'Mi noche con Maud', antes del amanecer

El cine francés fue un cine nacido tras los poetas y las imágenes de Lumiére podrían sostener, perfectamente, esta tesis. La tradición previa a la Nouvelle Vague está hecha (o centrada) en el surrealismo experimental de un francés exiliado, forjado en las obras maestras Jean Renoir e inmejorablemente acompañado por la vanguardia liviana y feliz de las películas de Sacha Guirtry (la influencia de Marcel Carné fue más ética, me temo, aún quedando hondura en sus trabajos).

Jorge Luis Borges escribió que Blaise Pascal era un poeta perdido en el espacio y en el tiempo (lo hizo en el memorable Otras Inquisiciones). Eric Rohmer abre esta película con una cita de Blaise Pascal, seguramente porque es honesto y también porque quiere acometer una audacia mejor, la de saberse un gran lector de las tesis del francés, un gran defensor del cristianismo. Es curioso que el francés sea un cineasta de errores fundamentales y presente a héroes tan heridos, digo que es curioso porque Pascal fue un gran defensor de la sabiduría del corazón.

Aunque, seguramente, todo lector de Pascal podría reprocharme una mala lectura de su obra maestra y póstuma, esos Pensamientos que todo lector sabio nunca podrá dejar de releer.:

Los hombre no aman naturalmente sino aquello que puede serles útil. ¿Qué ventaja hay para nosotros en oír decir a un hombre que él ha sacudido el yugo, que no cree que haya un Dios que vele por nuestras acciones, y que se considera como el único señor de su conducta y que no piensa rendir cuentas sino a sí mismo? ¿Juzga él, por ventura, que esto nos llevará a nosotros a tener, en adelante, confianza en él y a esperar sus consuelos, sus socorros o sus consejos, en las necesidades de la vida? ¿Pretenden los que dicen tal, darnos mucho gusto cuando nos cuentan que nuestra alma no es más que un poco de viento y humo, y así nos lo cuentan con un tono de voz satisfecho y alegre? ¿No es al contrario, una cosa que debiera decirse tristemente, como la cosa más triste que existe en el mundo?

El argumento de la película es sencillo y se inicia con la llegada de un hombre católico, encarnado por un estupendo Jean-Louis Trintignant, a Clermont, un lugar provincial. Allí comparte ratos con Vidal al tiempo que se enamora de Françoise, una joven también católica. Pasa una noche con su amigo Vidal, un marxista y conoce a la libertina Maud con la que sostiene un largo debate. Por supuesto, habrá un dilema pues la atracción del héroe por Maud contrasta con su devoción por casarse con la rubia que ha visto antes.

Se habla mucho de esta película, a veces con admirable elegancia, pero lo que de verdad debe apreciar el espectador más inteligente es la sobriedad visual y el espléndido trabajo de Néstor Almendros, haciendo auténticos prodigios con un blanco y negro naturalista que despeja cualquier duda sobre la belleza elegante y madura de Françoise Fabian, casi áurea en su encarnación de una Maud demasiado confidente (o antagónica) para el protagonista. La película alcanza su cima en un final insólito y rompedor, casi un tratamiento acelerado de desolación de la forma más feliz posible. Pienso que este es uno de los aciertos de Rohmer, hacer de su mirada distancia una forma mayor de ironía, aunque aquí todavía puede sentir uno el temblor.

La duda del protagonista es quizá sencilla de vislumbrar, debatirse entre una profunda decisión espiritual, tan apresurada y juvenil y banal como podíamos esperar, y otra que parece mucho más urgente e insólita, pero que oculta una realidad madura y posible. El espesor de los protagonistas es también el mismo terreno ambiguo de sus emociones; el ojo fulgurante de Rohmer nos impide un juicio sencillo, pero no nos deja sedientos por saber más, al contrario, nos aturde el conocer tanto y tan bien a sus protagonistas.

En esta escena memorable hay un debate, de nivel exquisito y no mejor naturalidad, sobre el pensamiento del francés. Es un interludio gloriosamente intelectual en una película triste, inteligente y tremebunda en lo emocional; su final es todavía una gran, inmejorable sacudida. Porque no es una película sobre los dilemas morales explicada en varias conversaciones, es, más bien, una película sobre seres humanos increíblemente vivos, por lo tanto ahogados en derrotas espirituales y con gran facilidad en la palabra, es una película en la que conversar es el mejor de los destinos porque el resto, cuando se hace el silencio, los gestos se acortan, no puede sobrevivir al paso fatal de estas convicciones. Durante un momento, el diálogo es como un fogueo lleno de una inteligencia que se hace recíproca y admirable, ahí brilla el arte de Rohmer.

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