'La peor persona del mundo': la sensación noruega nominada al Óscar define la vida millennial en los márgenes de la narración convencional

'La peor persona del mundo': la sensación noruega nominada al Óscar define la vida millennial en los márgenes de la narración convencional

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La peor persona del mundo

Doce episodios, un prólogo y un epílogo: la visión que Joachim Trier tiene de la vida de Julie está compartimentada, y durante estos catorce fogonazos de su día a día podemos entender quién es ella, cuáles son sus sueños y arrepentimientos, y entrar en la cabeza de alguien que más de una vez se ha planteado que es "la peor persona del mundo".

La película está planteada de tal manera que cada uno de estos episodios sea un género diferente, y en su mezcolanza está el verdadero logro del film: conseguir asemejarse lo más posible a las idas, venidas, logros, alegrías y tristezas de la vida.

Sexo oral en la era del #MeToo

El cine nos engaña. Es una de las máximas del séptimo arte: nos hace creer que toda una vida tiene el mismo tono, la misma paleta de colores, va in crescendo y tiene una catarsis final. El cine, al menos el narrativo, nos hace entender la vida como una sucesión natural de acontecimientos, pero todos sabemos que no es así. Que en toda persona y toda rutina hay vivencias repletas de comedia, de drama, de monotonía, de debate y solo unas pocas que trastocan todo nuestro ecosistema.

‘La peor persona del mundo’ vive varios de sus compases entre los márgenes del cine convencional, obligando a las anécdotas, a lo que nunca se cuenta, a tomar protagonismo. Tenemos un rato de screwball comedy en una fiesta, un poco de surrealismo con drogas de diseño, unos minutos dedicados al debate sobre el sexo oral y el feminismo, una fantasía que nos recordará a 'Big fish' e incluso se permite un espacio para hablar de su visión sobre el activismo del siglo XXI llevado al extremo.

La peor persona del mundo

Por supuesto, la película de Trier no llega nunca al arte y ensayo: dentro de estas píldoras también se narra la historia de Julie, el sexo desesperado, los encuentros fortuitos, las rupturas y los reencuentros. Tristemente, la película no llega a culminar lo fabulosa que es durante los primeros dos actos y hacia el final se vuelve más formulaica, introduciendo un giro que, si bien le da más humanidad, trata de forzar una reacción en el espectador que se nota demasiado manipuladora.

La melancolía inherente a la felicidad

‘La peor persona del mundo’ no se permite ser feliz, ni siquiera en sus momentos más livianos. Siempre hay una carga que impide la felicidad total de Julie: una relación por la que siente responsabilidad, una responsabilidad moral, un fracaso en su relación paterno-filial… Por cada momento alegre que el personaje tiene, la película le castiga con otro de amargura. Julie, como casi todos en la vida, no puede permitirse ser completamente feliz, y es esta sensación agridulce, este amargor vital, el que consigue crear más afinidad con el espectador.

Incluso en sus momentos menos logrados, la película acierta en su manera de invertir los tópicos de la comedia romántica: Trier no va a dejar que, como en el cine habitual del género, la protagonista encuentre el amor y todo sea un camino de rosas. La melancolía, la sonrisa petrificada y la culpa más o menos justificada hacen que incluso las instantáneas más clásicamente felices de una vida en pareja aquí queden supeditadas a otras miserias que están ocurriendo al mismo tiempo.

Y es que no solo nos enamoramos, y ya está; o nos mudamos, y ya está: todo lo que ocurre forma parte de una sucesión de píldoras e instantes emocionales que nos definen. Julie tiene decenas de capas que cubren al núcleo más básico del personaje: la familia, el amor, el desamor, los sueños incumplidos, las esperanzas, las dudas, el futuro. Julie es imperfecta, un personaje tan fascinante como confuso, como cualquier persona normal al tener veintipico y faltarle un rumbo a seguir.

'La peor persona del mundo': la carpintera y el director

Renate Reinsve, la protagonista, un día tomó la decisión más importante de su vida: iba a dejar su carrera como actriz para dedicarse a la carpintería. Al día siguiente, Joachim Trier se reunió con ella para hablar de lo que había hecho, la vida, el amor y todo lo que lo rodea. De esa conversación, y con la intención de volver a traer a Reinsve delante de las cámaras, Trier escribió un guion con su colaborador habitual, Eskil Vogt. Y vaya guion.

Menos mal que Trier ideó 'La peor persona del mundo' para Reinsve, porque firma una de las mejores interpretaciones del año, una mezcla de añoranza y positivismo naïf millennial que eleva aún más a Julie. Por su parte, Trier es capaz de conseguir lo imposible: juntar catorce piezas de diferentes rompecabezas y hacer que encajen de una manera fluida y perfecta. Una película como esta podría haber resultado pedante o desestructurada en otras manos, pero el director le sabe dar el cariño y la forma que merece.

La peor persona del mundo

¿Es Julie la peor persona del mundo? Sin duda, esa es la visión que a veces ella tiene de ella misma, pero la audiencia es más indulgente con ella. Nosotros podemos ver que tras ese telón solo hay una persona vulnerable, falible y, qué demonios, que aún está intentando encontrarse a ella misma.

Y con el paso de los episodios, cada vez se distanciará más de esa Julie más egoísta para convertirse en una adulta capaz de aceptar (y abrazar) el cambio aprendiendo de los detalles y vivencias que hemos visto. Eso sí, hasta el último plano, Trier no permitirá que nos vayamos sin darnos una punzada y hacernos sentir esa mezcla de dulzura, realización personal y dolor que, para qué negarlo, es la existencia.

En resumidas cuentas

‘La peor persona del mundo’ es una de las películas imprescindibles del año. Si su doble nominación a los Premios Óscar (solo seis películas noruegas han sido nominadas a Mejor película extranjera, literalmente una por década desde los 80) no os puso sobre la pista, la soberbia dirección de Joachim Trier y la actuación de Renate Reinsve (galardonada en el Festival de Cannes) deberían hacerlo. Porque, al final, todos hemos sido en un momento u otro las peores personas del mundo.

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