'Balada triste de trompeta', la peor película de Alex de la Iglesia

Si no fuera payaso, sería un asesino.

(Sergio)

No se ha cansado el señor Álex de la Iglesia de repetir muy orgulloso que ‘Balada triste de trompeta’ es su mejor película. Puede que sea la que siente más suya, o la que mejor le ha quedado teniendo en cuenta lo que había escrito, o la que más satisfecho le ha dejado para todos los problemas que ha tenido; eso me lo creo, pero ni de lejos es su mejor trabajo hasta la fecha. Al contrario, es su peor película. Es un despropósito narrativo, con una desastrosa puesta en escena y un guión nefasto (increíble que lo premiaran en la Mostra de Venecia, por mucho que Quentin Tarantino presidiera el jurado) que ahogan los pocos aciertos de un relato herido de muerte desde el inicio, que se arrastra y agoniza de forma lamentable.

Como la canción de Raphael, la última película del director bilbaíno se titula ‘Balada triste de trompeta’ y llegó a nuestros cines el pasado viernes, cosechando una floja recaudación en taquilla (costó seis millones de euros). Curiosamente, el estreno ha coincidido con el acalorado debate sobre la piratería y la “Ley Sinde”, y estando De la Iglesia tan implicado en un asunto tan impopular, quizá no era el mejor momento para lanzar su película, pero los distribuidores pensaban todo lo contrario y consideraban que era la fecha idónea, como contraste a las familiares películas de las fiestas navideñas. Desde luego hay poco espíritu navideño en ‘Balada triste de trompeta’, una historia llena de violencia que tiene lugar durante el franquismo, y que, según el realizador, es la imagen que tiene de aquellos años, una auténtica pesadilla. Se refleja eso, pero resulta irrelevante cuando la sensación principal es de completo desinterés por lo que sucede en la pantalla.

‘Balada triste de trompeta’ arranca en 1937, con la actuación de dos payasos ante unos niños nerviosos por lo que se cuece fuera del recinto. Un grupo de milicianos defensores de la república entra en escena y su agresivo capitán (Fernando Guillén Cuervo) recluta a todos los que pueden empuñar un arma. Tras un contundente montaje en el que los títulos de crédito se acompañan de una batería de imágenes tan variadas como el triunfo de Massiel en Eurovisión y el encuentro entre Franco y Hitler (de lo más inspirado de toda la película), tiene lugar un enfrentamiento exageradamente caricaturesco entre los milicianos, liderados por un payaso con un machete (Santiago Segura), y las tropas franquistas, donde destaca la figura a caballo del coronel Salcedo (Sancho Gracia). Se trata de un combate muy mal representado, con demasiados cortes y sin ningún ritmo, cuya cima es ver a Segura cortando gente a cámara lenta. Entre lo que hace Guillermo del Toro (‘El laberinto del fauno’ recrea mejor las tinieblas de la época) y Zack Snyder. Grotesca diversión dirán algunos, a mí no me dice nada.

El payaso acaba en la cárcel y trabaja en la construcción del Valle de los caídos, mientras su hijo crece con sentimientos de impotencia, tristeza y venganza (su primer acto de violencia lo cometerá pronto). Avanzamos a los años setenta y el chico es un hombre que quiere seguir los pasos de su padre; Javier (Carlos Areces) se maquilla frente a un espejo y se presenta como payaso triste, porque es incapaz de hacer reír a nadie. Durante una rápida presentación del lugar donde actúan, entre ruinas, así como de los miembros del circo (una escena que parece un trámite, sin alma y de nuevo con demasiados cortes), Javier conoce a la pareja que cambiará su vida de manera radical: Natalia (Carolina Bang), la radiante trapecista, y Sergio (Antonio de la Torre, inmenso) el que manda, el payaso tonto. En la mejor secuencia de toda la película, asistimos a una cena en la que un chiste (con una desternillante reacción de Javier) deja en evidencia la brutalidad de Sergio, que llega a golpear a Natalia. Cuando se marchan todos, la chica se relame la sangre y espera ansiosa las disculpas de su pareja: una dosis de sexo salvaje.

La muñeca sumisa y los payasos bastardos

A partir de ahí todo gira en torno a lo mismo: Natalia disfruta con el bestia de Sergio pero quiere el cariño de Javier, enfrentando a los dos hombres. Hay momentos bochornosos en el primer tramo (algunos a propósito, otros no, y es que el personaje de Bang tiene la profundidad emocional y la disposición de una muñeca hinchable), una mala comedia romántica rellena de situaciones y diálogos tópicos. Los celos de los dos payasos desembocan en un violento enfrentamiento que acaba con Sergio desfigurado y Javier escondido entre los bosques como un animal. Pero Natalia sigue ahí y ninguno de los dos piensa dejársela al otro, iniciándose un desesperado y sangriento duelo entre un payaso-torero-sacerdote y un Joker-Frankenstein patrio, que sirve a De la Iglesia para incluir referencias históricas y algunos brochetazos de humor salvaje al estilo de ‘Malditos bastardos’ (‘Inglourious Basterds’) de Tarantino, lo que deja en evidencia (¿alguien aún lo dudaba?) que el cineasta español tiene menos talento que el estadounidense.

Aparatosa, desmedida, delirante, absurda, ‘Balada triste de trompeta’ es un querer y no poder, un desafortunado pastiche, que recuerda bastante a ‘Muertos de risa’ y ’800 balas’ pero que (a diferencia de éstas) no deja nada tras su visionado, ni siquiera la sensación de haber experimentado un relato ingeniosamente grotesco, pasado de rosca. Tras la fallida ‘Los crímenes de Oxford’, Álex de la Iglesia se ha tirado al vacío sin paracaídas con la película que considera más libre y personal, dándose a mi parecer el mayor golpe de su carrera, pues es aquí donde más se le han notado sus defectos como escritor (agotado, repitiéndose constantemente) y director (torpe con el ritmo y la acción). No serán las más personales, pero ‘El día de la bestia’ (la escena del letrero de Schweppes es mucho más intensa que la del final de ‘Balada triste’, con la cámara dando vueltas alrededor de la cruz) y ‘La comunidad’ son propuestas frescas, ácidas, contundentes, y están mejor filmadas, son sus mejores trabajos. Pero no pasa nada, como diría Woody Allen, porque ya está preparando la siguiente.

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