'Eva', emoción artificial

Álex, tengo que contarte un secreto…

(Lana)

El mismo fin de semana que llegó a nuestros cines ese lujoso armatoste que es ‘Las aventuras de Tintín y el secreto del Unicornio’, diseñado con mucho oficio para arrasar en taquilla, se estrenó ‘Eva’, una interesante producción española de apenas 4 millones de euros de presupuesto que, me temo, va a correr la misma suerte que otra ópera prima de temática inusual en la cinematografía española, ‘Los cronocrímenes’ (2007), con la diferencia de que ésta fue vendida todavía con mayor torpeza. De nuevo tenemos una producción española muy comentada antes del estreno, que finalmente es recibida con un contundente desinterés general; vista por cuatro gatos, dos de los cuales no la encuentran tan admirable como para recomendarla, solo le queda probar suerte en el mercado doméstico. Y otro palo más para “nuestro cine”, que no levanta cabeza. Merecía mejor suerte una propuesta tan arriesgada como ‘Eva’, aunque estemos ante uno de esos casos en los cabe aplaudir más la valentía y el esfuerzo que el resultado.

Presentada en los festivales de Venecia y Sitges, donde sus excelentes efectos visuales se llevaron un merecido galardón, ‘Eva’ es el primer largometraje del catalán Kike Maíllo, profesor de la ESCAC, la escuela de cine de Barcelona (8.000 euros cuesta un curso allí, amigo lector que sueñas con hacer cine algún día), uno de los organismos que han apoyado la realización de la película, y cuyos logotipos son presentados lenta e innecesariamente al espectador antes del comienzo del relato (una mala idea cuando la opinión mayoritaria es que el cine recibe demasiadas subvenciones). El guion lo firman Sergi Belbel, Cristina Clemente, Martí Roca y Aintza Serra, la fotografía es de Arnau Valls Colomer y el reparto está encabezado por Daniel Brühl, Marta Etura, Alberto Ammann, Anne Canovas, Lluís Homar y la primeriza Claudia Vega, que encarna a Eva. Me hace gracia que en la sinopsis oficial se refieran a ella como “la increíble hija de Lana y David” (Etura y Ammann), porque así es, el personaje resulta increíble, inverosímil, tanto por el forzado dibujo (buscando la sorpresa del final) como por la interpretación de la niña.

La película está ambientada en un futuro cercano en el que los seres humanos viven rodeados de criaturas mecánicas, unas más toscas que son creadas para realizar determinados trabajos y otras más sofisticadas, los androides, que tienen como función atender o acompañar a las personas. Álex (Brühl) es un famoso ingeniero cibernético que vuelve a casa tras diez años de ausencia para trabajar en un gran proyecto de la Facultad de Robótica, la creación del primer niño robot. Planteada ya la excusa argumental, ante todo llama la atención cómo se nos sumerge rápidamente en un entorno “retrofuturista” (una decisión obligada por la falta de presupuesto, lo que se resuelve de manera desigual: esos coches…) en el que los robots están totalmente integrados en la vida diaria. Quizá habría sido más acertado ir poco a poco, no mostrar tan pronto todos los avances tecnológicos, pero lo que importa es lo que está en la pantalla, y Maíllo consigue disimular las carencias con una puesta en escena muy eficaz que saca partido a los efectos digitales (la secretaria que intenta impedir la entrada a la clase), integrando las creaciones artificiales en un entorno creíble en lugar de lucirlas; la ficción se sostiene.

Pero esto no es una superproducción así que todo se centra en los actores. Álex es recibido por su hermano David (curioso, un alemán y un argentino) y enseguida se evidencian viejas rencillas entre ellos. Unas fotos y un par de conversaciones nos aclaran, y nos subrayan, tanto la agrietada relación entre ambos como sus opuestas personalidades; Álex es más reservado y frío, solitario y adicto al trabajo, mientras que David es más cercano y familiar, sentimental e inseguro. Éste vive con Lana, pero desde el principio resulta obvio que es una situación fruto de las circunstancias, que la mujer se quedó con un hermano porque el otro, a quien quería realmente, se largó de allí. Nos lo explican y todo. A la subtrama del aburrido triángulo amoroso (bochornosa la escena del baile) se une el hallazgo de Eva por parte de Álex. Él necesita un niño real que le sirva de ejemplo para crear el cóctel de emociones del robot que le han encargado, y queda cautivado por la vitalidad de la niña, que vaya casualidad, resulta ser hija de Lana y David. El pueblo es muy pequeño. Lana prohíbe a Eva que se relacione con Álex, pero la chica no tiene miedo a nada (ese rojo a lo Caperucita) y acabará descubriendo todos los secretos de los adultos…

‘Eva’ es una hora y media de buenas intenciones que no llegan a cristalizar. Se acierta con la localización (esos helados y duros parajes tan simbólicos), se resuelve con inteligencia y talento el asunto robótico (fantástico trabajo animando a “Gris”), la cámara suele estar donde debe (aunque peca mucho del plano y contraplano en las conversaciones, la charla durante la cena resulta molesta), los referentes son adecuados (‘Inteligencia Artificial’, ’2001: una odisea del espacio’... ‘Beautiful Girls’ para la peculiar relación entre Eva y Álex) y el trabajo lumínico y sonoro es impecable (la música de Evgueni y Sacha Galperine recuerda a las composiciones de Danny Elfman para Tim Burton). Por otro lado, la historia es demasiado endeble y previsible, se abusa de los diálogos explicativos, sobra completamente un protagonista (Ammann), y los actores parecen algo desorientados, resultan poco convincentes (Brühl y Vega alternan escenas inspiradas con otras fallidas, y Etura apenas aporta nada), siendo la notable excepción Homar, cuyo entrañable personaje (recuerda al que interpretó Robin Williams en ‘El hombre bicentenario’) tiene la función de ser el principal contrapunto cómico del relato. En definitiva, una película muy irregular en el que balance entre logros y torpezas posiblemente dependa de cada espectador. Yo no me aburrí, pero tampoco me ha dejado huella. Y al salir del cine solo quería hablar de lo maravillosa que es ‘Inteligencia artificial’...

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