Sitges 2020: 'Mandibules'. Quentin Dupieux firma su película más brillante y accesible bajo la forma de una buddy movie para enmarcar

Sitges 2020: 'Mandibules'. Quentin Dupieux firma su película más brillante y accesible bajo la forma de una buddy movie para enmarcar

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Sitges 2020: 'Mandibules'. Quentin Dupieux firma su película más brillante y accesible bajo la forma de una buddy movie para enmarcar

Mi longeva relación con la obra y milagros —porque, en el fondo, lo son— de Quentin Dupieux fue cosa de amor a primera vista. El runrún en la edición 2010 del Festival de Sitges sobre "una película con una rueda asesina" derivó en el descubrimiento de esa genialidad titulada 'Rubber', y en diez años de magníficas comedias surrealistas que, altibajos aparte, han dado forma a una filmografía brillante firmada por un autor único en su especie.

Desde su reivindicable debut con 'Nonfilm' en 2001, la trayectoria de Dupieux ha experimentado una evolución con tendencia generalmente ascendente en términos calidad que nos ha dejado joyas como las hilarantes 'Wrong' y 'Wrong Cops', la excelente intriga de 'Réalité', 'Bajo arresto' y, sobre todo, una 'La chaqueta de piel de ciervo' con la que el realizador amplió fronteras y nos sirvió en bandeja de plata su trabajo más redondo hasta la fecha.

Y si digo "hasta la fecha" es porque, con 'Mandibules', el bueno de Quentin ha logrado superarse a si mismo gracias a un largometraje que, pese a ser el más accesible para el público general de entre todos sus disparates, contiene todas y cada una de las señas de identidad que nos han encandilado. Una encantadora y demencial oda a la amistad en clave de buddy movie que se las apaña para reblandecer corazones con una calidez inusitada mientras inunda el patio de butacas con las risotadas más sinceras.

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Con lo escrito hasta el momento, es más que probable que los habituales del cineasta galo se hagan fácilmente una idea de lo que cabe esperar de 'Mandibules'. La cosa cambia para un público neófito que encontrará en la cinta un auténtico salto de fe que, salvo sorpresa, sólo se traducirá en el más suave abrazo o en el rechazo más absoluto ante un nuevo festín humorístico ambientado en una suerte de realidad retorcida e imposible.

Lo que que no está abierto a dudas es el hecho de que el cine de Quentin Dupieux se ha convertido por méritos propios en una suerte de subgénero, poseedor de una serie de características formales y narrativas que, en esta ocasión, no sólo están más presentes que nunca, sino elevadas a la enésima potencia; empezando por un tratamiento visual que vuelve a evidenciar el bagaje del francés en el mundo publicitario, y que regala unas hermosas instantáneas desaturadas que extraen oro de la luz natural.

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Pero, además de para deleitar nuestras retinas, hemos entregado 77 minutos de nuestra vida a 'Mandiblues' con la esperanza de ejercitar el diafragma a golpe de carcajada, y la cosa no decepciona lo más mínimo. Buena parte de la responsabilidad de esto recae sobre un dúo protagonista excepcional; dos pobres idiotas, reverso francoparlante de los Harry y Lloyd de 'Dos tontos muy tontos' —interpretados por unos Grégoire Ludig y David Marsais particularmente inspirados— que, acompañados por una mosca gigante que, posiblemente, sea la criatura más adorable que hayamos visto en la gran pantalla en mucho tiempo, ayudan a articular un relato tan sencillo como cautivador.

Pero si algo termina de elevar a los altares el periplo de Manu, Jean Gab y Dominique —así se llama el insecto—, esa es la descomunal labor de Adèle Exarchopoulos con una gesta interpretativa que bien podría calificarse como la mejor actuación secundaria del año en lo que a comedia se refiere, y que ha transformado la sala en una fiesta cada vez que ha abierto la boca para proferir exabruptos a todo volumen. Increíble.

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Aunque, a fin de cuentas, 'Mandibules' continúe jugando en la misma liga que los anteriores trabajos de Dupieux, el refinamiento de sus recursos y el inmenso corazón que atesora en cada uno de sus lúcidos fotogramas —fantástica esa mirada cómplice al público en su último plano— la convierten no sólo en un filme excepcional, si no en una nueva muestra de lo necesarios que son autores con visiones tan arriesgadas y personales como el que nos ocupa en el panorama fantástico internacional.

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