nuevo proyecto en el que trabajar para recuperarse, algo ambientado en la actualidad. La adaptación sobre una de las novelas de Ross Macdonald, ‘The Moving Target’, escrita por el ilustre William Goldman, uno de los guionistas más respetados de la historia, convenció enseguida al actor, que por supuesto se reservaba el papel principal, sugiriendo incluso el cambio de apellido en el mismo.

Así pues el Lew Archer literario se convertía en Lew Harper. La razón es una anécdota intrascendente pero curiosa. El actor tenía un par de películas cuyo título principal comenzaba por la letra H, por lo que ‘Harper, investigador privado’ (‘Harper’, Jack Smight, 1966) pasó a convertirse en el tercer título de su filmografía con dicha característica. La suerte volvió a acompañarle, puesto que el film fue un éxito internacional cosechando excelentes críticas que resaltaban esa vuelta al Film Noir de los años 40.

Precisamente una de las principales características del novelista Ross Macdonald es que es considerado por muchos como una especie de sucesor de los muchos más conocidos Dashiell Hammett —precisamente el nombre de Archer fue tomado de uno de los personajes de ‘El halcón maltés’ (‘The Maltese Falcon’, John Huston, 1941)— y Raymond Chandler. Goldman le adapta con minuciosa precisión, con una de esas tramas detectivescas tan enrevesadas en las que es fácil perderse si no se está atento. Una trama que comienza con un caso en apariencia sencillo —la desaparición de un importante hombre, no demasiado querido a su alrededor— para ir complicándose cada vez más.

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Puro cine negro

Secuestro, asesinato y tráfico de inmigrantes se esconden bajo el denso argumento de una película que adapta de forma fenomenal el espíritu de los años cuarenta a los sesenta. Para ello Jack Smight, director no demasiado conocido y que aquí firma el que muy probablemente sea su mejor trabajo, cuenta con nada menos que Conrad L. Hall en su primer gran trabajo en la fotografía, captando a la perfección los distintos ambientes que frecuenta Harper en su investigación. De la fastuosa mansión del hombre desaparecido a garitos de dudosa reputación en los que prácticamente se respira el humo de tabaco, mientras Smight mueve con inusitada elegancia su cámara.

Durante los títulos de crédito, en los que Harper se levanta y se prepara un curioso café, el personaje queda definido por sus actos y escenario. Harper es un antisocial, un detective poco querido, solitario, con una vida poco menos que desastrosa. Vive en su propio despacho, totalmente desordenado, reflejo tal vez de su caótica vida personal, en la que destaca su triste relación con su esposa (Janet Leigh), que continuamente le pide el divorcio y éste se niega a darle. Una relación que alcanza su máxima descripción en su reencuentro nocturno, aquel en el que Harper la necesita para sentirse realizado después de haber recibido una paliza.

‘Harper, investigador privado’ es un film con una violencia bastante fuerte, soterrada en sus imágenes —salvo el impactante momento que enfrenta a Harper con uno de sus captores y el brutal golpe que le da en la cabeza— pero sugerida en sus diálogos, en las escondidas intenciones de casi todos sus personajes, ni uno sólo digno de elogio, incluido el que hace Lauren Bacall, esposa del desaparecido, y que en tres secuencias llena la pantalla, homenajeando ciertos aspectos argumentales de ‘El sueño eterno’ (‘The Big Sleeo’, Howard Hawks, 1946), uno de los films que hizo al lado de su querido Humphrey Bogart.

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Del amor a la amistad

Paul Newman se pasea por el film con una autosuficiencia que a veces resulta un poco molesta, concretamente en los instantes en los que se burla de determinados personajes —una fugaz Shelley Winters haciendo de veterana actriz alcohólica y glotona, por ejemplo— con una risita un poco insoportable; por supuesto el personaje no es ningún ejemplo a seguir ni pretende caer bien al público, así que la labor del actor al respecto puede tomarse como uno de sus numeritos, todo por y para el personaje. Harper es egoísta, caótico, juerguista y desprecia a determinado tipo de personas. Un detective dentro de los cánones más clásicos del género.

En esa vorágine de personajes oscuros con dobles intenciones, con diferentes motivaciones como la soledad, el amor —el patético personaje de una excelente Julie Harris— , la envidia, el poder o el dinero, destaca la amistad masculina sobre todas las cosas y que es mostrado como nunca en ese simpático, sorprendente, por la forma, y maravilloso final en el que un amigo preciado, de esos que quedan pocos, es mucho más importante incluso que hacer justicia —algo que ya sucede en la muerte en off de un hombre al que nadie llorará—, o que se cumpla la ley, una diferencia que se remarcaría aún más en los posteriores thrillers de los años setenta.

Paul Newman volvería sobre el personaje en una secuela realizada nueve años después de la presente. Antes pasaría por otros proyectos como la maravilla que filmó a las órdenes de Alfred Hitchcock.

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