'Hyperdrive': el reality de competición más alucinante de Netflix es lo más parecido a un Hot Wheels a escala real

"Esto es como 'A todo gas' pero en la vida real". Así resume uno de los participantes de 'Hyperdrive' lo que nos espera en el reality concurso más alucinante de Netflix. Un formato que toma prestadas las bases de programas similares como el clásico 'Ninja Warrior', aplicándolas con inteligencia al mundo del motor para brindarnos la gymkhana más extrema de la pequeña pantalla.

Pero yo iría un paso más allá a la hora de etiquetar este derroche de adrenalina y velocidad en el que la mismísima Charlize Theron hace las veces de productora ejecutiva: 'Hyperdrive' es, probablemente, lo más parecido que vayamos a ver en nuestras vidas a un juguete de Hot Wheels a escala real; lo cual lo convierte en uno de los espectáculos más alucinantes que podamos ver en la plataforma de streaming.

Un 'Ninja Warrior' a las cuatro ruedas

Aunque haya mencionado anteriormente a 'Ninja Warrior', 'Hyperdrive' bebe directamente de 'Ultimate Beastmaster', también de Netflix, abrazándolo como máximo referente. Ambos formatos cuentan con un plantel de participantes internacional que deben enfrentarse a un intrincado y vistoso circuito de obstáculos en una competición contrarreloj dividida en varias rondas clasificatorias que conducen a una gran final.

Pero entre estas similitudes en su mecánica se eleva un gran elemento diferenciador que aporta a 'Hyperdrive' un necesario toque de frescor: los coches. Y es que los aguerridos drifters —conductores expertos en técnicas en las que se pierde adherencia y se emplea el derrape como principal recurso— deben superar la gigantesca pista de obstáculos sobre cuatro ruedas y a los mandos de un volante.

Mientras en 'Beastmaster' el físico del concursante es la principal clave del éxito —no sin una buena ración de control mental—, en 'Hyperdrive', además de sus habilidades al volante, la inteligencia de los aspirantes a la hora de dosificar las capacidades de los vehículos y de ajustar sus características mecánicas entre rondas son determinantes, lo cual hace el concurso mucho más emocionante.

Del mismo modo, entra en juego un componente estratégico que influye directamente en la conducción y en las opciones para triunfar de cada piloto: la naturaleza de sus máquinas. No es lo mismo hacer drifting y mantener la precisión con un pesado Mustang Fastback del 65 que con un Nissan 350z ajustado al milímetro para resultar eficiente en el derrape; aunque en 'Hyperdrive' siempre hay espacio para esas sorpresas de último momento que te hacen saltar del sofá.

Es precisamente esta sensación de incertidumbre y tensión ante lo imprevisto una de las mayores bazas del formato, que juega inteligentemente la carta del montaje; falseando ligeramente la realidad y los tiempos en la sala de edición para mantener en vilo al espectador mientras intenta calcular tiempos y sufre al ver motores negándose a funcionar, conductores frustrados y ajustadas llegadas a meta en las que las décimas de segundo pueden costar una eliminación.

Pero entre tanto nerviosismo, gritos a la pantalla y aplausos difíciles de controlar, en 'Hyperdrive' también hay lugar para la emotividad. Esta viene dada gracias, también, a la estructura narrativa heredada de 'Ultimate Beastmaster', en la que se dedica parte del metraje de cada episodio en explorar la vida de algunos de los participantes; y creedme cuando os digo que hay un par de momentos capaces de encoger el corazón —atentos a los dos primeros capítulos—.

Lágrimas aparte, aquí hemos venido a ver coches alucinantes derrapar a toda pastilla, personajes carismáticos, velocidad por un tubo y una realización a la altura de las circunstancias; y 'Hyperdrive' cumple con todo esto... ¡Vaya si cumple! Cámaras superlentas capturando impactos contra dianas, luces de neón marcando las trazadas a seguir, gigantescas cataratas de agua cayendo sobre los vehículos... 

'Hyperdrive' lo tiene todo para enganchar al espectador ocasional y hacerle devorar sus casi ocho horas de duración prácticamente sin pestañear y, de paso, invitarnos a pensar que en esto de los reality-concurso, el límite es el cielo.

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