Críticas a la carta | 'Cop Land'

Bill: No sé nada de Ray, pero no todos son asesinos en Garrison.

Freddy: No, solo cierran los ojos y se quedan callados, igual que yo.

Seguimos también en agosto con la sección de Críticas a la carta, en la que los lectores eligen la película a comentar. Curiosamente, la seleccionada en esta ocasión es ‘Cop Land’ (1997), un relato sobre corrupción policial, justo ahora que los medios están volcándose con los disturbios que están agitando Londres. De hecho, la ficción, escrita y dirigida por James Mangold (fue su segundo trabajo tras debutar en 1995 con ‘Heavy’), arranca con la polémica muerte de dos chicos negros por parte de un policía, tratando sus compañeros de encubrirlo (incluso colocando un arma en el coche de los fallecidos de manera descarada) mientras el escándalo sacude la ciudad de Nueva York, que exige transparencia y justicia.

Es un inicio potente, en el que se respira violencia, fatalidad (acertada música de Howard Shore) y nerviosismo, de lo más inspirado de toda la película, con actores como Harvey Keitel, John Spencer y Robert Patrick adueñándose del escenario, el puente de George Washington (conecta los estados de Nueva York y Nueva Jersey). Esta secuencia con la que nos atrapa Mangold, y que nos deja con ganas de más, se alterna con otra mucho más relajada y anodina en la que nos presentan al que será el obligado héroe de ‘Cop Land’, un sheriff medio sordo, de aspecto descuidado y mirada atontada, al que da vida un Sylvester Stallone que deseaba demostrar al mundo que era algo más que una estrella de acción, que podía actuar, haciéndose con un papel para el que engordó unos 15 kilos. Su notable tripa (hay una escena exclusivamente dedicada a ella) fue lo que más llamó la atención en su momento, cuando se estrenó este intento de Mangold por crear un sólido western moderno. Se recuerda la película, en general, como algo que aspiraba a ser grande pero se quedó a medio camino. Y así va a seguir.

La historia, narrada por un agente de Asuntos Internos encarnado por Robert de Niro, para intentar aportar seriedad y verosimilitud a los hechos, está ambientada en una ficticia localidad de Nueva Jersey llamada Garrison, donde la mayoría de los residentes son policías de Nueva York (algo que jamás podría ocurrir en la realidad, como se encargan de aclarar en los créditos finales, quizá para tranquilizar a los espectadores). Stallone interpreta al sheriff del lugar, Freddy Heflin (por Van Heflin y su papel en ‘El tren de las 3:10’, cuyo remake, por cierto, filmaría el mismo Mangold en 2007), un hombre al que nadie toma en serio, puesto ahí para que no haga nada, excepto dirigir el tráfico y poner alguna multa. Y es que Garrison es un refugio de policías corruptos, un pueblo construido con dinero de la mafia donde la palabra de Ray Donlan (Keitel) es ley. Asuntos Internos no puede meter la nariz más allá del río Hudson y Freddy es un pelele que confía en los falsos discursos de Ray, dando por bueno el podrido bienestar del pueblo.

La tranquila existencia de Ray, y su grupo, entrará en crisis con el incidente ya comentado. Su sobrino, Murray Babitch (Michael Rapaport), un joven policía conocido como “Superboy”, conduce de vuelta a casa tras una noche de fiesta y se cruza con dos tipos agresivos que chocan con él y le apuntan con algo que cree que es una pistola; alterado, confundido, Murray abre fuego. El resultado son dos negros acribillados por un policía blanco, y ningún arma en el coche de los primeros. Los agentes corruptos tratan de apoyar la versión de su compañero, pero esta vez no cuela, el vehículo ya había sido registrado y el intento por colar una automática provoca un enfrentamiento inmediato, interrumpido cuando Murray salta del puente, supuestamente con la intención de suicidarse. El cuerpo no aparece, los cadáveres alteran a la comunidad afroamericana y la ciudad se vuelca con el caso, poniendo en duda la honestidad del departamento de policía; mientras tanto, Murray permanece oculto en casa de Ray, y todos lo saben en Garrison, pero nadie puede o quiere hacer nada.

A partir de ahí, desde que la cámara nos revela lo que ocurre realmente con Murray (no hacía falta que nos mostraran que Ray lo esconde, era evidente), la acción se detiene y fluye con lentitud para que conozcamos mejor a los personajes y experimentemos el día a día en el pueblo. Durante un nudo que se siente excesivamente prolongado, lleno de aclaraciones y subrayados, con el que Mangold no consigue mantener la tensión, lo más valioso son las aportaciones interpretativas de un plantel que se siente cómodo en los zapatos de sus respectivos personajes. Keitel y De Niro están algo sobreactuados, quizá porque Mangold los respetaba demasiado como para frenarlos, pero lo compensan con su carisma y saber estar; por su parte, Spencer, Patrick, Rapaport, Ray Liotta, Janeane Garofalo, Noah Emmerich, Peter Berg y Annabella Sciorra se defienden estupendamente, mientras que Stallone alterna escenas convincentes con otras lamentables (ojo al momento en el que Liotta se desespera viendo a la chica quemada, y Stallone parece estar en su mundo, desconectado totalmente de la acción).

Me parece forzado el proceso por el cual Freddy de pronto se harta de todo y decide que debe actuar, que debe ejercer verdaderamente de sheriff y enfrentarse a Ray, pero el personaje está escrito con cariño (esa triste historia con su amada Liz) y está bien plasmado cómo lo van dejando solo. El clímax, que parece devolvernos al salvaje oeste, cumple a medias; la recreación más o menos aproximada de cómo lo oye y lo vive todo el protagonista no queda mal, al menos se sale de lo convencional, y hay buenos momentos (la frase que le suelta Freddy a Ray al final), pero se nota la falta de experiencia del director en la puesta en escena del tiroteo y creo que la cámara lenta es una mala decisión, habría quedado mucho mejor algo más rápido, crudo y feroz, en la línea de la secuencia del principio. Se agradece el intento de crear un relato amargo y adulto, violento, crudo y desolador, pero la película no llega a satisfacer lo que promete en sus primeros compases, volviéndose obvia y previsible, un drama policial más. Al final, ‘Cop Land’ entretiene, pero no cautiva.

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