'Burning': un bello pero soporífero ejercicio de un autor enamorado de sí mismo

Existen muy pocos argumentos —puede que ninguno— con los que se pueda rebatir la opinión de que el cine producido en Corea del Sur es, y lleva siendo durante una larga temporada, uno de los mejores que puede disfrutarse independientemente de su género y pretensiones; brillando tanto en unas aproximaciones al blockbuster que sacan los colores a los grandes estudios estadounidenses como en su faceta más autoral, de una delicadeza e intensidad únicas.

No obstante, ni es, ni puede ser oro todo lo que reluce; resultando 'Burning', el último trabajo del prestigioso cineasta Lee Chang-Dong — alabado a su paso por la última edición del Festival de Cannes— una indigesta experiencia de dos interminables horas y media de duración que bien podría calificarse como un soporífero acto de onanismo de un autor tan enamorado de si mismo como de su obra.

Antes de nada, merece la pena comentar que el marco en el que se realiza el visionado de un largometraje es, en muchas ocasiones, de vital importancia para formarse una opinión al respecto, y es más que probable que la experiencia de haber padecido 'Burning' durante el Festival de Sitges —donde se encuentra fuera de lugar, y especialmente dentro de la Sección Oficial— haya influido en mi percepción final sobre ella. Aunque, independientemente de todo esto, la cinta adolece de serios problemas ajenos al entorno de su proyección.

Es de recibo remarcar los notables logros de esta adaptación del relato 'Barn Burning' del escritor nipón Haruki Murakami, y que se encuentran concentrados en una factura técnica y una realización espléndidas que estimulan las retinas del respetable con unas imágenes hermosas y cautivadoras y, sobre todo, en unos personajes enigmáticos —aunque desperdiciados— que convierten la primera mitad del filme en una experiencia realmente magnética.

Pero una vez se supera el ecuador de 'Burning', lo nuevo de Lee Chang-Dong hace perceptible el paso del tiempo en el patio de butacas —lo cual no es una buena señal—, haciendo patente la sensación de que la excesivamente dilatada historia de Jongsu, Haemi y Ben —interpretados por unos solventes Yoo Ah In, Steven Yeun y Jun Jong-seo— no lleva a ninguna parte. Algo que se acentúa gracias a su gusto por los fragmentos más poéticos y entregados a la metáfora audiovisual que traspasan esa fina línea que separa la inteligencia de la pedantería.

Resulta especialmente exasperante que 'Burning' no ofrezca prácticamente ni una sola respuesta a sus, a priori, intrigantes enigmas, durante un tercer acto escueto, repentino e inconcluso. Una opción claramente voluntaria que muchos sabrán paladear como es debido pero que, a ojos de este observador, no deja de ser la última puntilla a una desesperante e interminable decepción dentro de la primera división de la industria cinematográfica surcoreana.

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