Críticas a la carta | '9 semanas y media', de Adrian Lyne

Se partía de risa mi compañero Alberto Abuín al comunicarme el título de la película que me tocaba volver a ver para comentar con vosotros en esta sección de “críticas a la carta“. Pero así es el juego, unas veces se gana y otras se pierde. Y es que más allá de algunas escenas logradas donde Kim Basinger explota su sexualidad, ‘9 semanas y media’ (‘9½ Weeks,’, Adrian Lyne, 1986) es un soberano aburrimiento.

Para empezar, la película parte de un guion lamentable —escrito por Sarah Kernochan, Zalman King y Patricia Louisianna Knop— basado en una novela de Elizabeth McNeill, cuya calidad literaria, imagino, debe ser comparable a la de best sellers actuales como ‘Crepúsculo’ (Stephenie Meyer) o ’50 sombras de Grey’ (E.L. James). Os dejo un ejemplo del nivel de los diálogos. La escena tiene lugar en un mercado callejero, antes del primer cuarto de hora. El cazador, John, busca a su presa, Elizabeth. La cámara revela un lejano juego de miradas que culmina con el inevitable “ataque”. Va muy chulo él con su abrigo largo, la estudiada sonrisa, y ella está a punto de derretirse; el espectador piensa que John va a soltar una frase memorable digna de entrar en cualquier manual de trucos infalibles para ligar. Pero no. Ni siquiera es algo gracioso. Lo que dice es: “Siempre que te veo estás comprando pollo“. Brillante. Elizabeth debe realizar un gran esfuerzo de contención para no violarlo allí mismo.

El argumento es asimismo digno de todos los elogios posibles. Elizabeth es una hermosa divorciada, empleada de una galería de arte, que un día conoce a John, un atractivo bróker de Wall Street, multimillonario, con quien inicia una apasionada relación que dura nueve semanas y media. Hay poco más en el film. Los dos llenan el vacío de sus vidas con el fogoso romance. Elizabeth es la parte débil y John no se anda por las ramas, desde el inicio deja claro que tiene sus propias reglas y que ella debe seguirlas al pie de la letra —en un primer instante le cuesta aceptarlo pero no tarda en caer rendida a los encantos del Mickey Rourke de los 80—, convirtiéndola en una pareja sumisa que en cada nuevo encuentro satisface diferentes demandas eróticas y sexuales.

Hasta que ella se cansa, tras casi dos horas de película —una duración excesiva para lo poco que se narra—. Se supone que John arrastra a Elizabeth por una espiral degradante durante la breve relación que mantienen —el clímax es algo cobarde, la idea no está mal pero no da el último paso—, al mismo tiempo que le descubre placeres ocultos, pero esto solo es válido en algunas tramos del relato, hay otros en las que los personajes rompen esa coherencia y se comportan como una pareja normal que disfruta del sexo sin absurdas ataduras. El mensaje es, pues, algo contradictorio. Lyne no sabe lo que está contando, o no le importa, pero todo vale con tal de mostrar imágenes subidas de tono, que al final es por lo que ‘9 semanas y media’ es recordada —en una de nuestras encuestas fue elegida la película más erótica de todos los tiempos—.

En cierto modo, el film es una sucesión de videoclips —con temas populares como ‘Slave to Love’ (Bryan Ferry) o ‘You Can Leave Your Hat On’ (Joe Cocker y Randy Newman)— donde se luce a los dos actores, que, hay que reconocerlo, ponen todo de su parte para tratar de dar credibilidad a unos personajes planos construidos a base de clichés y movidos por las caprichosas necesidades del guion. Hay algún momento entre ellos donde no se nota la interpretación, y le deja a uno sonriendo tontamente, como si estuviera asistiendo a una situación espontánea de una pareja auténtica. La realización de Adrian Lyne es muy convencional y tosca, abusa de los primeros planos, pero le ayudan sus protagonistas, la fotografía de Peter Biziou y el siempre agradable factor nostalgia que aporta el espectador.

Al final, lo que queda de ‘9 semanas y media’ es la escena del cubito de hielo, la (cómica) masturbación durante el visionado de las diapositivas, la peculiar “cena” delante del frigorífico, el polvo en la escalera —tras la ridícula pelea contra un par de ridículos macarras— y el célebre striptease de Basinger, que debió pasar bastante frío durante el rodaje. Casi todo lo demás es morralla olvidable. El film costó 17 millones de dólares y aunque tropezó en la taquilla estadounidense (¿con tanto sexo?, qué raro, ¿no?) fue un éxito en el resto del mundo y alcanzó los 100 millones de recaudación. Extrañamente, tuvo que pasar más de una década para que se estrenara una intrascendente segunda parte, ‘Another 9½ Weeks’ (Anne Goursaud, 1997), donde solo repetía Rourke, y un año más tarde se lanzó una precuela directamente a vídeo, ‘The First 9½ Weeks’ (Alex Wright), que tuvo aún menos repercusión.

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