'El libro de Eli', fe ciega

Los hermanos Albert y Allen Hugues llevaban nueve años sin dirigir tras haber realizado ‘From Hell’, adaptación del famoso cómic de Alan Moore y Eddie Campbell, un film que a pesar de pasarse la obra original por el forro —como casi siempre— servía para pasar un entretenido rato, algo que cada vez es más difícil de encontrar en producciones de cierto tipo. Ése podría haber sido el caso de una película como ‘El libro de Eli’ (‘The Book of Eli’, 2009), enésima producción de ambiente postapocalíptico que nos ha llegado a lo largo del último año. Aunque recientemente hemos visto otro futuro devastador en ‘The Road’ (id, John Hillcoat, 2009), de aparente similitud con la presente, el enfoque por el que opta la película protagonizada y producida por Denzel Washington es muy distinto.

En la historia tenemos a un viajero —el Eli del título— caminando por los destruidos Estados Unidos buscando un lugar concreto al oeste del país. Consigo lleva un misterioso libro que protege a toda costa de todo aquel que osa interponerse en su camino, ya sean bandidos salteadores de carreteras o cultos capos que aspiran a convertirse en amos y señores del lugar. Una premisa que sobre el papel debía ser mucho más interesante pues aquí es destrozada sin compasión por un penoso guión de Gary Whitta, risible en su mensaje y peor narrado por los hermanos Hugues.

‘El libro de Eli’ es uno de los panfletos más desvergonzados que se hayan hecho jamás sobre el catolicismo. Esto no debería ser ningún problemas a la hora de disfrutar o juzgar el film siempre y cuando no interrumpa precisamente en esas dos cosas. He procurado no dejarme influir por la ideología o moral de un film a la hora de ver cine, pero en este caso me ha sido totalmente imposible, ya no porque no comulgo, nunca mejor dicho, con el mensaje del film, sino porque éste depende absoluta y totalmente del mismo no permitiendo el disfrute de una historia que podría haber dado más de sí. En realidad mucho más pues no da nada.

En la mejor tradición de ‘Mad Max 2: El guerrero de la carretera’ (‘Mad Max 2’, George Miller, 1981) la película da comienzo en silencio. Imágenes que nos introducen al personaje principal realizando distintas cosas y en las que los hermanos Hugues dejan claras sus intenciones, vestir al film con un recargado preciosismo visual que termina negando toda posibilidad de empatía. No viene a cuento el uso de la cámara lenta —esa flecha del inicio o alguna de las peleas—, o la utilización de la cámara como si fuera una peonza. Cabe citar al respecto la secuencia del asalto a una casa en la que se refugian los protagonistas, en la que los Hugues demuestran que sólo les interesa realizar virguerías visuales faltas de todo sentido. De esta forma se desaprovechan muchos de los interesantes apuntes a modo de homenaje; esa estética de western en ciertos momentos —el poblado— o la influencia del cine oriental —las peleas— son herencias lógicas que no pasan de lo anecdótico.

Denzel Washington da vida a una especie de Mesías en un mundo a punto de renacer gracias a la supervivencia de la fe cristiana. Un mártir al que se le pone en mil y un peligros de los que se salva por ser una especie de superhéroe experto en artes marciales prácticamente invencible. Todo porque ha sido elegido “divinamente”, algo que se deduce de su sorprendente, por estúpido, giro final que no da lugar a dudas. Washington encabeza un reparto de caras conocidas con interpretaciones desganadas. Gary Oldman da vida al típico villano sin sorpresas llegando a caer en el ridículo; Ray Stevenson demuestra no tener vida más allá de la serie ‘Roma’; Michael Gambon y Tom Waits desaprovechados en dos personajes interesantes, y al menos Mila Kunis nos libra de la presencia de Kristen Stewart que no pudo aceptar el papel.

No puedo evitar acordarme de una antigua película del gran Frank Borzage titulada ‘Extraño cargamento’ (‘Strange Cargo’, 1940) en la que un grupo de fugitivos son sometidos a una especie de prueba de fe. El mensaje abiertamente religioso no empañaba un relato lleno de poesía y emoción, precisamente todo lo que le falta a ‘El libro de Eli’. Y es que cuando una película se centra únicamente en transmitir un mensaje —independientemente de su valía— pero la historia está llena de contradicciones, situaciones absurdas y se pierde en florituras visuales, no hay nada que hacer. Un bodrio espantoso.

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