'El hombre de al lado', barreras simbólicas

Actualización: el estreno de ‘El hombre de al lado’, que estaba previsto para el 1 de julio, se ha retrasado al 22 de este mes

Este primero 22 de julio se ha estrenado estrenará en España ‘El hombre de al lado’, un film de Mariano Cohn y Gastón Duprat —‘Enciclopedia’, ‘Yo presidente’, ‘El artista‘—, que ha supuesto un gran éxito, de público y premios, en Argentina.

Leonardo es un fino y prestigioso diseñador de mobiliario vanguardista, que vive en Ciudad de la Plata Buenos Aires, en la única casa planificada por Le Corbusier para América. Su acomodada y esnobista existencia se tambaleará cuando un vecino recién instalado, Víctor, decida abrir un hueco en su muro para «agarrar un poquito de sol». No solo el diseño intocable del idolatrado suizo correría peligro, sino que una persona tan distinta a la de la familia de Leonardo se acercaría demasiado a ellos, rompiendo así una barrera más social que arquitectónica.

Esta sencilla premisa, cuyo significado es más que evidente, da pie a un interesante estudio de las diferencias entre dos personalidades muy marcadas y de cómo una insignificancia puede trastocar la vida de algunas personas, acostumbradas a tenerlo todo, hasta el punto de no permitirles continuar con normalidad con su existencia. Una crítica contra el autoaislamiento, el elitismo y el inmobilismo se deja ver sin disimulos a través de esta película, tan minimalista como la decoración que su protagonista propugna, que es más una situación que una historia.

Retrato de un gafapasta

El retrato de ambos personajes supone el mayor acierto de un film que no cuenta con trama ni con intriga, pero que logra enganchar gracias a este aspecto.

Por un lado, tenemos al diseñador, profesor universitario y respetado padre y marido. A pesar de su superioridad, este hombre es el paradigma del calzonazos, que irá rebotando como una pelota de su esposa, una auténtica arpía, a su nuevo vecino en una pelea sin fin. Solo puede escudarse en unas normas que no son ley y que apenas le apoyan. Así que, al carecer de una personalidad inquebrantable, sus argumentos pronto se agotan. Rafael Spregelburd da vida a este personaje con plena credibilidad.

Los pequeños retazos que completan el retrato del «gafapasta» componen grandes momentos que podrían funcionar de forma aislada —como clips de vídeo, que podrían verse sueltos— para definir a esta casta. Destacaría en concreto la escena de la fotografía anterior, en la que Leonardo está escuchando música con su amigo «cultureta», a la vez que beben vino y comentan los compases. Y es que los autores parece que saben de lo que hablan, ya que ellos mismos pertenecen a esta elite, al haberse dedicado al videoarte, disciplina en la que han realizado más de una veintena de obras y numerosas exposiciones en importantes museos; como el Museo de Arte Moderno de New York (MOMA), el Centro Georges Pompidou y la Cinemateca de París, entre otros. Esto puede significar que esta ridiculización no es intencionada, quién sabe.

No hay que olvidar el uso de la arquitectura como representación del elitismo, además de como la ya mencionada metáfora de la cercanía social. Para sus propietarios, vivir en el único Le Corbusier de toda América supone una esclavitud más que un privilegio, pero ellos acatan esa tiranía del edificio sobre las personas que lo habitan porque así se les ha hecho creer que deben ser las cosas. Son muy elocuentes, por ello, todos los diálogos que tratan a este respecto, como aquel en el que alguien sugiere que instale rejas.

En el extremo opuesto está el antagonista, que debería ser molesto y desagradable, pero que, gracias a la interpretación del actor Daniel Aráoz, acaba despertando mayor o igual simpatía que el protagonista debido a que tiene mucho mayor carisma. Este contraste entre ambos seres traslada una comparación entre dos maneras de ver el mundo. Víctor, al contrario que Leonardo, puede no ser un intelectual, pero es fuerte y sabe siempre lo que quiere, así como la forma de conseguirlo.

Atracadores ex machina (spoilers)

Por causa de su escasa trama, esta es una de esas películas que habitualmente acabarían sin más, dando la impresión de que la situación se mantenía sine die. Por mucho que nos quejemos de ese tipo de finales, a veces son preferibles a la inclusión de una forzada resolución, como la que tiene ‘El hombre de al lado’. Parece patente que los autores no encontraban manera de resolver el conflicto y por ello introducen un elemento que, si bien se ha planteado antes —la mencionada conversación sobre las rejas— no por ello deja de verse artificial. Más que por la falta de verosimilitud este final me chirría porque se sale del tono del film y porque no es necesario. El protagonista, es decir, los autores, se libran del conflicto en lugar de hacer algo con él, lo cual resulta un tanto frustrante.

Conclusión

Podría ser este perfectamente uno de esos casos en los que yo encuentro algo muy cachondo y se lo recomiendo a la gente y a nadie le hace ni pizca de gracia. Por lo tanto, antes de decir que la película tiene grandes hallazgos y un retrato de los «culturetas» que ya hace que merezca la pena, recalcaré que apenas tiene progresión o sustento argumental, es decir, que no va casi de nada y que no pasa casi nada. La trama no supone más que una metáfora, a la vez que una excusa, para mostrarnos estas vidas y provocar esta confrontación que resulte en el contraste de los personajes. Pero si tenéis amigos diseñadores, arquitectos o similar y queréis reíros un poco a sus expensas, ‘El hombre de al lado’ es la película.

Mi puntuación:

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