Julián López dejó en evidencia las limitaciones de las galas de premios en España con su monólogo en los Feroz

Julián López dejó en evidencia las limitaciones de las galas de premios en España con su monólogo en los Feroz

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Julián López dejó en evidencia las limitaciones de las galas de premios en España con su monólogo en los Feroz

Anoche se celebró la quinta gala de los Premios Feroz, una suerte de antesala de los Goya organizada por la Asociación de Informadores Cinematográficos de España y que, a día de hoy, se etiqueta como una homóloga patria de los Globos de Oro norteamericanos.

Esta comparación ha terminado trascendiendo a su naturaleza de preámbulo de la entrega de premios principal de la temporada cinematográfica, para verse reflejada también en un estilo que, especialmente este año, ha intentado mimetizar con poca fortuna el de la ceremonia estadounidense.

Buena muestra de ello ha sido el monólogo con el que Julián López dio el pistoletazo de salida a una noche marcada por los cuatro galardones de 'Verano 1993' y el celebrado discurso de los Javis al recoger su Feroz a mejor comedia por 'La llamada'. Algo menos de un cuarto de hora que, pese a contar con un guión medianamente decente condimentado con una buena dosis de acidez y mala uva, no deja de ser un intento fallido de replicar los salvajes espectáculos que ha brindado Ricky Gervais en todas sus apariciones como conductor de los Globos de Oro.

Antes de nada, debo confesar que siempre he defendido a Julián López, considerándolo como uno de mis "chanantes" favoritos —por encima de Ernesto Sevilla y Joaquín Reyes quienes, curiosamente, presentarán la póxima gala de los Goya—. No hay más que ver alguna de sus histriónicas participaciones en 'El club de la comedia' para comprobar que derrocha frescura y habilidad a la hora de generar comedia; es por eso que una buena parte del fracaso del número inicial de los Feroz lo achaco a una mala decisión de casting.

Da la sensación de que, de haber caído en manos de un presentador con la capacidad de derrochar una mala baba a la altura del discurso —aún sueño con que Rosa María Sardá presente todos los eventos de este corte hasta que termine su carrera—, el monólogo hubiese gozado de una mayor comicidad y, por descontado, de un mayor impacto. Por desgracia, lo que terminamos viendo fue a un López fuera de su elemento e incapaz de dotar a su actuación de esa fluidez que le caracteriza, poblándola de silencios y pausas interminables.

Más allá del maestro de ceremonias, sorprende la frialdad de un público que, salvo honrosas excepciones —Antonio de la Torre y los Javis parecían estar disfrutando del show—, se mostró particularmente gélido frente a los chistes y "ataques" a asistentes y nominados.

Fueron precisamente los artífices de 'La llamada' los que más celebraron sus etiquetas de amigos de fiesta y las sustancias —la alusión a las mandíbulas desencajadas de López fue de todo menos sutil—; alcanzando el punto álgido de complicidad del respetable los vítores a Julita, protagonista absoluta de 'Muchos hijos, un mono y un castillo'.

En contraposición a este último momento se encuentra la heladora recepción del primer y esperado chascarrillo sobre los abusos sexuales: "Somos el secreto mejor guardado del cine español. Ese, y el nombre de nuestros acosadores sexuales". Una sentencia seguida de un silencio sepulcral e incómodo.

Un silencio de esos que invitan a sentir un poco de vergüenza ajena y que me genera una incógnita: ¿cómo es posible que el patio de butacas de la última gala de los Globos de Oro reaccionase mejor a las bromas de Seth Meyers sobre Harvey Weinstein y Kevin Spacey cuando tienen el problema en casa?

Tal vez este no sea el camino a seguir. Tal vez debamos desistir de copiar el estilo yanqui cuando, obviamente, no jugamos en la misma liga. Con esto no quiero decir, ni mucho menos, que tengamos que volver a ver a Antonio Resines rapear como en los Goya 2012; pero de adaptar el contenido de estas veladas al sobrado talento que encierran nuestras fronteras, es muy probable que dejásemos de llevarnos las manos a la cabeza —o al mando a distancia para cambiar de canal— cada vez que se emiten en televisión.

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