'22 de julio' es intensa y sólida, pero Paul Greengrass no alcanza la grandeza de 'United 93'

Han pasado unos cuantos años —doce, para ser exactos— desde que tuve mi primera toma de contacto con el cine de Paul Greengrass. Contra todo pronóstico no fue con 'El mito de Bourne', sino con una asfixiante y maravillosa 'United 93' que, además de dejarme con el corazón en un puño, me hizo descubrir a un realizador único, capaz de mover la cámara con una libertad y precisión asombrosas y articular una narrativa visual ágil, feroz y llena de puro nervio.

Con '22 de julio', su nueva película tras la estimable última entrega de las andanzas del agente interpretado por Matt Damon, el director británico regresa al terreno de la ficcionalización de hechos reales que tan bien le funcionó en su aproximación a los ataques terroristas del 11-S, abordando en esta ocasión uno de los sucesos más terribles de la historia reciente europea: la matanza perpetrada por Anders Breivik en la isla de Utøya.

No puedo afirmar, ni mucho menos, que '22 de julio' sea el regreso de Paul Greengrass que muchos estábamos esperando. Pese a atesorar un considerable número de virtudes que la convierten, pese a todo, en un producto ampliamente recomendable, este drama con tintes de thriller adolece de un desequilibrio en su estructura que termina pasándole factura de cara a su tramo final; evidenciando que sus casi dos horas y media de metraje son claramente excesivas.

Sorprende pues que el autor, también guionista, opte por dar inicio al relato recreando el atentado cometido en la pequeña ínsula noruega en un intenso —y extenso— primer acto que condensa lo mejor del filme y saca a relucir el talento de su máximo responsable. Así, se nos ofrecen treinta minutos sobrecogedores y poseedores de una violencia desgarradora —que no exagerada— que sientan unas bases que no coinciden en absoluto con la tónica de los dos actos restantes.

Una vez superado el detonante y presentados los ricos y notablemente desarrollados protagonistas que encabezarán la historia, '22 de julio' se desliga de su vis más entregada al suspense para derivar en una suerte de híbrido entre drama judicial y de personajes. Un cóctel que, pese a funcionar a la perfección y arreglárselas para mantener a un buen nivel en las cotas de interés, no puede evitar padecer su innecesaria dilatación.

Porque '22 de julio' parece incapaz de controlar un exceso de ambición que le juega a la contra, acumulando subtramas que frenan su buen ritmo en cómputo global y que la alejan momentáneamente de sus interesantes lecturas sociopolíticas; tristemente necesarias en un marco ya no sólo europeo, sino mundial, y en el que las problemáticas que expone la cinta no sólo continúan vigente, sino que se han recrudecido.

A pesar de estos puntuales altibajos, Paul Greengrass logra ajustar —no sin errores— la balanza huyendo del melodrama y el recurso lacrimógeno y optando por una contención que eleva el dramatismo de los pasajes más intimistas a un nuevo nivel; brindando al respetable un largometraje que no sólo cumple su función como homenaje a las víctimas y recordatorio de la tragedia, sino que se eleva como una de las mejores producciones que podemos disfrutar en el aún irregular catálogo de Netflix.

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