Goya 2016 | 'A cambio de nada', casi todo

Goya 2016 | 'A cambio de nada', casi todo

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Goya 2016 | 'A cambio de nada', casi todo

‘A cambio de nada’ (Daniel Guzmán, 2015) no se llevó nada en los Premios Feroz; sin embargo es una de las favoritas en los próximos Goya, al menos en lo que respecta a dirección novel, apartado en el que Guzmán debe competir duramente, entre otros, con Dani de la Torre —por demostrar que en España se puede hacer cine de acción— o Leticia Dolera —por una simpática película y el poder citarla en un anuncio sobre esos lugares tan maravillosos llamados bancos—.

Reconozco que la campaña de publicidad llevada a cabo por Guzmán tampoco me dice nada. Pero no es eso lo que me importa, sino su película, y salvo un detalle importante, la misma me ha convencido bastante más de lo que pueda hacer una publicidad destinada a los miembros de la Academia, intentando solventar el fallo taquillero que la película ha tenido. A mi juicio, injusto. ‘A cambio de nada’ es una de esas películas que merecieron mejor suerte, a pesar de contener una historia ya vista con anterioridad.

Los ecos de películas como ‘El bola’ (Achero Mañas, 2000) o ‘Barrio’ (Fernando León, 1998) son más que evidentes. La educación, un ambiente familiar quebrado, la delincuencia, un protagonista joven e incomprendido, esos elementos ya estaban en las citadas películas, tampoco originales por sí solas —si nos remontamos acabamos en el cine mudo con las referencias—; sin embargo el film de Guzmán los aventaja al poseer un contexto social que enriquece su historia.

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Una historia que puede caminar por senderos trillados, tal vez, pero la originalidad no es, ni ha sido jamás, defecto o virtud. ‘A cambio de nada’ es un film sin complejos, consciente de sus limitaciones, pero que respira verdad, de la que duele —al menos hasta casi el desenlace—, y cuyo mensaje en el subtexto es más terrorífico, incluso cruel, de lo que parece a simple vista. Esta sociedad no te deja otra salida que la delincuencia, como Darío —sorprendente Miguel Herrán al que, atención, se le entiende TODO lo que dice—, cuya situación actual le conduce al peor camino de todos.

Un resquebrajamiento familiar —con un actor como Luis Tosar, con una enorme y feroz violencia contenida cada vez que hace acto de presencia—, traducido en malas notas —violentísima y atrevida secuencia del profesor con los padres, cuando descubren que su hijo miente—, traducido en huida del hogar, lo que le llevará a tener compañías no del todo buenas, lo cual le llevará a delinquir. Con la lealtad de su amigo Luismi —un muy natural Antonio Bachiller— Guzmán habla del poder de la amistad en esos años jóvenes —el detalle del dinero es sublime—, casi como el único valor que poseemos realmente, la tabla de náufrago.

Con una puesta en escena que creo intenta rehuir al limitado lenguaje televisivo —atención al sutil travelling que sigue a Darío escapando de la escuela tras la catártica reunión con sus padres—, el director consigue un enlace personajes/encuadre realmente atractivo; y nos regala instantes tan intensos, por su sutileza y su brevedad, como el de Antonia Guzmán —la abuela del director, en un muy entrañable personaje, con una pasmosa naturalidad— recordando por lo único que volvería a los viejos tiempos.

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La vida sigue igual

Unos viejos tiempos evocados continuamente por Guzmán, aunque algunas cosas no cambien jamás. De ahí la muy acertada utilización en la banda sonora de Julio Iglesias —un español que no conoce la crisis—, sobre todo con el tema ‘La vida sigue igual’, leit motiv de la película que se adentra sin miramientos en las desgracias de una sociedad abocada a un sistema corrupto y que, muchas veces, no deja en nuestras manos la solución más adecuada. Guzmán alterna comedia —las visitas al Corte Inglés de los dos amigos— con drama —el propio tono del film—, y se pone serio, muy serio, y cuando debería jugársela por completo, poner todas las cartas sobre la mesa, se acobarda.

O tal vez se acobardó la productora, que no suelen dejar total libertad a los directores noveles —eso ocurre en otros países— y suele imponer finales, algunos de ellos delirantes —el tema da para un libro—. ‘A cambio de nada’ posee el mismo error, bajo mi juicio, que el de uno de los competidores de Guzmán en su carrera por el Goya a la dirección novel, y con una película muy diferente, ‘El desconocido’ (2015). Ambas tiene en su subtexto la crisis, ambas poseen un mensaje claro, pero ambas se agarran, contradictoriamente, a la esperanza, esa que en el cine nos ha vendido cuentos de hadas para ilusos, lo cual no tiene nada de malo per se.

(From here to the end, Spoilers) Si soy de los que piensan que el personaje de Luis Tosar debió fallecer en el film de acción de De la Torre, creo que el personaje de Luismi debería correr el mismo destino en ‘A cambio de nada’, y de hecho parece así durante unos minutos —un engaño al espectador no censurable—, pero su aparición en muletas, añadido a la pena que Darío debe pagar por su delito, cambian por completo el tono del film, llevándolo al país de nunca jamás, en el que las segundas oportunidades que todos merecemos son el pan de cada día.

En una película en la que muchas de sus imágenes duelen —no puedo esperar al siguiente film de Guzmán, cuando se deje de tanto circo, y ponga los huevos sobre la mesa—, en la que se respira lo jodida que es la vida, con una naturalidad que asusta, con unos personajes adultos cuyos rostros son el retrato de ese dolor, que el futuro no existe sin educación, creo que no se puede cambiar al optimismo a golpe de brocha. Con todo, una excelente película.

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