'127 horas', una piedra en el camino…

Otra película que he tardado ligeramente en ver, como la que comenté ayer, es ‘127 horas’ (‘127 hours’, 2010), la adaptación de Danny Boyle del libro de Aron Ralston ‘Between a Rock and a Hard Place’, en el que el autor cuenta cómo se quedó atrapado en una cueva durante varios días.

No comparto el estilo de rodaje elegido por Boyle para esta película y sobre todo, no creo que sea el más adecuado para la historia que cuenta. Los recursos que introduce, ya sean los efectos de imagen, los flashbacks, los acelerados y otros juegos de montaje, el sueño… son curiosos de ver, pero no encajan aquí. Si bien la fotografía es llamativa y los paisajes muy agradecidos, todo se queda en un vacío lucimiento estético y en ganas de impresionar.

Sin embargo, considero que no son estos alardes visuales lo que provoca que poco nos importe el devenir de los hechos narrados. Sí, el estilo de rodaje tan artificioso contribuye a sacar al espectador de la narración, pero no es tan importante como dos aspectos que convierten en imposible la empatía con la peripecia. Por un lado, está el hecho de se que se conozca no solo el desenlace, sino la forma de llegar hasta él, lo cual es, en mi opinión, más grave, como explicaré más adelante. Y, por otro, el protagonista, a pesar de no caer mal, no logra que su destino importe lo suficiente —a mí, por lo menos, y no sé si a alguien más—.

Un final no solo conocido, sino previsible

Que sepamos que se salva impide que haya tensión por el desenlace. Pero el saber cómo lo hará puede malograr que se sienta algo que engancha casi más: curiosidad. Con la conciencia de que habrá un final feliz, se puede pasar la película preguntándonte cómo se llegará hasta él, especulando y sin parar de devanarnte los sesos. Si a eso se le añade una resolución satisfactoria, el disfrute puede ser grande, como reivindicaba aquí. Pero para ello, en un principio, tiene que parecer que va a ser imposible liberarse.

El error de Boyle no es tanto divulgar que se basa en una historia autobiográfica y que, por lo tanto, el protagonista debe haberlo contado —en los dos sentidos—, sino el no buscar esa apariencia de imposibilidad en el instante del accidente. Si no parece inviable es porque, desde el momento en el que el protagonista queda atrapado, es fácil caer en la cuenta de cuál es la única salida que le queda —incluso desconociendo que en la vida real se liberó de esa manera—.

Hasta que el personaje se atreve a llevar a cabo esta decisión, la única opción que resta es esperar y, durante la espera, ir viendo el transcurso de las horas, momento por momento. Lo cierto es que ’127 horas’, rato por rato, se deja ver, no produce ganas de pulsar el botón de «stop». Pero, una vez acaba y la contemplas como conjunto, te invade la sensación de haber perdido el tiempo, aunque no lo hayas pasado mal ni te hayas aburrido.

Aron Ralston

Es inevitable la comparación con ‘Buried (Enterrado)’, pero si la reitero es para llegar a mi siguiente pega hacia ‘127 horas’. Aparte de las evidentes diferencias que provienen de las decisiones que llevan a un director al minimalismo radical y a otro al exceso de adorno, lo que más distancia ambas cintas son los personajes. Si el de Rodrigo Cortés es un hombre que ha llegado ahí ajeno a sus circunstancias, por causa de una injusticia y que tiene mucho que perder y muchos que lo perderán a él; el de Boyle es un inconsciente que se ha metido solo en el agujero y a quien parece que pocos echarán de menos. No significa que merezca morir, por supuesto. Pero la empatía no puede ser la misma en los dos casos —no confundan «empatía» con «simpatía», son dos conceptos diferentes y me refiero al primero, el segundo sí que se produce—.

Se percibe tal autocomplacencia hacia el hombre real en el que se basa la historia —y no me refiero solo a lo favorecido que resulta con Franco en su piel—, que parece que Ralston hubiese financiado la producción para darse publicidad. En ese caso, a muchos la película nos olería mal a priori y huiríamos de ella. Pues sería lícito correr a la misma velocidad si el resultado es el mismo a pesar de que no se haya dado ese patrocinio. Una cosa es tratar de transmitir el punto de vista del protagonista y esforzarse por que los espectadores lo comprendamos. Otra muy distinta es eludir cualquier cuestión que se podría suscitar sobre él. Boyle da por hecho que Raslton es alguien guay y no se molesta en retratarlo como tal, pero un esfuerzo ligeramente superior por dibujar al personaje no habría venido mal.

Si el final es lo peor de la película —a partir de su salida del hoyo—, el remate con una serie de imágenes del propio Aron Ralston ya lo sumerge del todo en el terreno al que ‘127 horas’ tanto se estaba acercando peligrosamente a causa del tipo de historia que toma como premisa: la tv-movie.

James Franco realiza un trabajo correcto, pero no se puede decir que dote al personaje de dimensiones que pudiese no tener en el guion o en la realidad, ni que engrandezca la película. Quizá sería pedirle demasiado que levantara esto, pero si esa empatía no se ha logrado, significa que el actor no ha suplido las carencias de la historia original. Las dos actrices que lo acompañan durante un tramo, Amber Tamblyn y Kate Mara, aunque también están solventes, dan imagen de una producción de segunda división.

Conclusión

No estoy muy segura de que partiendo de este suceso real se pudiese haber rodado una gran película, pues por sí solo carece de la épica de situaciones de supervivencia que sí han dado pie a films emocionantes, como la tragedia aérea reflejada en ‘Viven’. Pero sí considero que se podría haber logrado una cinta mejor que ‘127 horas’. Y para ello quizá lo único que habría hecho falta es que a Danny Boyle le hubiese importado algo su personaje. Y que hubiese confiado menos en que la historia tenía tal valor por sí sola que no importaba cómo se narrase y por ello él podía dedicarse a sus lucimientos. Ningún hecho, real o ficticio, tiene tanta fuerza por sí solo que dé igual cómo se cuente.

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